lunes, 1 de marzo de 2010

Penitente (Miguel Ángel Loma)

Tomado de su Blog en Vistazo a la Prensa

POR una razón u otra, o quizá por muchas sinrazones, llegó a la Hermandad dispuesto a realizar su estación de penitencia, pero ya iba más quemado que un guiri el primer día de playa. Y por unas y otras cosas, no muy diferentes a la que le habían sucedido otros años, la estación de penitencia se le fue haciendo eterna. Ahora un parón interminable, ahora una carrerita insufrible, ahora otro parón, ahora otra carrerita..., ahora el gracioso que le golpeaba la cruz para joderle un poquito, ahora el niñato que le pasaba un refresco a un palmo de los morros preguntándole si tenía sed, ahora un comentario soez al que obviamente no podía responder...

Fue caldeándose tanto el hombre que, cuando entró en la carrera oficial, no es que estuviese quemado, es que iba como el contenido de la urnita que te dan en los crematorios. Y al vislumbrar a lo lejos el palco de autoridades, se le comenzó a calentar el caletre y a venírsele a la memoria recuerdos que no debieran. Se acordó de su hija, que ese mismo año se había quedado sin plaza en el colegio religioso concertado porque la inicial de su apellido no salió agraciada en el sorteo de la progresista política educativa; se acordó del problemático colegio público adonde le había tocado llevarla y el «respetuoso» director que les había hecho retirar el belén y el crucifijo de las aulas; se acordó de la obrita blasfema que había subvencionado el ayuntamiento hacía sólo unos días; por acordarse, incluso se acordó de unas antiguas declaraciones del alcalde diciendo que la Semana Santa era un fenómeno socio-cultural... En fin, que se fue acordando de todo lo peor. Así que, cuando llegó a la altura de las autoridades y se vio a dos o tres metros del engolado señor alcalde y de su obsequioso séquito, sin pensárselo dos veces, se plantó ante ellos y les espetó: «¿No os molestan tanto una pequeña cruz en la pared de un aula, pues cómo podéis soportar la visión de tantas cruces delante de vuestras narices? ¿Así que creéis que llevo esta cruz porque se trata de un fenómeno socio-cultural, no? Pues ahí tenéis machotes, probad un poco de cultura en vivo y en directo». Dicho y hecho. Ante el asombro, el mutismo y el pasmo de todos, reuniendo las fuerzas que le quedaban y con la ayuda de la adrenalina generada por el cabreo, se bajó la cruz del hombro y la lanzó contra los prebostes agnósticos, tumbando de un certero golpe al alcalde y a dos o tres concejales que le rodeaban, tipos muy significados también en el laicismo militante de despacho, ordeno y mando.

Las consecuencias de todo aquello habrían sido funestas si no fuera porque..., porque en realidad el violento desenlace sólo sucedió en su encendida imaginación que, felizmente, supo controlar antes de transformarla en acción. Porque al llegar a la altura del palco de autoridades, en vez de dar el mitin, bajarse la cruz y lanzarla, la apretó aún mas en el callo dolorido que a esas alturas se había formado en su hombro, levantó los ojos al cielo en un gesto difícilmente perceptible, y pidió perdón a Dios por su torpes deseos. Y en vez de maldecir a aquellos tipos revestidos de agnóstica y vanidosa solemnidad, echó mano de nuevo del rosario y comenzó a rezar. Esta vez por aquéllos; por aquéllos y por tantos otros que ofenden, ignoran o utilizan la Cruz para sus intereses. Porque fue también por ésos, por esos mismos que estaban a pocos metros de él, por quienes se abrazó a su Cruz el Crucificado, tras cuya imagen caminaba con pasos cansados. Y aquel rosario lo rezó con una sonrisa maliciosa que sólo Dios veía y sabía interpretar.

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