martes, 8 de diciembre de 2009

"Leopoldo Panero, la verdad en persona" José María García de Tuñón Aza


En una carta que Unamuno escribió a Leopoldo Alas Clarín al comenzar el siglo pasado le decía que al morir quisiera que se dijese de él «¡fue todo un poeta!»{1}. También escribió que «el poeta es el que nos da todo un mundo personalizado, el mundo entero hecho hombre, el verbo hecho mundo»{2}. El mismo Unamuno que si tiene alguna coincidencia con Panero es «de actitud religiosa, pero no poética», nos dice Luis Felipe Vivanco{3}. Pues bien, Leopoldo Panero fue todo un poeta y la clave de su poesía su amigo Luis Rosales la definió «como un nuevo humanismo»{4}, que nació un 17 de octubre de 1909 en Astorga –muy cerca de la catedral y del palacio episcopal, la obra que diseñara Antonio Gaudí–, y que apareció en el panorama poético español en el año 1928 cuando aún no había terminado su carrera de derecho y que después ampliaría sus conocimientos estudiando lengua y literatura francesa en las Universidades de Tours y Poitiers, así como lengua y literatura inglesa en la Universidad de Cambridge. Algunos dicen de él que tuvo la buen y la mala suerte de pertenecer a la generación de 1936. La mala porque venía detrás de la de 1927; y la buena «porque vivió una época en la que era fácil replegarse hacia el culto de la belleza pura»{5}. En el momento presente se encuentra en una discreta penumbra, aunque también es cierto que al cumplirse el cuarenta aniversario de su muerte su obra ha sido revisada en el mundo académico con dos cursos universitarios realizados en Astorga por la Fundación de Universidades de Castilla y León, y por la Universidad de La Laguna con la presentación del poemario De Astorga y el poeta, de Javier de la Rosa. Sin embargo, el poeta Carlos Bousoño, en el 25 aniversario de la muerte de Panero, ya denunciaba la injusticia, no generalizada lógicamente, con que sus versos eran vistos en aquellos momentos «por algunas personas aficionadas a la poesía a causa de los elementos ideológicos que tales versos encierran, tan opuestos a lo que en el momento actual demandamos muchos españoles».{6}
Los Panero en Astorga –nos dice su pariente y amigo Ricardo Gullón– eran toda una institución. La confitería fundada por Juan Panero, abuelo del poeta, era algo así como el punto de cita y reunión de mucha gente en Astorga. Juan Panero, casado con Niceta Núñez, llegaron a tener dieciséis hijos, de los que el padre del poeta, Moisés, haría el número tres. Éste se casaría con Máxima Torbado de carácter entero y caridad incesante. Tuvieron seis hijos, cuatro chicas de la que una de ellas moriría de muy niña, y dos varones, Juan y Lepoldo. Éste haría el número tres, detrás de una chica y de Juan que fallecería en un accidente de automóvil el 7 de agosto de 1937 y que repitiendo a Miguel Hernández en su elegía primera a Federico García Lorca: Muere un poeta y la creación se siente / herida y moribunda en las entrañas. / Un cósmico temblor de escalofríos / mueve temiblemente las montañas... Efectivamente, fue Juan Panero un buen poeta, un profundo y delicado poeta que había labrado una poesía de amoroso misticismo, en palabras de Luis Felipe Vivanco{7}, y que ya era conocida cuando empieza a publicar su hermano Leopoldo. Tres años después de su trágica muerte, la revista falangista Escorial{8} divulgaría de él cinco sonetos y dos poemas amorosos:
Yo quisiera recordarte que el amor es eterno,
y que es sólo la muerte quien le unge de Gracia y lo colma
de paz en la paz de los cielos.
No extrañes mis palabras, transidas de nombrarte:
sólo la carne es muerte;
pero cumplo un deber suscitando en tu sangre la inocencia
del tiempo
y complazco el instante soñado con tu nombre
en que me has de cerrar con dulzura los párpados
para dar evidencia suficiente a mi carne.{9}
Leopoldo Panero se vio muy afectado por la inesperada muerte de su hermano –«en acto de servicio», la calificó la revista Escorial– . Un año más joven que Juan, Leopoldo dedicaría a su hermano un poema lleno de dolor donde recuerda en sus estrofas y canto en sus palabras la infancia y adolescencia de ellos dos «en las campesinas llanuras, aleteantes de chopos y ensombrecidas de encinas que circundan Astorga, y más tarde nuestra estancia como internos en un colegio de San Sebastián, tan melancólicamente lejos de nuestra luz nativa, pegado el oído al sordo ruido de las olas y empapado el pensamiento de ausencia desde las cumbres del monte Ulía, donde tantas horas nuestras transcurrieron para siempre, caídas en la luz de sus valles»{10}. Y he aquí las tres primeras estrofas:
A ti, Juan Panero, mi hermano
mi compañero y mucho más;
a ti tan dulce y tan cercano;
a ti para siempre jamás.

