ABC
Es una verdad en alejandrino: en verano, me alquilan el alma los poetas. Incluso algunos de los que ya me la alquilan todo el año, como es el caso. Y cuando no me hallo en las manos versos propios, busco a los poetas que saben pronunciármelo casi todo con los suyos. Tengo ahora dos libros a los que voy, en los que me meto, sobre los que me echo. Si por un lado le agradezco a la Colección Literaria de Cajasol la antología que con «La tristeza de volver» firma Joaquín Caro Romero, nunca le agradeceré bastante a mi querido y admirado poeta y editor Javier Sánchez Menéndez todo el tiempo que ha metido, desde su Isla de Siltolá, en ese «Reloj de arena» de Aquilino Duque. Da gloria leer a un Caro Romero apenas veinteañero, «Te huelo y no te encuentro en tu vestido. / Viento de decepción, carne de ausencia», y los pocos más de veinte de Aquilino, «A mí me están consumiendo / como veintidós carbones / veintidós años que tengo». ¿Quién no sigue?
A veces los leo juntos, digo un poema de uno y otro poema del otro. Y me voy con ese Caro Romero siempre sensual, sugerente, con los carbones de su edad quemándole también, como a Aquilino. El fetichismo poético de Caro Romero ha sido nuestro alguna vez, y quizá siga siéndolo: «…Si abriese el ropero, haría / sacrilegio con tus prendas…» Porque «…cuando tú no estás, estoy / sacudiéndome la niebla / de un sueño que nunca duerme, / pero tampoco despierta». No tuvo que cumplir los treinta Aquilino para enviarnos desde Stratford-Upon-Avon un telegrama de la primavera en endecasílabos: «Para llegar a hoy, a estos lugares, / a este sol de las seis, a estos jardines, / ha habido que amar mucho a los jazmines / y hasta la muerte oler los azahares…»
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