sábado, 18 de enero de 2020

LA FAMILIA Y UNO MÁS (1962)

DE INTERÉS NACIONAL (José María Ramírez en sevillainfo.es)

La Navidad es un tiempo propicio, al menos para mí, para revisitar antiguas películas de esas que, casi siempre por estas fechas, se asoman a nuestras pantallas o recuperamos en cualquiera de los formatos al uso.
Esas películas suelen traernos bonitos y entrañables recuerdos. Recuerdos de otras Navidades, cuando todo estaba por pasar y casi nada era imposible.
Procuro verlas en familia, en un vano intento condenado al fracaso de aficionar a mis hijos, como hicieron mis padres con mis hermanos y conmigo, al cine. Y no solo al cine de superhéroes, de Harry Potter o La Guerra de las Galaxias, que es el único que ven ahora, sino al cine clásico, también al cine (y esto ya raya lo ilusorio) en ese glorioso blanco y negro de mi infancia, cuando todavía no había llegado el color a muchos hogares pero, aún así, la tele nos traía a casa mundos de fantasía, aventuras increíbles o historias llenas de buenos sentimientos. Con todo eso crecí yo. Y tantos otros.
Este año, uno de esos días navideños, quise que viéramos juntos ese, sin ser una obra maestra, ni siquiera una gran película, ya clásico del cine español que lleva por título “La gran familia”.
Si tienen mi edad o parecida seguramente la habrán visto una o varias veces.
En los títulos de crédito iniciales se señala que la película fue declarada “de interés nacional”… Y resulta lógico que así fuera. O debería parecérnoslo.
Supongo que, vistas hoy, muchas de las situaciones que se muestran en la película chocan a ciertas mentalidades. Que esos “colectivos” en la suma de los cuales  consiste la sociedad en que vivimos se soliviantarían ante ella. Hablo de feministas, partidarios del aborto libre… y unos cuantos más, que se llevarían las manos a la cabeza.
Pero yo, en cambio, llámenme carca (muchos otros me dirían facha, calificativo que vale hoy para todo el que se sale un milímetro de la ideología políticamente correcta… todo hoy tan irracional) pienso que esa sociedad era mejor, que los seres humanos éramos más humanos que ahora y que el mundo era un lugar más vivible. 


Ya, ya sé que las películas no son lo que llamamos “la vida real”, pero también es casi siempre verdad que reflejan el tiempo y la sociedad del tiempo en que se ruedan. No tenemos más que ver la gran mayoría de las películas que se hacen hoy para constatarlo.  
El año que se estrenó “La gran familia” fue el mismo en que yo vine al mundo, y España estaba en pleno desarrollismo. Era la época de comprar quizá el primer coche familiar, de comenzar a practicar la sana costumbre del “veraneo”… Había confianza en el futuro y esperanzas firmes de que todo solo podía ir a mejor. Entre otras cosas, las familias no tenían miedo a tener hijos, no pensaban, como ahora, ¿tendré que privarme de esto o lo otro si tengo otro crío? ¿Puedo tener un hijo si no sé si me despedirán el mes próximo?… y otras preguntas parecidas. 
Se tenían hijos y Dios proveería.
Así que, ya puestos, la familia Alonso, que así se llamaba, tenía quince hijos… y otro que vendría después. Y, para colmo, un abuelo que convivía bajo el mismo techo que esas otras diecisiete personas… Vista desde hoy, en una sociedad en que se margina al anciano, en la que se huye de problemas y complicaciones, puede parecerles a muchos ciencia ficción.
El abuelo era el enorme (por lo buen actor) Pepe Isbert, con su voz ronca y quebrada característica, y los que la hemos visto siempre recordaremos a ese abuelo gritando en un sollozo “¡Chencho, Chencho!” por toda la madrileña Plaza Mayor, repleta de kioscos navideños y con alumbrado festivo, porque el pequeño nietecillo Chencho se había perdido. Cuantas lágrimas derramadas por Chencho…


Todo acababa bien, porque en estas películas casi todo, siempre, acababa bien.
Y, al contemplarla, se nos llenaba el alma de alegría, de buenos sentimientos, de ganas de vivir… hasta de ganas de tener niños, muchos niños.
Tengo para mí que “La gran familia” marcó mi decisión, desde pequeñito, de tener familia numerosa… Más tarde, se cumpliría aquello de “ten cuidado con lo que deseas porque quizá se cumpla”, pero esa es otra historia. 
El incombustible Pedro Masó fue el autor de la idea, la fecunda idea, nunca mejor dicho, y la guionizó, y Fernando Palacios (El día de los enamorados, Tres de la Cruz Roja…) la dirigió. Unos deliciosos Alberto Closas y Amparo Soler Leal eran los felices y atareados padres. Y un grandioso José Luis López Vázquez era el padrino pastelero que siempre estaba ahí para echar una mano a esa gran familia.
 Y además la segunda parte de la película, en que la familia Alonso por fin se va de veraneo y los hijos descubren el mar, transcurre en una Tarragona amigable y hospitalaria donde el pretendiente de la hija rompecorazones le dice:  “Me llamo Jorge, que es un nombre muy común aquí en Cataluña”. Jorge, que no Jordi… añoranza de un tiempo que se fue y no volverá en tantas cosas…
Y para muchos niños de aquellos años, los veraneos de nuestra infancia y adolescencia se parecían a los de aquella gran familia que eran como amigos nuestros, como si los conociéramos de siempre…
En fin, que quieren que les diga, que soy un nostálgico.
Y que creo que hoy, en 2.020, más que entonces, en 1.962, habría que declarar “La gran familia” de INTERÉS NACIONAL.