19-Marzo-2011
Era por mil novecientos cincuenta cuando cuatro poetas falangistas intrépidos, locos de aventuras literarias, azules pero con entorchados de franquismo, se atrevieron a desembarcar en Hispanoamérica en una misión poética. Eran: el buen amigo de Lorca al que tanto le dolió su muerte y al que tuve la inmensa suerte de conocer, Luis Rosales; el taciturno Leopoldo Panero; el vasco, muy vasco y muy español, Antonio de Zubiearreu, y el siempre díscolo y polémico y a veces tantas veces temido por su sutil incontinencia verbal o escrita, Agustín de Foxá. Dieron recitales por casi toda Sudamérica, y de Lima a Costa Rica, y de Méjico a Venezuela y de Colombia acullá. Imagino que tendrían ese sueño, como el de todos los poetas, poblar de sueños a quienes se dispusieran a soñarlos.
Pero no todo fue así ni tan sencillo. Durante algunos de esos recitales, los poetas entusiastas fueron acosados y perseguidos por una turba de comunistas exasperados y violentos, que, en cuatro de los veintitrés espectáculos poéticos que protagonizaron, se vieron agredidos incluso físicamente (aun con violencia de “puños y pistolas”) por aquellos tataradeudos de los que ahora se dicen tan tolerantes y amigos de las libertades.
De aquella arriesgada aventura poética quedan testimonios escritos de esos cuatro temerarios jinetes literarios. Pero, sin duda, el más elocuente es el de Foxá. Nos basta leer la carta que éste le dirige a su madre en marzo de 1950: “Sobre todo en Venezuela tuvimos la sensación del atentado. Los periódicos comunistas saludaron así nuestra llegada “Ocultos en el hotel Waldorf, de Caracas, se encuentran desde hace dos días los poetas franquistas responsables de actos muy graves: Rosales fue el delator de Federico García Lorca. Foxá, director general de seguridad (donde se caracterizó por su fría crueldad). Todos responsables de la muerte de sabios e intelectuales republicanos. La juventud cubana los arrojó de La Habana; esta tarde, a las seis, darán un recital en el Hogar Americano”.
El vitalista Foxá convertido, por arte de la mentira más grosera, en cruel director general de seguridad; increíble, puro surrealismo. Las mentiras de siempre, ya sabemos. Y eso se atrevían a decir de él en ese entonces, de él y de esos atrevidos poetas, con esa flagrante mendacidad.
Pero a Foxá todo aquello le importaba muy poco, todo le importaba muy poco, en realidad. Y siguió viviendo con su buen malvivir, sabiendo que se moría. Da la impresión de que esos comunistas de Caracas, o los que heredaron su saña instalando su campamento en una ciudad al sur de España, nunca le olvidaron y le siguieron la pista, hasta muchos años después de su muerte. Las alimañas carroñeras son así: degustan los cadáveres con voracidad hasta el último hueso.
Pero él, Foxá, tuvo que saber o hubo de tener premoniciones. Si no, no se entiende lo que le dice a su madre en plena persecución: “Todo esto ha servido para dar a nuestro viaje una aureola heroica, o una resonancia inusitada”. Es su carta desde Managua de 9 de febrero de 1950. Como imaginando el futuro, eso que muchos años después hubo de pasar.
Yo ahora me refiero al otro viaje de Foxá, el de hace poco, cuando algunos quisieron regresarlo a la historia y otra vez Caracas. La historia que se repite. Parece cosa de magia. Pero se repite, está visto. La aureola heroica y la resonancia inusitada. Al menos eso quedó.
José Manuel Sánchez del Águila Ballabriga.
Pero no todo fue así ni tan sencillo. Durante algunos de esos recitales, los poetas entusiastas fueron acosados y perseguidos por una turba de comunistas exasperados y violentos, que, en cuatro de los veintitrés espectáculos poéticos que protagonizaron, se vieron agredidos incluso físicamente (aun con violencia de “puños y pistolas”) por aquellos tataradeudos de los que ahora se dicen tan tolerantes y amigos de las libertades.
De aquella arriesgada aventura poética quedan testimonios escritos de esos cuatro temerarios jinetes literarios. Pero, sin duda, el más elocuente es el de Foxá. Nos basta leer la carta que éste le dirige a su madre en marzo de 1950: “Sobre todo en Venezuela tuvimos la sensación del atentado. Los periódicos comunistas saludaron así nuestra llegada “Ocultos en el hotel Waldorf, de Caracas, se encuentran desde hace dos días los poetas franquistas responsables de actos muy graves: Rosales fue el delator de Federico García Lorca. Foxá, director general de seguridad (donde se caracterizó por su fría crueldad). Todos responsables de la muerte de sabios e intelectuales republicanos. La juventud cubana los arrojó de La Habana; esta tarde, a las seis, darán un recital en el Hogar Americano”.
El vitalista Foxá convertido, por arte de la mentira más grosera, en cruel director general de seguridad; increíble, puro surrealismo. Las mentiras de siempre, ya sabemos. Y eso se atrevían a decir de él en ese entonces, de él y de esos atrevidos poetas, con esa flagrante mendacidad.
Pero a Foxá todo aquello le importaba muy poco, todo le importaba muy poco, en realidad. Y siguió viviendo con su buen malvivir, sabiendo que se moría. Da la impresión de que esos comunistas de Caracas, o los que heredaron su saña instalando su campamento en una ciudad al sur de España, nunca le olvidaron y le siguieron la pista, hasta muchos años después de su muerte. Las alimañas carroñeras son así: degustan los cadáveres con voracidad hasta el último hueso.
Pero él, Foxá, tuvo que saber o hubo de tener premoniciones. Si no, no se entiende lo que le dice a su madre en plena persecución: “Todo esto ha servido para dar a nuestro viaje una aureola heroica, o una resonancia inusitada”. Es su carta desde Managua de 9 de febrero de 1950. Como imaginando el futuro, eso que muchos años después hubo de pasar.
Yo ahora me refiero al otro viaje de Foxá, el de hace poco, cuando algunos quisieron regresarlo a la historia y otra vez Caracas. La historia que se repite. Parece cosa de magia. Pero se repite, está visto. La aureola heroica y la resonancia inusitada. Al menos eso quedó.
José Manuel Sánchez del Águila Ballabriga.
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