A ti que fuiste reciamente
hecho de dolor como el roble;
siempre pura y alta la frente,
y la mirada limpia y noble;

a ti nacido en la costumbre
de ser bueno como la encina;
de ser como el agua en la cumbre,
que alegra el cauce y lo ilumina...{11}
La guerra estaba dejando una fuerte impresión en la familia Panero. El poeta «en la época del segundo bienio republicano, después de la revolución de octubre, había tenido refugiado en su casa a César Vallejo{12}. Él, su padre y su hermano Juan eran republicanos y, por añadidura, los dos últimos habían colaborado en la revista poética de Neruda Caballo verde para la poesía. Era más que sobrado. Su padre y él estuvieron en la cárcel, de donde los sacó, a duras penas, la energía y decisión de la madre, que acudió a Salamanca en busca de valimientos familiares»{13}. Sin embargo, esta versión, que nos da Dionisio Ridruejo, no es del todo coincidente con la que nos dan otros estudiosos del poeta. Al parecer el 20 de octubre de 1936 es detenido Leopoldo Panero y conducido a San Marcos, en León, donde su vida podía correr la misma suerte que la que corrió García Lorca en Granada. Es el ya citado pariente Ricardo Gullón quien nos dice que a Leopoldo le acusaban en Astorga de pertenecer al Socorro Rojo y de haber estado, durante su estancia en Inglaterra, al servicio de la citada organización:
Pruebas no había, pero nadie ignoraba que en circunstancias como aquellas la acusación hacía fe por el mero hecho de formularse y al presunto culpable incumbía demostrar su inocencia, si se le daba tiempo y ocasión para hacerlo. La madre guardaba cartas y lamentándose de que siempre andaba escaso de fondos. Conservaba recibos de los giros que le fueron enviando a Inglaterra. Provista de éstos y otros papeles y provista, sobre todo, de la voluntad de salvar a su hijo, marchó a Salamanca convencida de que únicamente del centro del poder podían salir las órdenes salvadoras. Visitó a Unamuno y le pidió que interviniese a favor de Leopoldo declarando cuáles eran sus actividades en Inglaterra y quiénes sus amigos. «Haré cuanto sea preciso», prometió don Miguel, «pero cuanto yo diga y haga puede perjudicarle en vez de ayudarle». La palabra del viejo maestro, aislado, condenado a soledad y silencio, no era ciertamente la más apropiada para garantizar conductas políticas. Una segunda visita, ésta a doña Carmen Polo, esposa del General Franco y pariente lejana de los Torbado, trajo la solución. A Franco no era posible hablarle en aquel momento, pero la señora recibió amablemente a la madre angustiada, la escuchó, examinó los papeles que llevaba y le dijo: «Paco está en una junta con los generales, pero yo le informaré del asunto». Sin duda su intervención fue eficaz, pues no tardó en recibirse en León orden de no proceder contra Leopoldo.{14}
La que llegaría a ser su mujer, Felicidad Blanc, nos da su versión que no difiere mucho de la de Gullón porque dice:
En Salamanca va primero a ver a don Miguel de Unamuno; piensa que el testimonio del rector de la Universidad puede aclarar la conducta de Leopoldo en Cambridge, se le acusa de marxismo por su amistad Ilia Ehrenburg y otros intelectuales marxistas. Mi suegra gustaba de recordar aquella conversación con don Miguel. Unamuno la recibió muy atento; estaba con una de sus hijas. Le dijo: «No hay nada que yo pueda hacer, no tengo ya ninguna fuerza en esta ciudad; yo mismo estoy enclaustrado y vigilado». Y le explicó lo que había pasado, lo que él había dicho: «Vencerías, pero no convenceréis».
De la casa de don Miguel se dirige al Cuartel General. Carmen era prima lejana de mi suegra, en su juventud se había tratado superficialmente. La mujer de Franco la recibe y mi suegra le cuenta lo que sucede: la absurda situación de su hijo, una persona pacífica que nunca se ha metido en nada. Carmen Polo le dice que su marido está en una reunión, pero le promete que, en cuanto termine, hablará con él y se dará orden de que lo suelten{15}.
Efectivamente, el 18 de noviembre fue puesto en libertad y retornó de nuevo a su casa de Astorga donde la familia decidió que se incorporase en el ejército y un pariente lejano, Miguel Arredondo, le incorporó en su unidad. De esta manera se terminaron los momentos de angustia y zozobra por los que toda la familia estaba pasando hasta que llegó la muerte de su hermano Juan, al que ya nos hemos referido. Terminada la guerra, parte de la familia se instala durante largas temporadas en Madrid donde el poeta coincidiría en la tertulia del Lyon, entre otros, con Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Gerardo Diego, tertulia que se fundiría más tarde con la de Manuel Machado. Y lentamente retornaron las costumbres de siempre.
Un día Manuel Machado tiene la idea de establecer una academia literaria o más bien una especie de tertulia literaria que llevaría el nombre de Musa Musae. En la tercera reunión, Panero se reveló como poeta. Fue en el mes de abril de 1940 en el Museo de Arte Moderno y que dirigía el poeta sevillano Eduardo Llosent. Con voz grave, Leopoldo Panero dijo el romance a Joaquina Márquez, el amor del poeta que había conocido en Guadarrama y que fallecería poco después:
¡Dejad que llene mis manos
de nieve para tocarla!
¡Dejad que sienta la muerte
como la lluvia en la cara!

