domingo, 12 de abril de 2020

EMBAJADORES EN EL INFIERNO (José María Ramírez en sevillainfo el 7 de febrero de 2020).es el


                                                   

(El autor del artículo) 

           Se habla hoy en día mucho de eso que llamamos "cine con valores". A riesgo de ser políticamente incorrecto (humildemente, ya uno está acostumbrado), diré que, para película con valores, "Embajadores en el infierno", dirigida por José María Forqué en 1.956.
José María Forqué y Verónica Forqué
(El director José María Forqué con su hija Verónica, luego afamada actriz)
            La película está basada en la novela histórica "Embajador en el infierno. Memorias del capitán Palacios (once años de cautiverio en Rusia)", de Torcuato Luca de Tena que relata, de forma novelada, pero casi como reportaje periodístico, el encarcelamiento de doce años, desde su detención en el sitio de Leningrado el diez de Febrero de 1.943 hasta Abril de 1.954, en los campos de concentración de Cherepovéts, Moscú, Súzdal, Oranque, Potma, Jarcof, Borovichi, Reída, Cherbacof y Vorochilgrado, de Teodoro Palacios Cueto, que marchó como Voluntario Falangista a la División Azul, a combatir el comunismo en Rusia, como Capitán de Infantería, quedando encuadrado en la 5ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento número 262 y que fue hecho prisionero junto con treinta y cinco hombres más cerca de Krasny Bor, cuando se libraba la batalla que en adelante llevaría el nombre de esta localidad rusa.

(El capitán Palacios -izquierda- con el periodista Boby Deglané -centro- y Melchor Rodriguez)
            Cántabro de nacimiento, del bello pueblo de Potes, el capitán Palacios dejó sus estudios de medicina al producirse el Alzamiento Nacional y se incorporó en Palencia a una Bandera de Falange, combatiendo durante toda la guerra civil y alcanzando al final de la misma el empleo de Capitán Provisional, que revalidó luego en la Academia General Militar de Zaragoza.
            Cuando el día veintitrés de Junio de 1.941, a propuesta del entonces ministro de exteriores Ramón Serrano Suñer, el Consejo de Ministros aprueba en El Pardo enviar una división a Rusia para combatir el bolchevismo, se acogió con entusiasmo por los partidarios del Bando Nacional y, muy en particular, por los miembros de Falange, conocedores de la complicidad de Rusia en el caos que llevó a España a la contienda civil. El veinticuatro de Junio,  desde el balcón de la madrileña sede de Falange en la calle Alcalá, Serrano Suñer arengó a un nutrido grupo de fervorosos falangistas, casi todos estudiantes o miembros del SEU y de la Sección Femenina,  ansiosos por librar al mundo del comunismo y que se habían allí congregado, con las siguientes palabras: "Camaradas: no es hora de discursos. Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo ruso. El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa".

(Cuadro representando a la División Azul obra de Augusto Ferrer Dalmau)

            Y así fue como comenzó la aventura heroica de tantos hombres y también mujeres, rebosantes de amor a la Patria y henchidos de fe (entre 1941 y 1943, cerca de 50.000 soldados españoles participaron en diversas batallas fundamentalmente relacionadas con el sitio de Leningrado. También formaron parte de la división ciento cuarenta y seis mujeres, todas ellas de la Sección Femenina, quienes viajaron como enfermeras en el recién creado “Cuerpo de Damas Auxiliares de Sanidad Militar” bajo la dirección de María de las Mercedes Milá Nolla).
            A los voluntarios se les ofrecía un doble sueldo: cobraban el mismo que los alemanes (según el rango), y de España cobrarían la misma paga que la legión. También se les ofrecieron otras ventajas, como que sus familias cobrarían un subsidio de siete pesetas y treinta céntimos y tendrían doble cartilla de racionamiento así como se les mantenían sus derechos laborales a la vuelta de Rusia....pero prácticamente todos los divisionarios marcharon dejando atrás estudios, trabajos, novias, familia....para luchar por un ideal y combatir contra lo que José Antonio Primo de Rivera calificó como "la invasión barbara": el comunismo.
            La película dirigida por Forqué e interpretada por el actor portugués Antonio Vilar, Rubén Rojo y Luis Peña, retrata, de manera bastante fiel, a pesar de estar lógicamente muy sintetizada, por motivos obvios, y con las concesiones propias al medio cinematográfico, la peripecia del Capitán Palacios narrada en su libro por Luca de Tena, que resume en su figura los valores de la mayoría de aquellos hombres que lucharon en la  helada estepa rusa contra un ejercito aguerrido y fiero. La valentía, la vocación de servicio, la humildad, la generosidad y la lealtad, entre otras, son las cualidades, tan difíciles de hallar en la misma persona y que percibimos adornando la personalidad de Teodoro Palacios Cueto. El mismo había narrado el relato de los hechos al mando militar con anterioridad a su colaboración con el escritor y periodista para la elaboración de la novela, como conocemos a través del blog del General Dávila, que publicó hace unos años fragmentos de aquella declaración jurada realizada por Palacios.
            Tanto el libro como la película reflejan una parte de lo que se contiene en esa declaración jurada que, perfectamente redactada aun con el lacónico estilo militar, aporta más datos aún que el propio libro y nos muestra el valor, la dignidad y el honor que supieron mantener, aun en las condiciones infamantes del cautiverio, aquellos soldados españoles, muchos de ellos no profesionales pero guiados por la fe y su lealtad a la palabra joseantoniana, que les impulsó, como queda de manifiesto en varios pasajes de esa narración, incluso al más generoso de los perdones: 

