El relato oculto durante 80 años del fusilamiento de
José Antonio Primo de Rivera
Mario de las Heras en El Debate
Cuatro años de investigación dedicó el periodista José María Zavala para conocer
cómo fueron los últimos días de José Antonio Primo de Rivera, fundador y líder de
Falange Española («una víctima más de la guerra que sí merece estar en el Valle de los
Caídos», dijo en su día la ex-vicepresidenta Carmen Calvo), en la cárcel de Alicante y
tras ser juzgado por rebelión contra el gobierno republicano, condenado a muerte y
ejecutado, todo ello en apenas cuatro días.
En Las Últimas Horas de José Antonio
(2015), Zavala destapó una historia neblinosa durante y después de la Guerra Civil
gracias al hallazgo de los testimonios perdidos de quienes presenciaron la ejecución y
de quienes tuvieron que ver con ella.
Respecto al momento exacto del fusilamiento, la declaración del miliciano
Guillermo Toscano tras su detención en 1939 arroja la primera luz sobre las
circunstancias en que se desarrollaron los hechos: «Al llegar al patio, me sorprendí al
ver en el mismo y ya antes en el pelotón de fusilamientos a otros tres que no sabía quiénes eran, supongo que de otra cárcel. (...) Había como espectadores hasta un
número aproximado de cuarenta personas. (...)
Seguidamente, se dirigió José Antonio al lugar donde estaban los otros tres y yo
mismo (...). No hubo voz de mando para hacer las descargas, las cuales se efectuaron a
capricho, en número de cinco o seis, y al pronunciar los gritos de «¡Viva España!» y
«¡Arriba España!» por parte de José Antonio. Una vez
en el suelo, yo, como llevaba pistola, fui el encargado
de darle el tiro de gracia a todos ellos. Después de
dicho acto, en todos los asistentes se manifestó la
consiguiente algaraza (algarada) en los comentarios».
Según otro testigo, Trinidad Muñoz, en el
pelotón había comunistas y miembros de la CNT, y
además había otro piquete. Miguel, hermano de José
Antonio, aseguró que había dos pelotones de
ejecución, catorce fusileros en total, teniendo en
cuenta el expediente de Toscano: «Formó parte
(Toscano) del pelotón de asesinos de José Antonio,
integrado por José Pantoja, Luis Serrat Martínez,
José Pereda Pereda, Andrés Gallego Pozo y Francisco
Beltrán. (...) y se integró (el pelotón) por los citados,
más un sargento y tres soldados del Quinto
Regimiento de Milicias y cuatro Policías». Toscano
dijo que se dispararon hasta seis descargas. Juan José
González Vázquez, el encargado de mandar el pelotón de ejecución, dijo: «Los que
formaron el pelotón colocaron a sus víctimas a una distancia de unos tres metros.
Nadie dio la voz de fuego... A José Antonio le situaron en la esquina de la pared,
quedando a su izquierda los otros tres (fueron cuatro) jóvenes que murieron con él,
disparando el pelotón sobre ellos unos cuarenta o sesenta disparos»
Cuenta Zavala que el alcance del fusil Mauser que emplearon aquel día los
verdugos es de dos mil metros, pero solo se situaron a tres metros de las víctimas,
como dijo González Vázquez, quien también confirmó que no hubo orden de abrir
fuego. Fue «a capricho», como dijo Toscano. Ni siquiera los médicos forenses
contemplaron el fusilamiento. Uno de ellos dijo que esperó en los pasillos de la
enfermería (el otro se escondió para no verlo), pero afirmó: «A uno de los otros cuatro
fusilados le tuvieron que disparar dos tiros de gracia, pues parece ser que
principalmente se cuidaron de apuntar a José Antonio y descuidaron a los demás»
Ninguno de los médicos realizó la autopsia y tampoco se inscribió la muerte de
acuerdo a la Ley.
El certificado de defunción se expidió en Alicante, el 5 de julio de 1940, más de siete meses después. Apenas se supo, hasta 80 años después, de lo
sucedido, si se exceptúa la confesión de uno de los espectadores aquel día, el
empresario uruguayo Joaquín Martínez Arboleya: «Se quebró su cuerpo, cayendo
doblado, empapadas en sangre sus rodillas. La chusma allí reunida gritó
obscenidades».
José Antonio Primo de Rivera fue enterrado en una fosa común de la cárcel de
Alicante. Dos años después fue trasladado a un nicho en el cementerio de Nuestra
Señora de los Remedios.
Tras la Guerra Civil trasladaron sus restos al Monasterio de
San Lorenzo de El Escorial, con el féretro llevado a pie por falangistas durante diez
días de viaje. Allí permaneció hasta su tercera exhumación para ser enterrado en el
Valle de los Caídos después de su inauguración en 1959, de donde saldrá en próximas
fechas «con discreción» (a petición de la familia) tras la «resignificación» del templo
debido a la Ley de Memoria Democrática para respetar su deseo de ser inhumado en
un cementerio católico.
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