martes, 30 de marzo de 2010

Guardía Suiza (Miguel Angel Loma)


En un mundo donde poderosísimos e influyentes grupos de presión que persiguen desarraigar al hombre de todo sentido trascendente de su vida y de su muerte, convirtiéndolo en una frágil marioneta en manos de sus intereses, un gran obstáculo se erige como último muro de contención ante la embestida de los nuevos bárbaros.
Una sociedad dos veces milenaria que padeció, padece y padecerá persecución allí donde esté en cualquier punto del planeta. Una institución integrada por hombres y mujeres tan frágiles y vulnerables como cualquiera, pero que se saben portadores de palabras eternas que no pueden silenciar. Esta es su única fuerza.
Sus enemigos aprovechan ahora escándalos que nunca debieron producirse, pero de los que ningún humano está exento, para atacar al cabeza visible de la institución pese a que él los ha afrontado con valor, dando la cara y asumiendo errores y horrores cometidos por otros: una dolorosa situación que sólo ha heredado. Ha pedido perdón a los ofendidos, se ha unido a su dolor, que es también el nuestro, y ha condenado a los ofensores con la justa dureza que los delitos exigían.
Pero eso no basta a quienes han olfateado la sangre y buscan la presa sin importarles nada más. Las hermanas hienas, como las llamaría nuestro Francisco, son así: está en su naturaleza. Ya lo intentaron antes y lo seguirán intentando después. Pero sepan las hienas que, tanto en el presente como en el pasado y en los momentos que están por venir, quienes formamos parte de esa sociedad, de esa institución y de ese cuerpo común, estamos con nuestro viejo hermano mayor.
Bien sabemos que los ataques que le dirigen, van dirigidos en realidad contra la Iglesia, y que es a ésta a quien pretenden derribar; y sobre todo, a la fe en nuestro Fundador, el mismo que nos dijo, aunque a veces lo olvidemos, que si a Él le habían perseguido, también nos perseguirían a quienes le siguiéramos.
En estos momentos de intento de acoso y derribo contra el Papa, todos los católicos debemos cerrar filas junto a él, y constituirnos en miembros de su personal Guardia Suiza allí donde estemos.
¡Benedicto XVI, porque estamos con Cristo, estamos contigo!

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