Dejad la muerte conmigo;
la muerte rota en el alma.
Dejad volar mi alegría.
Dejad que vuele. Dejadla.{16}
Poema del amor perdido en un sanatorio donde ambos, enfermos, habían coincidido. Le seguiría después Tierra del corazón, notándose en este poema la presencia del hermano perdido, y otros a la gótica catedral de León. Para terminar, un largo poema de amor, del nuevo amor que por aquellos días ocupaba un lugar preferente en su corazón. Era, como dijimos, Felicidad Blanc, escritora, con la que se casaría más tarde y que según Mercedes Formica, que la conoció antes de la guerra, «era la muchacha más bella de Madrid y vivía en una bonita casa de los bulevares rodeada de jardines y de cierto misterio»{17}.
A partir de aquí, Leopoldo Panero ocuparía varios cargos oficiales: Sería director con carácter provisional del Instituto de España en Londres donde al mismo tiempo existía otro Instituto de España, el de los republicanos que dirigía un pariente de Leopoldo, Pablo Azcárate, con quien siempre mantuvo buenas relaciones; director de la revista Correo literario; secretario general permanente de las Bienales Hispanoamericanas de Arte de Madrid, La Habana y Barcelona; miembro de gobierno del Instituto de Cultura Hispana y director del departamento de cooperación intelectual de dicho organismo; secretario general del Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, &c.
En el semanario El Español publica en 1942 un artículo dedicado a Miguel de Unamuno, del que era gran admirador y cuyo espíritu rebelde la impresionó. Lo tituló El paisaje salmantino en la poesía de Unamuno. «El poeta está sintiendo la belleza, la unidad en la belleza del paisaje, que le llena de sosiego y le aduerme en la contemplación de su hermosura y dice: Con la ciudad enfrente me hallo solo / y Dios entero / respira entre ella y yo toda su gloria. Y al final de su poema, como un último latido desamparado, irrumpe la duda agónica, la duda y el ansia personal de don Miguel, que siente removido en el fondo de su pecho el foso de su tristeza, como un niño ciego, y la ceniza de su condición humana arrastrada por el remolino interior de su profunda soledad: Y ahora dime Señor, dime al oído: / tanta hermosura, / ¿matará nuestra muerte?»{18}. Anteriormente ya le había dedicado otro artículo, en noviembre de 1931, en el diario El Sol, que recogen sus Obras completas: «En Miguel de Unamuno, el mismo eco de sus pasos ardientes levanta batallas en la paz. Sí; lo poético lleva en su alma, en su belleza, la propia y pura razón de vida».{19}
La soledad de la que nos habla Unamuno es la misma en la que se encuentra nuestro poeta. Hay quien opina que el hombre quiéralo o no, ha nacido para la soledad. También hay quien llega más allá y dice que el hombre «debe estar solo, si quiere encontrarse a sí mismo»{20}. Es muy posible que esto sea lo que buscaba Panero, sobre todo cuando pierde a algún ser querido. Y aunque el poeta había sido agnóstico durante toda su juventud, abdicaría más tarde de su agnosticismo y viviría el resto de su vida dentro de la religión católica; ahora quiere hacer partícipe a Dios de su soledad por eso escribe estas bellas palabras:
Estoy solo, Señor, en la ribera
reverberante de dolor. Las nubes
se espacían, vastas, grises, mar adentro.
Entre el salado, vaho de los pinos
la luz en estupor de la distancia,
lo mismo que un barranco. Estoy yo solo.
Estoy solo, Señor. Respiro a ciegas
el olor virginal de Tu palabra.
Y empiezo a comprender mi propia muerte
mi angustia original, mi dios salobre.
Crédulamente miro cada día
crecer la soledad tras las montañas.{21}
