Columnas / al cabo de la calle
Cinco libros, cinco








Llamativo, sobre todo, porque no fue un episodio precisamente marginal: más de 46.000 jóvenes españoles se alistaron en la División Azul, de los cuales más de 5.000 resultaron muertos en acciones de combate, y casi nueve mil heridos de diversa consideración; se trata, pues, de un acontecimiento bélico de primera magnitud, que inevitablemente ha tenido que dejar una huella honda en infinidad de familias españolas que deberían sentirse orgullosas de sus antepasados.

En los últimos años he leído casi todo lo que se ha publicado sobre la División Azul, que tengo por uno de los episodios más sobrecogedores y heroicos de nuestra historia reciente. Eusebio Calavia, uno de los más de trescientos divisionarios que fueron hechos prisioneros en la cruenta batalla de Krasny Bor (donde más de dos mil valientes españoles hallaron la muerte), cuenta en Enterrados en Rusia, sus memorias de once años de cautiverio, una anécdota que sirve para calibrar el temple privilegiado de aquellos hombres. En mayo de 1949, un grupo de prisioneros españoles son trasladados en tren a otro campo; son, todos ellos, hombres que han sufrido las privaciones y sevicias más impronunciables y a los que, desde luego, se les ha impedido todo desahogo sexual. A mitad de trayecto, una campesina rusa casi adolescente, que viajaba sin billete, es arrojada como una piltrafa al vagón donde se hacinan los españoles. ¡Podéis hacer con ella lo que os dé la gana!, les dice el soldado encargado de su vigilancia, antes de cerrar la compuerta del vagón. Ningún español le rozó un solo pelo, ninguno osó dirigirle ninguna palabra lúbrica o soez; compartieron con ella el escaso rancho con el que mataban el dolor de las tripas, ya que no el hambre; y lograron convencer a los rusos para que la dejaran en libertad cuando llegó a su punto de destino. «Así quiso Dios que se librara de un salvaje atropello aquella criatura que cayó en nuestras manos, tantas veces pecadoras, pero que entonces no quisieron mancharse.
El hijo de Luis Rosales, con un gesto similar, en la presentación del libro. | Jesús G. HinchadoAutor: Rafael García Serrano | |
| PVP: 18.00 € | |
| ISBN: 978-84-92518-73-9 | |
| Número de Páginas: 224 |


Carlos Muñoz (El Correo de Andalucía).
(Extracto del artículo publicado por José Mª García de Tuñón Aza en la revista Altar Mayor nº 141 / Junio 2011)
—Picasso decía que había conocido mujer con catorce años, ¿no es un poco pronto?
—Nunca es pronto si la dicha es buena… El sexo es como la canción italiana: «No tengo edad para amarte…».
—¿Han contado con usted para la exposición sobre «Picasso y las mujeres»?
—No, no, no. No cuentan conmigo para nada. Para determinadas gentes que se hicieron dueñas de Picasso, Olano es muy molesto. A los únicos que no resulto molesto es a los dos hijos de Françoise Gilot, la única mujer que dejó a Picasso, una gran pintora y una gran mujer a la que Picasso no se mereció.
—¿Le han invitado alguna vez al Museo Picasso de Málaga?
—No, no, no. Fui yo, pero no me invitaron para nada. Málaga se portó mal con Picasso y yo lo he dicho. Él, sin embargo, siempre me preguntaba por Los Percheles y por la Costa del Sol.
—¿Tiene algún picasso?
—Sí, claro que tengo picassos, y no hay picasso menor. Son dibujos y alguna cerámica. Los voy a donar, y no al museo de Málaga ni al de París, sino al Museo Dalí, en Figueras. Dalí es el personaje más completo de la historia universal.
—¿Y algún dalí?
—Claro, tengo el único que hizo abstracto.
—¿Quién era más generoso, Picasso o Dalí?
—Los dos eran el colmo de la generosidad, aunque a Picasso se le atribuía una tacañería que no tenía. Picasso compraba pinceles todos los días y los guardaba bajo llave, cosa que también hacía con las coca-colas, pero eso era reflejo de cuando lo pasó tan mal y de cuando pasó hambre; de la época en que, en París, llegó a quemar dibujos suyos para prender una estufa con que calentarse. A los dos les gustaba que se hablara mal de ellos, y Dalí disfrutaba con lo de «Avida dollars».
—¿Y más celoso?
—Ninguno. Dalí era teatral y Picasso puro teatro. Picasso era como un niño y se inventaba los celos.
—¿Y quién era menos insoportable, Fidel o el Ché?
—Eran insoportables los dos y lo sé porque los conocí en buen momento. El Che era más amable, y fue amigo mío. A Fidel lo hicieron comunista los americanos, que le ayudaron a hacer la revolución y luego le pusieron pegas.
—¿Y quién más llevadero, Sartre o Camus?
—Indudablemente Camus. Jean Cau, que fue secretario de Sartre, fue el mejor de los tres. En Sevilla debían hacerle un monumento, y ponerle una placa en todas las plazas de toros. A Sevilla iba siempre que podía, y es el que más hizo por los toros en España y en Francia.
—¿Los Alberti eran tan pesados como decía Picasso?
—Eran pesadísimos, entre otras cosas. Picasso los quería mucho pero, cuando salían de su casa, respiraba.
—¿A Picasso sólo le fatigaba el descanso?
—Es que no descansaba nunca y podía pasarse la noche entera pintando. Con vocación, uno no se cansa.
—¿Es cierto que Franco estaba dispuesto a recibir y exhibir el Guernica?
—Naturalmente. Franco se adelantó en todo. Dominguín le advirtió que no se trataba de un exiliado y Franco dispuso que adonde llegara se le recibiera con honores y no se le pidiera la documentación. Los desencuentros los provocan los tontos y los mediocres. Picasso fue amigo de José Antonio.
—¿El Guernica, como decía el pintor comunista Pepe Díaz, es en realidad una corrida de toros?
—Es que sólo es una corrida de toros inspirada en la muerte de Sánchez Mejías, y como le pidieron algo para la Exposición Universal, adaptó ese cuadro, y al Gobierno de la República no le gustó, se avergonzó y lo arrinconó. Picasso no salió de París en la ocupación porque los alemanes lo respetaron y protegieron.
—Si las mujeres son, al decir de Picasso, «máquinas de sufrir», ¿los hombres son máquinas de...?
—Máquinas de sufrir por las mujeres. Conocí personalmente a todas las mujeres de Picasso. Picasso me dijo un día que por qué le haría tantas cabronadas a las mujeres y yo le contesté que porque sería un cabrón.
—Picasso prohibió su libro «Picasso íntimo», pero usted lo publicó ¿siguieron siendo amigos?
—Fue porque incluí una foto en la que cogía del talle a Lucía Bosé, y Jacqueline se puso celosa. Le dije a Picasso que si tenía que elegir entre Lucía Bosé y él, prefería a Lucía. Pero seguimos siendo amigos, y él adoraba ese libro.
—¿Qué es lo más secreto que incluyó en la «Guía secreta de la Costa del Sol»?
—Fui pionero de la Costa del Sol porque íbamos Edgar Neville, Hohenlohe y el Marqués de Soriano y se nos estropeó el coche en la Costa del Sol, y nos quedamos y la descubrimos.
—¿Sigue frecuentándola?
—Ya no porque no hay ocasión, pero antes iba todos los veranos y estaba en el perejil de todas las salsas.


