Prevenido estaba el azahar, prevenido el suelo de adoquines de Gerena para soportar el paso suave, leve, de los pasos que Lo llevan. La salvación está en Él, en esa muerte como un sueño de tres días que acaba en Gloria, un sueño del que despertamos deslumbrados por la luz reflejada en la cal blanca que nos deslumbra, en el azul celeste que nos cobija, en las hojas verdes de los naranjos que motean las calles de nuestro más querido interior y arropan el aliño de primavera en los que macera nuestra ilusión, con especias, incienso de oriente, cera de abeja, humo gris de nuestros pecados, madera añeja de viejos bancos donde derramamos unas lágrimas de arrepentimiento y contrición.
Pero la lluvia no quiso que viera, por primera vez, sobre filigranas imposibles de caoba, los violetas de lirios ajados por la noche de Marzo. Entre cuatro hachones de luz barroca, te quedaste esperando frente a tu Madre, Soledad, pisar las calles estrechas del barrio. Las espadañas esperaban asomarse para ver tu cabeza coronada de dolor, tus pies sangrantes soportando, clavados en el madero, las culpas del mundo.
El retablo de dorados estípites, de retorcidas columnas salomónicas, se apagó de pronto, y quedaste Tú, amparado por los cirios de llama oscilante, iluminando el silencio de tu verdad absoluta.
Dentro de poco, volveré a arrodillarme en tu rincón en penumbras de la nave lateral, cercano, mis ojos mirarán tus clavos, tus manos y tus pies sangrando, tu costado abierto, que, goteando, formarán claveles en la jarra de plata preparada.
Javier Compás
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