sábado, 21 de junio de 2014

Epílogo para el último bohemio

Se cumplen 50 años de la muerte del poeta sevillano Rafael Cansinos Assens, el hombre que lideró las vanguardias salvajes y que describió el Madrid noctívago de la santa bohemia.

Eva Díaz Pérez (El Mundo).

Cansinos Assens se perdió un día en algún lugar de su biblioteca y jamás se le volvió a ver, entre el olor a moho dulce de los libros viejos. Corría el mes de julio de 1964. Hace ahora cincuenta años, medio siglo de su desaparición entre páginas librescas, recordando su pasado de poeta de las vanguardias salvajes. Cuando el poeta sevillano apostolaba en el Café Colonial como líder de los hampones del verso, aunque él se retiró a tiempo de aquel mundo de aguafuertes, vicios, hambre y miseria, de la inspiración de las musas del arroyo y de los horrores de la sífilis con solera literaria.
Hay una escena memorable sucedida en 1963, sólo un año antes de su muerte. Borges, que lo consideraba su maestro, visita a Cansinos en su casa madrileña. Se abrazan el viejo y el ciego, buscándose en la oscuridad, recordando en el temblor de la voz versos que llevan muchos años guardados en los baúles del tiempo.
Gómez de la Serna, el otro apóstol de la vanguardia que oficiaba en la botillería y Café Pombo de la calle Carretas, resumió a aquella santa bohemia:«Todos resultamos embadurnados como de polvos de gas, pálidos, creosotados, convertidos en blancos espíritus con los ojos brillantes y suspendidos».
Del hombre que había reflejado de forma excepcional aquel Madrid desaliñado en sus memorias La novela de un literato apenas quedaba un recuerdo, una vaga melancolía. La Guerra Civil es el agujero negro en el que se pierde el gran escritor, un túnel de espanto y sangre que desemboca en otra vida.
En 1940 la Dirección General de Prensa de la Dictadura le invalidó para ejercer la profesión de periodista «por ser judío y llevar una vida rara». No era judío, sólo había impulsado la memoria sefardí con libros como El candelabro de siete brazos. Lo mejor es lo de la vida rara...
Cansinos Assens se refugia dentro de su biblioteca y malvive a base de traducciones: Dostoievski, Goethe, Balzac. Al mismo tiempo escribe unos diarios que aún permanecen inéditos. Algunos en inglés, francés, alemán o árabe, no se sabe si por miedo a que los pudieran leer o por recrearse en el gusto por las lenguas ajenas.
Cansinos Assens nació a las dos de la tarde del 24 de noviembre de 1882 en el número 7 de la calle de la Tinaja en la Alameda. Su familia se marcha a Madrid siendo él muy joven, pero Sevilla será siempre la ciudad de su memoria, «el jardín andaluz» que cambia para ser trasplantado «al yermo madrileño». Es la ciudad del Mediodía que rescatará a través de un prodigioso ejercicio de nostalgia en la mítica revista Grecia que dirigía Isaac del Vando en la calle Amparo 20, y que fue la plataforma de los poetas salvajes del ultraísmo. Esa Sevilla que era como el «Nazaret del Ultra» y en la que los ultraístas convertían sus mapas en caligramas y recorrían Sierpes como si anduvieran animados por versos eléctricos hasta llegar al antiguo café Kursaal en alucinadas travesías nocturnas.
Existe un recorrido sentimental para la memoria de Cansinos. El niño de la calle de la Tinaja, que llegaría a gran apóstol de la vanguardia, es bautizado en la iglesia de San Martín. La familia pasó luego a vivir a la calle Castellar 57 que reflejaría en su novela El manto florido. Estudió en la escuela de los Padres Escolapios de la antigua plaza de la Paja, en la actual plaza Ponce de León. La última residencia fue en la plaza de San Román.
Lástima de los legados poéticos baqueteados en viajes de ida y vuelta por culpa de las decisiones de políticos de la ignorancia. Ocurrió con los papeles de Cansinos que fueron trasladados de Madrid a Sevilla ante la falta de implicación del gobierno de la comunidad de Madrid para luego regresar otra vez a la capital por culpa del mismo desprecio del Ayuntamiento de Sevilla que había sacado pecho poético y patriótico para terminar dejando en la estacada el archivo que se dedicaría al autor.
En sus últimos meses camina lentamente por el pasillo, el pelo alborotado de sueño, el batín y las babuchas de estar en casa. Pasea por la biblioteca y apenas sale ya a la calle. Cuando enferme, en marzo de 1964, su viuda Braulia Galán tendrá que llevarlo al Sanatorio Ruber en taxi porque se niega a ir en ambulancia. Ya fue difícil convencerlo para que se montara en un coche. Los odiaba. Jamás se volvió a subir a uno desde el Madrid de la guerra. Había visto cómo montaban en coches a los que llevaban a fusilar.
Es curioso imaginar al gran Cansinos Assens del Madrid finisecular y de las primeras décadas del siglo vagar incierto por una ciudad y un mundo que no comprende. Bajo su calle pasan vertiginosos los automóviles y las calles se llenan de luces de neón. Hace tiempo que desapareció su Madrid nocturno y golfemio con poetas de chalinas sucias.
Apenas queda nadie de aquella galería de espectros que se reflejaba todas las madrugadas en los espejos velados de cafés que ya no existen: el Fornos, Pombo, de la Montaña, del Gato Negro, el Colonial. Y no son más que un recuerdo cada vez más lejano aquellos bolcheviques de las letras, poetas de arrabal y aguardiente: Joaquín Dicenta, Emilio Carrere, Barrantes, Pedro Répide -del que González Ruano decía que olía a «perfume barato, organillo y churros de verbena»-, Francisco Villaespesa, Alejandro Sawa, Felipe Sassone, Alfonso Vidal y Planas, que asesinó a tiros a Antón del Olmet una noche en el Teatro Eslava.
En la memoria de Cansinos atraviesa fugaz el sablista Pedro Luis de Gálvez con su capa andrajosa de color incierto por tantas noches a la intemperie. Sobre el siniestro poeta que pedía limosna por los cafés llevando a su bebé muerto en una caja de zapatos escribió:«Era un poeta con facha de bandido, ojos de búho, nariz corva, greñas hirsutas y hablar ceceante y rayente, alcohólico habitual, de un histrionismo innato y hábil en todas las artimañas de la picaresca». ¿Dónde estarán ahora todos esos fantasmas?, dirá mientras se pierde en el rincón de su biblioteca donde se le vio por última vez.