El concepto de poesía de Leopoldo Panero se parece mucho al de Miguel de Unamuno y Antonio Machado, poeta éste que más influyó en su obra, según palabras del propio Panero. «Para él como para ellos, poesía era primeramente una revelación del poeta y una iluminación de las condiciones humanas conseguida por medio de la contemplación personal, siempre en la dimensión solidaria»{22}. Lo mismo que había hecho con Unamuno, Panero escribió otro artículo en El Sol en 1931 donde nos habla de Machado y que recogería sus Obras completas: «Antonio Machado deja siempre derretido y fuerte al otro lado de los sensual su pecho dolorido, su sangre temblando; su visión de la tierra, yerta y renacida, como soledad donde apenas una fuente late, descansa vagamente rendida, sobre la propia existencia del ser, sobre el hombre melancólico de su destino».{23}
Leopoldo Panero participa en la Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera, junto con Ridruejo, Manuel Machado, Gerardo Diego, Rosales, Vivanco, d'Ors, &c. Hay quien dice que el soneto de Panero fue «uno de los más asépticos de la colección»{24}; sin embargo, a pesar de este juicio muy particular de quien lo emitió y también de que es muy posible que Panero jamás tratara a José Antonio, hay quien cree que la figura del fundador de Falange la «debió empezar a admirar después de su muerte, tras la lectura de sus discursos y a consecuencia, sobre todo, de la labor proselitista de algún viejo camarada»{25} como por ejemplo Rafael Sánchez Mazas, de quien nos dice la viuda del poeta: «Rafael es un conversador maravilloso, habla de José Antonio y de los recuerdos que conserva de él; alguna vez incluso nos ha leído alguna carta suya, y es imposible oyéndole no sentir admiración por José Antonio. Quizá de estas conversaciones quedara en Leopoldo esa admiración que se refleja más tarde en el Canto personal».{26}
Canto personal. Carta personal a Pablo Neruda, en contestación al Canto general del poeta chileno fue una obra muy discutida por unos y por otros, incluso objeto de las más malévolas descalificaciones. «Todavía los amigos discutimos si Leopoldo hizo bien o hizo mal en acudir a la llamada, dejando correr a su generoso corazón y atacando a un poeta temible por su fama...», escribía Antonio Tovar{27}. Carlos Bousoño, dice que en el Canto personal es «donde se halla lo peor de nuestro poeta»{28}. Sin embargo, para Eugenio Montes el magnífico CP había venido a oponerse al hueco palabrero y retórico Canto general de Neruda. Hay más opiniones en un sentido y otro. De todas las maneras su Canto personal fue para algunos motivado, entre otras cosas, por el insulto del poeta a Dámaso Alonso y Gerardo Diego y nuestro poeta quiso salir en su defensa. Asimismo, por la indignación que «al poeta astorgano le produjo el ataque del chileno a España»{29}, «porque todo el poema de Neruda es un insulto a España», nos dice Dionisio Ridruejo{30} que le dedicaría este poema: Ser hombre y caminar pausadamante / besando con la luz de la tristeza / la casa, el monte, el árbol, lo que empieza / a ser humano cuando queda ausente...{31} Su mujer llega a reconocer también que el libro fue distinto a su poesía anterior, muy polémico, incluso de difícil interpretación que no le sirvió más que para colocarle en una situación desairada, atacado por todos los flancos. Incluso por alguno de los que había tratado de defender, en clara alusión a Dámaso Alonso. Y preguntaba: «¿Qué le llevó a escribirlo? ¿El ataque de Neruda en Canto general a amigos tan queridos como Dámaso Alonso y Gerardo Diego a los que llama “hijos de perra”{32}, o sus injustas palabras contra José María de Cossío, que a Leopoldo le consta que ayudó en todo lo posible a Miguel Hernández y al que Neruda acusa de todo lo contrario? [...]. Pero sobre todo creo firmemente que en el fondo lo que está es su arraigado amor a España»{33}. Y la mujer continúa: «Nunca me habló de ese libro, ni de las desilusiones que la amistad le diera con ese motivo. Pero creo que contribuyó a amargar los último años de Leopoldo, convirtiéndole en cierta medida en un ser diferente».{34}
