Llegando el verano recomendamos algunas lecturas para estos días.
NOVELAS
Por Eduardo López Pascual.
Me imagino que a estas alturas todos, al menos todos mis
amigos y conocidos, saben que soy un auténtico forofo del escribir; por
eso, aun sin demasiados títulos, me atrevo a publicar algún ensayo,
alguna poesía y también algo de teatro y novela. No soy bueno, por más
que he conseguido la aceptación de bastante lectores; yo soy igual de
amante lector y devoro todo lo que cae en mis manos, y de de confesar
-con toda prudencia- que me ha sorprendido una nota común a muchas
novedades editoriales como es la alusión directa en las historias de
esas novelas, a los falangistas en general, y en particular. Lo traigo
aquí, no como cobertura a mis correligionarios, sino como evidencia de
un nuevo protagonismo azul, a juzgar por su presencia en el mundo de la
literatura actual, una realidad que junto a estudios sobre personajes
"azules",
Rafael Sánchez Mazas, por ejemplo, me llena de íntima satisfacción.

Para que lo entiendan, que sé que lo hacen, no faltaba más; en estos
dos meses han aparecido varios títulos con especial atención a los
falangistas, naturalmente unos en claro tono positivo y en otros, sin
duda, con viejas reservas y aun sentido crítico, pero que tienen de
común el hecho de hablar de la Falange y los falangistas. Así hemos
leído el libro de gran formato y extensión, "Falangistas", del profesor
universitarios
Togores y del periodista
G. Morales,
quienes en general tratan de ser asépticos pero con un análisis
erróneo- desde mi percepción personal-; además, una novela premiada con
el Planeta del año 2010, que sin ser una obra sobre los falangistas,
los traen a colación esta vez desde un punto de vista peyorativo, para
ser como se dice ahora, políticamente correcto, debido a la pluma de un
autor ya consagrado como lo es
Eduardo Mendoza, quien
no se distingue precisamente por una crítica amable a la Falange, sobre
todo a la que vivió los años de trueno de la Segunda República. . Una
tercera novela aparece editada en Sevilla, escrita desde un criterio
bien distinto, pues narra una historia bajo el título de "
La playa de los alemanes", con continuas referencias al partido fundado por
Jose Antonio, en octubre de 1933, y a sus afiliados en tan difíciles tiempos. Su autor,
Javier Compas-
profesor universitario de Geografía-, no deja de señalar el carácter
cercano de sus protagonistas al mensaje falangista. Hay en esta novela
un guiño entrañable al mundo azul.

Para mí, esta indudable atención al hecho falangista, sus gentes, sus
ilusiones, su menaje y su historia, me supone una suerte de reflejo
emocional, pero también de sincera actualidad sobre una forma de
entender las relaciones sociales, y políticas, que durante demasiado
tiempo ha sido postergada, y es aún, por desgracia, sometida al silencio
injusto, más todavía, cuando su cuerpo doctrinal y de vivencias
proyectan en una parte no desdeñable de nuestro país, de España, una
sensación de urgente presencia entre nosotros. Es verdad que en estas
novelas la Falange asoma de manera indirecta adyacente, pero es cierto
que nos depara un sentido de realidad. Desde aquí, celebro la aparición
de estas obras, pero de modo muy singular esa novedad de "
La playa de los alemanes,"
de Javier Compás, que ha conseguido sin miedo a prejuicios, un texto
ágil, interesante, donde confesar una afinidad política, sin caer en el
proselitismo y la exaltación, se desprende discretamente de una obra
para leer.
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Antoni Vives: "Al acabar la Guerra Civil triunfó el cinismo"
Barcelona, 17 mar (EFE).- Casi cuatro años ha dedicado el teniente de
alcalde de Urbanismo de Barcelona, Antoni Vives, a armar su nuevo título
"Les banderes de l'1 d'abril", un friso sobre las heridas de la
postguerra, que le sirve para aseverar que al terminar el conflicto
bélico "triunfó la institucionalización del cinismo".
En una entrevista con Efe, Vives explica que después de su exitosa "El
somni de Farringdon Road", con la que obtuvo el premio Crexells, quería
centrarse en los años posteriores a la Guerra Civil española, una etapa
de la Historia que considera el final y el inicio de muchas cosas y que
"todavía impregna nuestros días".
Si en su primer relato ahondaba en los años de la guerra, ahora la
acción se inicia en Chinchón (Madrid) cuando el ejército de Franco entra
en la localidad, donde confluirán Misericordia, conocida como "La
Pasionaria de Chinchón"; el alférez falangista e idealista Jesús Camacho
Ruiz de Villalobos y Julián Alcántara Rodríguez de Zúñiga, que acabará
siendo el alcalde.