            
       

            En los doce años de paso por cárceles y campos de concentración rusos deja el capitán Palacios abundantes muestras de su coraje y liderazgo: condenado en repetidas ocasiones, por negarse a declarar desnudo, condenado por defender a un Teniente que había sido agredido por un centinela, condenado por encerrarse voluntariamente con un Alférez al que los rusos habían maltratado, condenado por escribir al gobierno soviético dos cartas, replicando un discurso de Vichinsky, condenado a muerte por las acusaciones de agitador político y saboteador, dirigiendo el mismo su propia defensa y la de sus compañeros ante el Tribunal Militar. Mantuvo tres huelgas de hambre y envió cuatro cartas al ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética. Por su cuenta realizó una Historia de España, escrita para el uso de los soldados prisioneros y creó una “Universidad” para el intercambio de idiomas entre los cautivos de diferentes países. También creó un servicio de ayuda alimenticia para los compañeros en situación de mayor debilidad o enfermos…
            Cuando muere Stalin acaba esa situación de confinación y cautividad, y en 1.954 un buque, el Semiramis, parte de Odesa con los presos españoles, del bando nacional y también algunos del bando del frente popular. El barco llega al puerto de Barcelona el  dos de Abril de ese año de 1.954. A su regreso a España Palacios contrajo matrimonio y en 1.967 se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando. A partir de su regreso de Rusia y tras el libro de Torcuato Luca de Tena y de la película Embajadores en el Infierno, fue conocido como el Héroe legendario de la División Azul. Cuando murió en Santander, el 27 de agosto de 1.980 fue ascendido, a título póstumo, a General de División.
            Dejaba atrás el testimonio de abnegación, sacrificio, coraje, entereza, orgullo e integridad  que, con el, dejaron todos aquellos hombres que abandonaron sus vidas en su patria para luchar en una contienda en tierras extrañas e inhóspitas por librar al mundo de la lacra comunismo, para pelear por la libertad de sus semejantes.
            Una huella de dignidad, valor y honor que no debe quedar en el olvido y que deberíamos reivindicar como patrimonio de todos los españoles. De una época en que se tenían creencias y valores elevados.
            Desde luego muy superiores a los que, hoy, desgraciada y lastimosamente, rigen en gran parte de nuestra sociedad.


           

sábado, 18 de enero de 2020

LA FAMILIA Y UNO MÁS (1962)

DE INTERÉS NACIONAL (José María Ramírez en sevillainfo.es)