Pero es el propio poeta quien nos da su punto de vista: «Los escribí –sostiene Panero– porque me sentí moralmente obligado a hacerlo. Y tengo la absoluta seguridad de que si el propio Miguel Hernández{35} hubiese vivido, habría sido él quien escribiera una carta análoga a Neruda. En el viaje que en el invierno de 1949 hice por América con Antonio de Zubiaurre, Luis Rosales y Agustín de Foxá, tuvimos conciencia de la incomprensión que, en ciertos sectores, existe todavía respecto de la realidad de España. Y Neruda, usando para ello su prestigio de gran poeta, es uno de los que azuzan esa incomprensión. Por eso creí necesario darle a Neruda, en un poema, algunas nociones españolas que no se pueden olvidar».{36}
En otro momento vuelve a referirse a Pablo Neruda. Es cuando la periodista Pilar Nervión haciéndose eco de las palabras de Dionisio Ridruejo en el prólogo al libro Canto personal que habla de los amigos muertos y de lo que para un cristiano supone la pérdida de un semejante, de un hermano –en la muerte, en la locura, en el odio o en la ruindad–, le pregunta: «¿Quiere decirnos qué amigos poetas ha ido perdiendo usted en cada uno de esos dolorosos capítulos». Panero responde:
«—En la muerte perdí a mi hermano, a Federico García Lorca, a Miguel Hernández, a Vallejo y a Hidalgo. En el odio y en la ruindad he perdido a Pablo Neruda. En la locura no me ha desaparecido ninguno».{37}
Por otro lado, y a pesar de lo que nos dice la mujer de Panero sobre Dámaso Alonso, éste afirma que Panero fue un poeta con una autenticidad entrañada y una hondura rezumante, como quizá no la haya en toda la poesía española de los últimos tiempos. Y añade –creemos que de manera un tanto exagerada– que «en Leopoldo Panero tenemos la poesía de mayor ternura humana que ha producido la literatura española moderna, y una de las más tiernas de todas las épocas de nuestra cultura»{38}.
El autor de Versos del Guadarrama y Escrito a cada instante, ganaría con su obra Canto personal, en 1953, el premio 18 de julio que le entregan en un brillante acto con asistencia del ministro Raimundo Fernández-Cuesta que comenzó su discurso manifestando que la Falange ha buscado siempre la inteligencia como motor de sus actos. Al referirse al poeta dijo, entre otras cosas: «El Canto personal de Panero, carta perdida a alguien que por su actitud sucia y rencorosa merece el desprecio de cuantos hablan o escriben la limpia lengua castellana. Frente a la poesía que destruye debe alzarse la poesía que promete, dijo quien incorporó a la política un sentido poético»{39}. Por su parte, Leopoldo Panero hizo referencia a que las palabras más hermosas del mundo son libertad y poesía, y ambas se unen sin mentira en el nombre de José Antonio. Asimismo señaló: «Si con la guerra marcharon de España media docena de excelentes y genuinos poetas españoles, la cantera quedaba aquí, entre las encinas y los surcos».{40}
El poeta menciona en esta obra varias veces a José Antonio: La irrenunciable sed de José Antonio / era sed de unidad, porque en Castilla, / la sed es patrimonio. Y también: La voz de José Antonio nos avisa / (a través del amor: con doloroso / pensamiento de amor) que corre prisa. Recuerda en otro momento su paso por La Habana y al poeta cubano José Julián Martí y de nuevo a José Antonio:
Mi voz se empapa dolorosamente
de Martí a José Antonio: ¡qué anatema,
qué atrocidad, ¿verdad?, tan fehaciente!