Aunque advierte Antoni Vives -que se siente un escritor que hace
política- que no ha querido una novela histórica, sí reconoce que se ha
aproximado a una época y ha intentado entender y conocer "qué parte de
idealismo auténtico había en el falangismo".
Asimismo, cree que el lector verá hasta que punto quedaron enfrentados
dos mundos muy diferentes, "el de la España sin Dios, sin valores y rota
y el de la España fuerte, con valores cristianos, de la unidad de
destino universal y muy trabada por la Falange".
A su juicio, el final de la Guerra Civil "es la constatación de que en
España triunfaron los de siempre, con las ayudas de los de siempre,
mandando el oportunismo y el compadreo, que afectó a todos los ámbitos
de la vida, desde las relaciones humanas y amorosas a las cosas más
cotidianas".
En su relato, publicado por La Magrana, apuesta, por otra parte, por
mostrar a algunos falangistas "honestos, que en un momento dado llegaron
a la conclusión de que ellos mismos fueron cómplices de una tomadura de
pelo".
Preguntado por el hecho de que la historia arranque en una localidad
como Chinchón, señala Vives que se trata de un lugar muy potente y
fascinante, "muy poliédrico y cañí, aunque también fue la sede de la
agencia de propaganda del Partido Comunista durante los años de la
guerra".
En esta extensa novela hay, sin embargo, otros escenarios como Madrid,
Leningrado, donde se describen algunos episodios protagonizados por la
División Azul, y Barcelona.
También hay una importante historia de amor, defendiendo Vives que se
trata siempre del sentimiento más sólido e intenso del ser humano.
Como ya ocurría en su primera novela, aquí vuelven a mezclarse
personajes imaginarios con otros reales como Pilar Primo de Rivera o
Evita Perón. "Hay personajes -asevera- que son muy de novela, aunque
reales, y sería muy complicado inventarlos, por lo que no es complicado
integrarlos en un relato, que acaban de perfilar".
Además, reconoce que ha introducido trasuntos de la británica Priscilla
Scott-Ellis, que fue esposa de José Luis de Vilallonga, y de Dionisio
Ridruejo.
Aunque con mucho trabajo como responsable del Urbanismo de Barcelona en
el equipo del alcalde Xavier Trias, dice Antoni Vives que no deja de
escribir y que ya ha empezado un nuevo relato que abarcará un período
que va de los años cincuenta a los noventa del siglo pasado.
Nacido en la capital catalana en 1965, Vives es autor de varios libros
de ensayo como "El nacionalisme que ve" y articulista habitual del
periódico "Ara".
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Sólo un muerto más
Por Jon Bilbao | Críticas |
Sólo un muerto más
Ramiro Pinilla
Tusquets
Barcelona, 2009
Mientras leía la última novela de Ramiro Pinilla, a menudo me venía a
la mente otro libro que, en principio, nada tiene que ver con el
imaginario del autor de Verdes valles, colinas rojas. Se trata de El
sindicato de policía Yiddish, de Michael Chabon. Las dos novelas
comparten un objetivo común: una renovación/ampliación de la literatura
negra mediante la adaptación de los arquetipos del género a los
universos particulares de sus autores. También en ambos casos, el
proceso revela un profundo conocimiento y respeto a tales arquetipos.
Vayamos ahora con las diferencias. Chabon se sirvió de una
interesante ucronía para ambientar su incursión en la novela negra: tras
la Segunda Guerra Mundial, una colonia de judíos se asienta, en vez de
en Israel, en una franja de la costa de Alaska. Pinilla, por su parte,
ha escogido un escenario de carne y hueso, y que conoce muy bien: el
Getxo de la posguerra. El trabajo imaginativo de Chabon fue notable,
pero al mismo tiempo se convirtió en un arma de doble filo. En el El
sindicato de policía Yiddish resulta más atractivo el decorado de la
historia que la historia en sí. En Sólo un muerto más, ambos aspectos de
la novela avanzan de la mano, apoyándose mutuamente a cada paso. Por
otro lado, el universo creativo de Chabon, con sus referencias al mundo
judío y a la cultura pulp está menos asentado y es más flexible que el
Getxo de Pinilla, que ha venido construyéndose desde Las ciegas hormigas
(1960), por lo que el casamiento de aquél con el género negro era mucho
más sencillo.
