Las ideas lujosas
En su último artículo para Ideas en La Gaceta, Dalmacio Negro escribía que el socialismo es cosa de ricos. Se refería sobre todo al llamado ‘capitalismo moralizante’, cuyas ideas parecen tener esa naturaleza: algo para ricos o con lo que el capitalismo señala virtud.
El psicólogo americano Rob Henderson confirma algo parecido en su teoría de las ideas lujosas. Tom Wolfe ya escribió sobre la izquierda exquisita y el gusto de los ricos por lo contracultural, pero Henderson va más allá describiendo un mecanismo de adopción de convicciones o ideología inspirado en Teoría de las Clase Ociosa de Thorstein Veblen, que estudió a los ricos americanos del siglo XIX y encontró que se distinguían mediante un consumo de lujo, un consumo de bienes conspicuos destinados precisamente a señalar estatus y a diferenciarse de los demás.
Los ricos siguen haciendo esto, pero los bienes lujosos han sido complementados con ideas: ideas o creencias que sirven para distinguirse de los demás con un atributo de intelectualidad, sofisticación moral o virtud.
Henderson pone el ejemplo de las nuevas ideas sobre moral sexual y familiar. La vida en pareja estable tradicional y el matrimonio son cuestionados por la libertad sexual o el poliamor. Sin embargo, Henderson se sorprendió al comprobar que los porcentajes de niños viviendo con sus dos padres, padre y madre, había cambiado de manera muy distinta según el nivel de renta desde los años 60. En las familias acomodadas, el 95% de los niños seguían viviendo en hogares estables, mientras que en la clase trabajadora el porcentaje había caído del 85 al 30%.
Porque una característica de estas ideas de lujo es que tienen efectos muy distintos en quienes las adoptan. Esa es exactamente su naturaleza. Los ricos las abrazan precisamente porque pueden permitírselas. Los pobres no. Pero los pobres las persiguen como persiguen bienes de lujo que no pueden conseguir. Para los bienes lujosos se endeudan y arruinan y algo así sucede con las ideas lujosas: no pueden afrontar sus efectos.
Pero existe una emulación comprobada, un efecto confirmado por el que las personas de menor renta tratan de imitar lo que hacen los ricos. Sucede en todo. En la moda, en el estilo de vida, en lo que se consume, pero también en las creencias: en cómo se vive y en qué se defiende.
¿De qué tipo de creencias hablamos? Unas ideas que los ricos adoptan para distinguirse de otros ricos o del común de la población porque pueden permitírselas.
Por ejemplo, pueden no ser patriotas o prescindir del Estado nación porque están protegidos dentro de los flujos del modo de vida cosmopolita o global.
Pueden defender la ‘innovación’ sexual porque tienen recursos y estructuras afectivas para reaccionar y encontrar pareja si lo desean.
Pueden solicitar, sucede en Estados Unidos, que se retire financiación a la policía, algo que apoyan en mayor medida los blancos ricos demócratas, porque ellos están en zonas seguras y además pueden costearse seguridad privada.
Pueden apoyar la inmigración masiva porque al hacerlo son mejores personas y no sufren los efectos negativos. Si acaso, los positivos: mano de obra más barata o trabajadores domésticos más asequibles.
Está demostrado que son ideas apoyadas por los niveles de renta más altos. Por ejemplo, hace unos días se conoció una encuesta oficial en EE.UU. sobre el grado de conformidad o disconformidad con la decisión de la Corte Suprema contra la acción afirmativa racial en las universidades americanas. Quienes más fuertemente desaprobaban la decisión de los jueces estaban en el segmento más alto de renta.
El efecto neto de estas ideas lujosas, una vez que se difunden o triunfan, acaba siendo como una trasferencia social añadida de los pobres a los ricos, porque quienes tienen mayor renta obtienen con ellas una diferenciación de estatus efectiva, un efecto positivo, mientras que los de menor renta, movidos por la pura emulación, al adoptar esas convicciones lujosas sufren unos efectos negativos para los cuales no están protegidos. Por eso son ideas/bienes de lujo: porque no se las pueden permitir.
Vivimos rodeados de ideas que confieren estatus como bienes caros que unos exhiben y otros desean. Hay incluso una clase entera, como un sector intermedio de la población, dedicada a la exhibición casi profesional de estas creencias: actores, intelectuales, periodistas y ciertas profesiones liberales urbanas que defienden su estatus social con unas ideas-atributo que les otorgan, frente a los demás, una diferencia basada en la virtud y la sofisticación intelectual. Se diría que en algunos casos (actores, intelectuales, mundo de la cultura), su labor profesional es esa: prestigiarlas y difundirlas para estimular la emulación; que justifican su posición y función social precisamente por el hecho de adoptarlas. Esa clase o subclase que difunde ideas lujosas es imitada por la población (aspiracional) con los efectos conocidos. Porque, efectivamente, hay ideas de ricos que los pobres no se pueden permitir.
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