¡Qué dos rebeldes de la misma yema!
¡Qué dos esperanzados, roto el pecho!
¡Qué ejemplos juntos de visión suprema!

Martí es el José Antonio a tiempo hecho
(igual que un manantial de Dios alumbra),
y Cuba en Zaragoza tuvo techo.

Los dos murieron cuando el ser se encumbra
a firme madurez; y en flor cortados,
fundaron a su patria en su penumbra.

Porque no están los días acabados
de Martí y José Antonio, en el oficio
del tiempo, sino apenas iniciados...{41}
Hay otro momento que funde los nombres de Federico García Lorca con José Antonio, sin dejar de seguir citando a Martí:
Ninguna voz profética, cortada
por el hacha, se extingue o se ha extinguido;
tampoco en Federico está enterrada.

Los dos eran temblor, en el sentido
poético de España; y eran buenos,
lo mismo que Martí. Todo es gemido...{42}
Leopoldo Panero muere en su casa de Castrillo de las Piedras (Astorga) el 27 de agosto de 1962 donde se hallaba en compañía de su esposa y sus hijos. Ese día el poeta dice a su mujer que se encontraba mal y que fuera a llamar al médico. Ella corre en su busca. Lo encuentra cuando se disponía ir a una fiesta. Al regresar a casa el poeta parece que se encuentra mejor, hasta da la impresión que ha recobrado el color de su cara. El médico le toma el pulso y dice que no le ve nada anormal. Marcha, pero una nueva llamada le hace volver. Sigue sin verle nada grave y le manda tomar una pastilla. El poeta queda tranquilo y su mujer lo deja solo para que descanse un rato. Pasa el tiempo, sube a la habitación, le coge la mano: está helada y no le encuentra el pulso. Manda buscar esta vez al practicante porque sabe que no encontrarán al médico. Cuando sube a la habitación le explica lo que pasa, le abre los ojos y volviéndose hacia ella no sabe cómo decírselo, pero la mujer ve en aquella mirada el reflejo de la muerte del poeta y de que todo se acabó: «¿No me irá a decir que está muerto?». «Qué puedo decir. Sí, está muerto».
Déjame, Señor, así;
déjame que en Ti me muera
mientras la brisa en la era
dora el tamo que yo fui.

Déjame que dé de mí
el grano limpio, y que fuera,
en un montón, toda entera,
caiga el alma para Ti.