Estamos en 1945 y Sancho Bordaberri es propietario de una librería en
Getxo. Además de leer le gusta escribir. Admira a los clásicos del
género negro: Hammett, Chandler, Cain… y escribe novelas emulándolos,
ambientadas en un Los Ángeles donde nunca ha estado y protagonizadas por
detectives de gabardina, sombrero de ala ancha y revólver calibre 38.
Lamentablemente, ninguna editorial acepta sus novelas. Tras dieciséis
fracasos (dieciséis novelas), casi arroja la toalla. Está a punto de
abandonar sus aspiraciones literarias cuando se detiene a pensar que
quizá lo que debería hacer es escribir sobre lo que sabe y sobre las
personas que conoce, lo que dará verosimilitud y garra a sus historias.
Además, tiene una historia delante de sus mismas narices. La ha tenido
desde hace diez años, cuando los gemelos Altube, unos conocidos
marrulleros y timadores, fueron encadenados a una roca de la playa de
Arrigúnaga para que la marea los ahogara. El inicio de la Guerra Civil
eclipsó la posterior investigación y el culpable nunca fue descubierto.
Sancho decide convertirse él mismo en investigador y vivir la novela que
luego escribirá.
Dicho esto, podría pensarse que Sólo un muerto más consiste en una
traslación de las tramas clásicas del género negro a un escenario
diferente del habitual, que los personajes en lugar de whisky beberán
txakolí; en lugar de empuñar revólveres llevarán escopetas de caza; y en
lugar de los policías corruptos, las palizas las darán los falangistas.
Esto, de por sí, ya sería interesante y meritorio. Pero hay bastante
más.
La inmersión de Sancho Bordaberri en su proyecto
detectivesco/literario va más allá de hacer unas cuantas preguntas a sus
vecinos. Puesto que actuará como investigador, también se convertirá en
un personaje de su futura novela, y eso requiere someterse a ciertos
cambios. Sancho Bordaberri pasa a llamarse Samuel Esparta (en homenaje a
Sam Spade), se enfunda el traje que sólo usaba en bodas y entierros y
desempolva el sombrero que su tío trajo de las Américas. Pero esto no es
suficiente. Todo investigador privado que se precie debe disponer de
una oficina y de la secretaria de rigor. La librería hará las funciones
de lo primero; y en cuanto a la secretaria, Koldobike, la antigua
dependienta del negocio es ascendida de repente, previo teñido de rubio
platino.
Este modo de afrontar la investigación es el aspecto más llamativo de
la novela, y también el más arriesgado. En una primera lectura, la
presencia de alguien disfrazado de detective encaja a duras penas en el
escenario del Getxo de la posguerra, un entorno poco dado a las
fantasías. Choca el modo como sus vecinos, tras la obvia sorpresa
inicial, atienden las indagaciones de Samuel Esparta, cuando parecería
más lógico que se rieran de él y no se lo tomaran en serio. Sin embargo,
es precisamente el cambio de atuendo y actitud lo que permite progresar
a Samuel Esparta y que las personas implicadas en el caso de los
gemelos Altube se sinceren con él. La apariencia de Samuel los
impresiona y anula sus reacciones primeras. Al mismo tiempo introduce un
elemento de distanciamiento que permite a los vecinos contar a Samuel
Esparta cosas que no dirían a Sancho Bordaberri.
Es obligado hablar también del carácter metaliterario de Sólo un
muerto más. Durante sus indagaciones, Samuel Esparta se topa con un
peculiar antagonista: un miembro de la Falange que, al igual que él,
posee ambiciones literarias. El falangista es un poeta con inclinación a
cantar las hazañas y virtudes del Régimen, pero quiere dar el salto a
la narrativa. La idea de «vivir una novela» le atrae y el falangista se
convierte en competidor de Samuel Esparta a la hora de desvelar el
misterio de los gemelos Altube. Las conversaciones de tema literario
entre ambos investigadores, verdaderos enfrentamientos de narrativa
contra poesía, constituyen uno de los puntos más interesantes e
inesperados del libro. El discurso de Esparta, partidario de la
narrativa, es más que una declaración de intenciones; se trata de una
poética en sí mismo, una poética en la que al lector familiarizado con
la obra de Ramiro Pinilla le resultará fácil identificar la voz de éste.
Por lo tanto, Ramiro Pinilla, a través de Sancho Bordaberri, a través
de Samuel Esparta, nos regala una clase magistral sobre su concepción de
la escritura, otra de las razones por las que Sólo un muerto más no es
sólo una novela más.
Jon Bilbao
http://jonbilbao.wordpress.com