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PLUMA AFILADA Y OLVIDADA |
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Rafael García Serrano. Las vacas de Olite (y otros asuntos de toros). Toros de Iberia (6 historias de toros). Homo Legens, Madrid, 2012. 206 pp. 20,00 €. |
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UN NUEVO GÉNERO |
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VV.AA. Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género narrativo. Edición de Irene Andrés-Suárez. Cátedra Letras Hispánicas, Madrid, 2012. 528 pp. 13,20 €. |
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Si la hiperbrevedad y la narratividad son rasgos definitivos del ´cuarto género
narrativo´, o sea el microrrelato, es innegable que su creador más leído en
Italia fue Giovanni Guareschi y en la generación siguiente lo
ha sido en España Rafael García Serrano. Pero así como podemos
discutir con los eruditos sobre qué es y no es un microrrelato, es difícil negar
que la crítica literaria ha sido en Europa Occidental bastante más que sectaria
durante los últimos 70 años; lo que hizo del autor de Don
Camillo un autor de éxito entre los lectores y un paria para la cultura
oficial. Y andando en tiempo lo mismo habría de pasar –aquí tenemos la prueba-
con el autor de Eugenio: considerando el estilo y los rasgos de
Rafael García Serrano, cómo la estimable antología de
Cátedra, una iniciativa seguramente necesaria que reúne a setenta y
tres escritores fundamentalmente del siglo XX, excluye precisamente a todo su
entorno intelectual, cultural, periodístico, humano y, oh, político. No porque
le falte calidad, hiperbrevedad o narratividad, sino porque es de temer que para
los gustos de este tiempo de crisis y decadencia a él y a sus amigos les
faltasen otras cosas.
Ignorado quizá por el público académico y el
público editor, valga el oxímoron, Rafael García Serrano
enamoró al público lector –en prensa, en ficción y en todo tipo de prosa- desde
que era poco más que un adolescente. Pocos como él en su siglo han contado
historias, más breves y brevísimas que largas, y lo han hecho tocando todos los
palos de la narrativa, desde lo puramente onírico hasta lo político, desde lo
folklórico hasta lo futurista. Siempre con un gusto por la historia y con otro,
no menor y casi nunca disimulado, por el humor. Relato menor o microrrelato, lo
cierto es que contar la prosa de aquel siglo sin su presencia es un desafío que
roza lo improbable.
Lo que hace Homo Legens es recuperar para el
lector de la generación de los nietos, castigado por el silencio, el olvido y la
mentira, dos piezas importantes si no centrales de la prosa del navarro. Por un
lado, Las vacas de Olite nos lleva a los recuerdos festivos de García
Serrano en la ciudad del castillo, en casa y compañía de Juan
José Ochoa. Olite, que lleva unos cuantos años regodeándose en la
invención de memorias y desmemorias de una Edad Media ideal a gusto de horteras,
iletrados y maestros locales, fue protagonista para García
Serrano y fue patria de Ochoa, y las dos cosas las ha
olvidado y las ignora. Pocas ciudades habrán merecido tanto amor adolescente
como el que García Serrano demostró por Olite hasta el último
día y la última línea; y pocos amores tan ignorados, despreciados y maltratados
por los ediles y los ilustres locales que han negado hasta hoy, y para vergüenza
de ellos que no de él, hasta una calle al escritor pamplonés. Menos mal que
existen los libros, para poder hacer memoria y en su momento enderezarla, porque
como tuviésemos que confiar a la lealtad de los olitejos la memoria de
Rafael García Serrano mal iríamos.
García
Serrano, marcado por la experiencia de la Vieja Guardia y de la Guerra
Civil, enamorado de Olite siendo adolescente y de Italia siendo joven (qué mejor
combinación por lo demás), nunca dejó de escribir, pero pese a su erudición y su
amenidad Los toros de Ibera recibieron el mismo castigo en vida y póstumo que
toda la obra del navarro: la marginación y el intento de olvido que sólo por su
simpatía ha podido vencer y remontar poco a poco. Lo de menos son los toros,
aunque aquí sean lo más. El que se acerque a estas páginas se va a divertir, se
va a entretener, va a aprender y antes que nada va a aprender a escribir. Por lo
demás, todos los que hemos leído a Rafael García Serrano, desde
el Eugenio a Quinto Centenario y desde Jerarquía y el Arriba España a El Alcázar
no sólo sabemos que merece éste y cualquier homenaje que se le quiera dar, es
que además fue en vida y sigue siendo hoy un maestro de ese uso breve, afilado,
incisivo, hiriente y extremadamente eficaz de la pluma al que otros han dado en
llamar, oh sorpresa, microrrelato.
Lo que más bien tenemos que
preguntarnos es qué hemos hecho con nuestra literatura en particular y con
nuestra cultura en general como para que en una antología del microrrelato
español contemporáneo en lengua castellana estén Alfonso
Sastre, Espido Freire, Pablo Antoñana y José
Bergamín, alegremente, y el olvido sea el único testimonio de
Luys de Santamarina, Rafael Sánchez Mazas, Ernesto Giménez Caballero,
Dionisio Ridruejo, Ángel María Pascual, Agustín de Foxá, Fernando Vizcaíno
Casas o Rafael García Serrano. Todos ellos precursores
del microrrelato, narradores brillantes, personajes innovadores y plumas
afiladas cada uno a su manera, y sin embargo segregados de la versión
oficiosamente correcta de la cultura española. Algo nos ha pasado, si sus obras
no se reeditan por las editoriales más pomposas, si no se les elige para las
antologías pese a haber sido y seguir siendo de los más leídos y de calidad más
contrastada. Algo nos ha pasado, y tiene que pasar, hasta que esas "dos Españas"
que sobreviven avinagradas en la literatura y por culpa de los críticos, los
docentes y, ay, los malos escritores de hoy, desaparezcan y dejen paso a una
sola España con una sola literatura, con o sin este nuevo género pero
indudablemente con Rafael García Serrano.
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