Déjame cristal, infancia,
tarde seca, sol violento,
crujir de trigo en sazón:

coge, Señor, mi abundancia,
mientras se queda en el viento
el olor del corazón.{43}
Se produce un silencio solamente roto por las plegarias del sacerdote que se inclina ante el cadáver. Empieza a llegar gente, las hermanas de Leopoldo gritan y lloran, pero la muerte no es eso, no ha sido nunca eso, «la muerte es el silencio».{44}
Para morir contigo cada día,
Felicidad te quiero. ¡Oh insondable
pasión de la vejez en largo sueño!{45}
Ese mismo día otro poeta, José García Nieto, recibe la noticia de la muerte de su amigo. Se encontraba en un pueblo cerca de Guadarrama. Camina hacia la ermita del Cristo de Gracia, de las Navas, «estaba vacía. Recé por él, creo que con él, todavía sentado, como si estuviéramos hablando de la vida, de la poesía, de la muerte, de todo eso que él nos enseñó que podía ser uno. Había una rendija hacía el sol de fuera en la puerta de Dios. Por ella se veía esa encina grande, de fuertes brazos, como muerta de pie, que da historia y referencia del pueblo. El árbol, el poeta, estaban allí, sobre la muerte»{46}. Y a continuación García Nieto escribe este hermoso soneto:
Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.

Y tú no estás. ¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado.
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.

Torre de hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!