La Navidad es un tiempo propicio, al menos para mí, para revisitar antiguas películas de esas que, casi siempre por estas fechas, se asoman a nuestras pantallas o recuperamos en cualquiera de los formatos al uso.
Esas películas suelen traernos bonitos y entrañables recuerdos. Recuerdos de otras Navidades, cuando todo estaba por pasar y casi nada era imposible.
Procuro verlas en familia, en un vano intento condenado al fracaso de aficionar a mis hijos, como hicieron mis padres con mis hermanos y conmigo, al cine. Y no solo al cine de superhéroes, de Harry Potter o La Guerra de las Galaxias, que es el único que ven ahora, sino al cine clásico, también al cine (y esto ya raya lo ilusorio) en ese glorioso blanco y negro de mi infancia, cuando todavía no había llegado el color a muchos hogares pero, aún así, la tele nos traía a casa mundos de fantasía, aventuras increíbles o historias llenas de buenos sentimientos. Con todo eso crecí yo. Y tantos otros.
Este año, uno de esos días navideños, quise que viéramos juntos ese, sin ser una obra maestra, ni siquiera una gran película, ya clásico del cine español que lleva por título “La gran familia”.
Si tienen mi edad o parecida seguramente la habrán visto una o varias veces.
En los títulos de crédito iniciales se señala que la película fue declarada “de interés nacional”… Y resulta lógico que así fuera. O debería parecérnoslo.
Supongo que, vistas hoy, muchas de las situaciones que se muestran en la película chocan a ciertas mentalidades. Que esos “colectivos” en la suma de los cuales  consiste la sociedad en que vivimos se soliviantarían ante ella. Hablo de feministas, partidarios del aborto libre… y unos cuantos más, que se llevarían las manos a la cabeza.
Pero yo, en cambio, llámenme carca (muchos otros me dirían facha, calificativo que vale hoy para todo el que se sale un milímetro de la ideología políticamente correcta… todo hoy tan irracional) pienso que esa sociedad era mejor, que los seres humanos éramos más humanos que ahora y que el mundo era un lugar más vivible. 


Ya, ya sé que las películas no son lo que llamamos “la vida real”, pero también es casi siempre verdad que reflejan el tiempo y la sociedad del tiempo en que se ruedan. No tenemos más que ver la gran mayoría de las películas que se hacen hoy para constatarlo.  
El año que se estrenó “La gran familia” fue el mismo en que yo vine al mundo, y España estaba en pleno desarrollismo. Era la época de comprar quizá el primer coche familiar, de comenzar a practicar la sana costumbre del “veraneo”… Había confianza en el futuro y esperanzas firmes de que todo solo podía ir a mejor. Entre otras cosas, las familias no tenían miedo a tener hijos, no pensaban, como ahora, ¿tendré que privarme de esto o lo otro si tengo otro crío? ¿Puedo tener un hijo si no sé si me despedirán el mes próximo?… y otras preguntas parecidas. 
Se tenían hijos y Dios proveería.
Así que, ya puestos, la familia Alonso, que así se llamaba, tenía quince hijos… y otro que vendría después. Y, para colmo, un abuelo que convivía bajo el mismo techo que esas otras diecisiete personas… Vista desde hoy, en una sociedad en que se margina al anciano, en la que se huye de problemas y complicaciones, puede parecerles a muchos ciencia ficción.
El abuelo era el enorme (por lo buen actor) Pepe Isbert, con su voz ronca y quebrada característica, y los que la hemos visto siempre recordaremos a ese abuelo gritando en un sollozo “¡Chencho, Chencho!” por toda la madrileña Plaza Mayor, repleta de kioscos navideños y con alumbrado festivo, porque el pequeño nietecillo Chencho se había perdido. Cuantas lágrimas derramadas por Chencho…


Todo acababa bien, porque en estas películas casi todo, siempre, acababa bien.
Y, al contemplarla, se nos llenaba el alma de alegría, de buenos sentimientos, de ganas de vivir… hasta de ganas de tener niños, muchos niños.
Tengo para mí que “La gran familia” marcó mi decisión, desde pequeñito, de tener familia numerosa… Más tarde, se cumpliría aquello de “ten cuidado con lo que deseas porque quizá se cumpla”, pero esa es otra historia. 
El incombustible Pedro Masó fue el autor de la idea, la fecunda idea, nunca mejor dicho, y la guionizó, y Fernando Palacios (El día de los enamorados, Tres de la Cruz Roja…) la dirigió. Unos deliciosos Alberto Closas y Amparo Soler Leal eran los felices y atareados padres. Y un grandioso José Luis López Vázquez era el padrino pastelero que siempre estaba ahí para echar una mano a esa gran familia.
 Y además la segunda parte de la película, en que la familia Alonso por fin se va de veraneo y los hijos descubren el mar, transcurre en una Tarragona amigable y hospitalaria donde el pretendiente de la hija rompecorazones le dice:  “Me llamo Jorge, que es un nombre muy común aquí en Cataluña”. Jorge, que no Jordi… añoranza de un tiempo que se fue y no volverá en tantas cosas…
Y para muchos niños de aquellos años, los veraneos de nuestra infancia y adolescencia se parecían a los de aquella gran familia que eran como amigos nuestros, como si los conociéramos de siempre…
En fin, que quieren que les diga, que soy un nostálgico.
Y que creo que hoy, en 2.020, más que entonces, en 1.962, habría que declarar “La gran familia” de INTERÉS NACIONAL.