domingo, 6 de febrero de 2011

Nuestros célines



Abc de Sevilla Día 06/02/2011
En uno de sus artículos más brillantes —«Los réprobos» (El País, 30.01.11)— Mario Vargas Llosa puso el dedo en la llaga de la incoherencia del gobierno francés, que denuesta a Louis-Ferdinand Céline por antisemita mientras celebra que Polanski ya no tenga que comparecer ante los tribunales americanos por violación y pederastia. Vargas Llosa dejaba claro cuánto le repugnaban las ideas pro-nazis de Céline, mas sin dejar de reconocer su genialidad como novelista. Y como aquel artículo era irreprochable desde la primera hasta la última palabra, otros escritores y columnistas españoles se han apuntado con entusiasmo a la defensa de la memoria del autor de «Viaje al fin de la noche». Uno celebra el reconocimiento del talento a pesar de las discrepancias ideológicas, pero me pregunto si en las letras españolas no existirá más de un caso como el de Louis-Ferdinand Céline.
Pienso en Alvaro Cunqueiro —el único escritor español que resiste la comparación con Borges—, preterido por su pasado falangista. Pienso en Wenceslao Fernández-Flórez, maestro del humorismo y narrador extraordinario, de quien apenas se habla por culpa de su amistad con Franco. Pienso en Leopoldo Panero —amigo y discípulo de César Vallejo— ridiculizado por Neruda y por su propia familia. Pienso en Tomás Borrás —autor de «Checas de Madrid» (1940)— cuyo nombre todavía es anatema. Pienso en Enrique Jardiel Poncela, un autor desopilante que tocó todos los palos, arrumbado entre los autores menores por culpa de sus ideas. Pienso en Rafael Sánchez Mazas —autor de «La vida nueva de Pedrito de Andía» (1951)— cuyo rescate literario le costó a Javier Cercas más de un menosprecio. Pienso en Agustín de Foxá, quien gracias a la prohibición de un homenaje literario orquestada por el ayuntamiento de Sevilla, disfruta hoy de un «revival» editorial. Y pienso —por supuesto— en César González Ruano, sin duda el más parecido al peor Céline, pero que sigue siendo el mejor articulista español de todos los tiempos.
Es decir, que constato que desde España es más sencillo criticar la política cultural francesa, en lugar de predicar con el ejemplo dentro de nuestras propias fronteras. Ninguno de los autores convocados tuvo que exiliarse, pero eso no los convierte en autores menores o mediocres; de la misma forma que no todo escritor por su condición de exiliado fuera sublime, genial y memorable. De hecho, se podía ser franquista y decente, de la misma forma que los hubo exiliados y canallas. Bastaría con repasar la biografía de Miguel Hernández para constatar cómo se portaron con el poeta pastor, tanto sus correligionarios republicanos como los poetas falangistas.
A mí me alegra que una discusión surgida a propósito de la memoria de Louis-Ferdinand Céline promueva una discusión nacional, pero para no quedarnos en una mera pirueta retórica, deberíamos buscar a nuestros Célines e intentar un desagravio a la manera de «Reivindicación del Conde don Julián» (1976) de Juan Goytisolo, donde tengan cabida los genios más miserables de nuestras letras, sin distinción de ideologías.

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