Rezo sin entender... ¿Cómo podía
haber sido...? En la Cruz, El me decía
que lo mejor estaba de su parte.{47}
Después, García Nieto, junto con otros poetas y escritores: Ridruejo, Laín Entralgo, Vivanco, Crémer, Castillo Puche, &c., acompañaría los restos mortales de Panero al panteón de la familia en el cementerio de Astorga. En el momento de producirse el óbito tenia en preparación La verdad en persona, poema que trataba sobre Cristo porque Dios estuvo siempre presente en la poesía de Leopoldo Panero como punto de referencia a esperanzas y angustias.
Notas
{1} Luis S. Granjel, Retrato de Unamuno, Editorial Guadarrama, Madrid 1957, pág. 286.
{2} Miguel de Unamuno, Obras Selectas, Editorial Plenitud, Madrid 1960, pág. 225.
{3} Luis Felipe Vivanco, Introducción a la poesía española contemporánea, Ediciones Guadarrama, Madrid 1957, pág. 614.
{4} Luis Rosales, Lírica española. Editora Nacional. Madrid, 1972, pág. 347.
{5} César Aller, La poesía personal de Leopoldo Panero, EUNSA, Pamplona 1976, pág. 23.
{6} Carlos Bousoño, Con la frescura de Lope, Diario ABC de Madrid, 27 agosto 1987, pág. 27.
{7} Citado por Demetrio Castro Villacañas, en el diario La Nueva España de Oviedo, 5 de enero de 1974, pág. 7.
{8} Escorial, Revista de Cultura y Letras, Tomo I, Madrid, noviembre 1940, pág. 82.
{9} Escorial Revista..., op. cit., pág. 82.
{10} Leopoldo Panero, en una conferencia inédita pronunciada por el poeta en los Cursos Universitarios de Verano en León y recogido por la revista Cuadernos Hispanoamericanos. Instituto de Cultura Hispánica, julio-agosto 1965, nº 187-188, pág. 10.
{11} Leopoldo Panero, Obras completas, Editora Nacional, Volumen I, Madrid 1973, pág. 148.
{12} A este poeta peruano le dedicaría un poema: ¿De dónde, por qué camino había venido / soplo de ceniza caliente, / indio manso hecho de raíces eternas / desafiando su soledad, hambriento de alma / insomne de alma, hacia la inocencia imposible / terrible y virgen como una cruz en la penumbra...? Por otro lado, Vallejo que era de afiliación comunista, «no era un poeta comunista», nos dice el escritor cubano Gastón Baquero. Asimismo, la viuda de Vallejo en una biografía que escribió de su marido, nos dice que éste poco antes de morir le dicta la siguiente frase: «Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios, más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios». Palabras, entre otras, que recoge Leopoldo Panero en sus Textos humanos antes de comenzar a escribir su Carta perdida a Pablo Neruda.
{13} Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias, Editorial Planeta, Barcelona 1976, pág. 138.
{14} Ricardo Gullón, La juventud de Leopoldo Panero, Diputación Provincial de León, León 1985, págs. 89-90. De la opinión de Ridruejo sobre su amistad con César Vallejo y ser ésta la principal causa de la que se le acusó para ser encarcelado además de haber publicado un poema en el número uno de la revista Caballo verde para la poesía fundada en Madrid por Pablo Neruda, participa Julio Rodríguez-Puértolas (ver su libro Literatura fascista española, Ediciones Akal, Madrid 1986, pág. 200).
{15} Felicidad Blanc, Espejo de sombras, Editorial Argos/Vergara, Barcelona 1981, págs. 122-123.
{16} Leopoldo Panero, Obras..., op. cit., (Volumen I) pág. 117.
{17} Mercedes Formica, Escucho el silencio, Planeta, Barcelona 1984, pág. 100.
{18} Semanario El Español, nº 9, 26 diciembre de 1941. pág. 12.
{19} Leopoldo Panero, Obras completas (Volumen II), Editora Nacional, Madrid 1973, pág. 17.
{20} María Meredes Marcos Sánchez, El lenguaje poético de Leopoldo Panero, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca 1987, pág. 70.
{21} Leopoldo Panero, Obras..., op. cit. (Volumen I), pág. 63-64.
{22} Eileen Connolly, Leopoldo Panero: La poesía de la esperanza, Editorial Gredos, Madrid 1969, pág. 68.
{23} Leopoldo Panero, Obras..., op. cit. (Volumen II) pág. 12
{24} Julio Rodríguez-Puértolas, Literatura fascista española, Ediciones Akal, Madrid 1986, I, pág. 200.
{25} Javier Huerta Calvo, De poética y política, Instituto Leonés de Cultura, León 1996, pág. 37.
{26} Felicidad Blanc, op. cit., pág. 155.
{27} Citado por Javier Huerta Calvo, op. cit., pág. 21.
{28} Diario ABC, 27 de agosto de 1987, pág. 27.
{29} César Aller, op. cit., pág. 146.
{30} Leopoldo Panero, Canto personal. Carta perdida a Pablo Neruda, Introducción por Dionisio Ridruejo. Ediciones Cultura Hispánica, Madrid 1956, segunda edición, pág. 13.
{31} Dionisio Ridruejo, Hasta la fecha (poesías completas), Aguilar, Madrid 1961, pág. 531.
{32} Es en el poema que dedica a Miguel Hernández: Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre. / Que sepan los que te dieron tormento que me verán un día. / Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre / en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos / de perra, silenciosos cómplices del verdugo...
{33} Felicidad Blanc, op. cit., pág. 196.
{34} Ibíd.
{35} El poema que Neruda dedicó a Miguel Hernández en su Canto general lo tituló: A Miguel Hernández asesinado en los presidios de España.
{36} Revista Correo Literario, nº 86, 15 de diciembre de 1953. Entrevista de Carlos Fernández Cuenca a Leopoldo Panero.
{37} Semanario El Español, nº 242, 19-25 julio 1953, pág. 15.
{38} Dámaso Alonso, Poetas españoles contemporáneos, Editorial Gredos, 3ª edición, Madrid 1988, pág. 336.
{39} Diario La Nueva España, 23 de diciembre de 1953, pág. 6.
{40} Ibid.
{41} Leopoldo Panero, Obras..., ed. cit. (Volumen I), pág. 304.
{42} Ibid., pág. 20.
{43} Leopoldo Panero, Obras..., ed. cit. (Volumen I) pág. 185.
{44} Felicidad Blanc, op. cit., pág. 212.
{45} Leopoldo Panero, Obras..., ed. cit. (Volumen I) pág. 390.
{46} José García Nieto, La poesía de Leopoldo Panero, Editora Nacional, Madrid 1963, pág. 30.
{47} José García Nieto,Cuadernos Hispanoamericanos, op. cit., pág. 201.

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