Dionisio Ridruejo había roto con el régimen que él ayudó a montar. El
franquismo no se lo perdonó y le persiguió con saña. Franco aprovechó
el ruido del contubernio de Múnich (en el que el exfalangista había
participado y del que ahora se cumple medio siglo) para aislarle en
París, donde el autor de
Escrito en España vivió, desde 1962,
dos años de exilio en los que combinó su rabia de expatriado con la
preocupación familiar por la precaria situación en que vivían su mujer,
Gloria de Ros, y sus dos hijos, Gloria y Dionisio, que habían nacido en
1947 y 1949.
Ahora publica la Fundación Banco de Santander las cartas que él le escribió a su mujer en ese periodo de su vida.
Cartas íntimas desde el exilio, que han sido compiladas por los críticos Jordi Gracia y Jordi Amat. Coinciden, además, con la publicación en RBA de
Ecos de Múnich,
que recogen los escritos de Ridruejo relacionados con aquel contubernio
en el que por primera vez participaron vencedores y vencidos de la
Guerra Civil.
El “contubernio” (expresión con la que el régimen trató de
desprestigiar la reunión), “ha salido en conjunto mejor de lo que era
razonable esperar e incluso el inmenso beneficio de la reacción del
Gobierno me parece una gracia caída de los cielos”, le dice Ridruejo a
Gloria en la primera de estas cartas íntimas. Se le había abierto la
posibilidad del destierro en España, pero Ridruejo no quiso aceptar esa
oportunidad. “Lo que se ha hecho es lo único que puede dar confianza a
la gente sobre el porvenir y yo no cejaré hasta llevar las cosas a sus
mejores consecuencias”. Esa fue la razón “por la que no me apresuro a
volver ni a aceptar la residencia en Fuerteventura —que es una isla dura
pero preciosa— o en Carabanchel. Tengo mejores cosas que hacer por el
momento. Cuando estas cosas estén hechas, volveré a España seguramente y
que ellos tomen la responsabilidad”.
Volvió a España dos años más tarde. Después de algunas peripecias que
narra con el pulso del poeta que fue, sorteó a la Guardia Civil en la
frontera y se presentó de improviso en la casa de Madrid. “Parecía un
fantasma”, dice su hijo Dionisio, que ahora tiene 63 años. Se fue de
inmediato a su escritorio y le escribió una carta al director general de
Seguridad, que era Carlos Arias Navarro. “No podía resignarme a
quedarme extrañado de mi patria indefinidamente, haciendo creer, por
añadidura, que mi pasividad significa iba asentimiento a esta situación
anormal y penosa. No se trataba por mi parte de un desafío a la
autoridad sino de una modesta reivindicación de derecho, que considero
indeclinable, sin perjuicio de las medidas que el Gobierno pudiera
considerarse en el deber de aplicar en consideración de mis actitudes
políticas”. El Gobierno tomó represalias. Como había ocurrido antes, en
condiciones menos dramáticas, lo encarcelaron y luego lo sometieron a
una vigilancia que no se relajó hasta la muerte del general…
'Querida Gloria'
París, 2 de mayo de 1963
“Acabo de recibir el escrito y todo estaría bien si no fuera por el
primer punto de la rectificación, que es un disparate. He escrito todo
un libro para explicar cómo y por qué he dejado de ser falangista. ¿Cómo
puedo ahora dejar decir que lo sigo siendo, invocar la División Azul y
todo lo demás? Joaquín [Ruiz-Giménez] se ha equivocado: no necesito la
defensa del disidente desde dentro sino la justificación de mis actos.
Si 'Arriba' publica ese párrafo hará un inmenso daño a todo lo que he
querido hacer y me presentará como un monigote. No tendré más remedio
que evitar una aclaración, lo que me revienta pues es penoso para ti,
que es quien firma. (...) En fin, tú no tienes la culpa y el culpable
soy yo por no haberte advertido. Mi táctica no es la de echar agua al
vino y escurrir el bulto. Estoy a la ofensiva y no a la defensiva”.
En aquella carta a Arias Navarro, Ridruejo le contó al que luego
sería sucesor de Franco en la interinidad de la Transición los detalles
de su viaje del exilio a su país. “Como V.I. debe saber,
algunos agentes de ese servicio (policial) me raptaron en las
proximidades de Bilbao, y después de mantenerme en su coche con los
pretextos más ingeniosos y el trato más cortés, me devolvieron a
territorio francés a la vista de San Juan de Luz. Explicaré que he
empleado la palabra ‘rapto’ en sentido técnico y no peyorativo para
indicar que no hubo ni detención ni identificación formales, ni pasaje
por comisaría alguna, ni aceptación de mi deseo de que mi caso (…) fuera
consultado con la superioridad, ya que mi intención no era la de
disimularme”.
Se entregaba, tácitamente. “Y lo metieron en el trullo”, dice ahora
su hijo. Su exilio lo pasó combinando oficios (editor, traductor,
escritor), simulando ante Gloria, que una vez fue con los hijos a París,
un bienestar inestable del que se quejó muy poco. Las cartas procuran
una estabilidad familiar que en algún momento estuvo a punto de saltar
por los aires. Fue en mayo de 1963, cuando el diario
Arriba,
del movimiento, lo acusó de favorecer “al partido del crimen, la checa y
la tortura”. Su mujer, aconsejada por el exministro de Franco Joaquín
Ruiz-Giménez, escribió una carta exculpatoria, aludiendo a los servicios
prestados por Ridruejo en la Falange y en la División Azul. A él esa
carta lo llenó de indignación, y respondió con una carta íntima, pero
incendiaria. Esa carta tiene un alto valor documental, pues marca para
siempre la voluntad de Ridruejo de desmarcarse de veras del régimen que
contribuyó a crear. Jordi Gracia lo subraya así, explicando cómo se sale
de la lectura de estas cartas: “Se sale con el ánimo tonificado por el
equilibrio entre el sacrificio y el deber. Ridruejo asume costes humanos
muy altos y se siente responsable de haber contribuido a una enorme
catástrofe”.
Es la crónica personal de un exilio, señala el antólogo, “que muestra
el precio que Dionisio Ridruejo tuvo que pagar por un orden civil o
moral más justo”. Y ese testimonio, la carta de reproche a Gloria de
Ros, simboliza mejor que cualquier otro documento esa ruptura que el
Ridruejo demócrata quiso oponer al Ridruejo falangista. “Fue un hombre
de bien”, dice el hijo. Los compañeros de colegio de este escucharon,
como él, cómo se llamaba traidor a Ridruejo. “Y mi padre no fue un
traidor, fue un hombre de bien”. En París, en medio de la desolación del
exilio, tranquilizó a Gloria, contándole planes: “Terminar las
negociaciones
españolas comenzadas en Múnich; montar una
fabriquita de propaganda y, por de pronto, una revista intelectual; (…)
volver a España, incluso clandestinamente, cuando el aparato esté
montado en forma”. Era un poeta; las cartas revelan, además, a Ridruejo
como padre de familia, vulnerada su esperanza pero incólume su decisión.
“Me parecería (…) indecente —incluso ante vosotros— desertar y
abandonar el campo”. Era el precio que pagaba, dice Jordi Gracia, y dice
su hijo, por resolver las cuentas del Ridruejo que ganó la guerra