 

1 comentario:

  1. "En 1940 la Dirección General de Prensa de la Dictadura le invalidó para ejercer la profesión de periodista «por ser judío y llevar una vida rara». No era judío, sólo había impulsado la memoria sefardí con libros como El candelabro de siete brazos. Lo mejor es lo de la vida rara..."

    Suena a justificación. Suena a Cansinos o a otro haciéndose o haciéndole la víctima. No me lo creo, ni por un segundo. He visto esto mismo muchas otras veces y casi siempre es falso. A ver si va a ser por otras cosas como apoyar a los enemigos de España... O por ser demasiado "noctívago" y "golfemio", lo que no suele venir bien para estar todos los días a las nueve de la mañana ante un escritorio.

    ¿Nos libraremos algún día de las loas baratas a la autodestrucción? Cuántos millones habrán pagado toda esa simpatía, cuando no admiración, por la degeneración, el desperdicio, el fracaso, la enfermedad y la mugre.

    En cualquier caso "las derechas" deberían aprender de una vez de las izquierdas: en las rarísimas ocasiones en las que represalian a alguien por ser de ideas contrarias (en lugar de subvencionarlo y darle cargos, como suelen) deberían actuar como éstas y hacerlo todo medio en la oscuridad, como se hace día a día con investigadores y científicos. O en caso contrario, montar una campaña previa de falso escándalo moral, como las que han sufrido James Watson y tantísimos otros.

    Respecto a lo de "impulsar la memoria sefardí" tenemos, sin duda, que darle las gracias, al igual que a los que impulsan "la memoria morisca". Gracias a ellos no sólo hemos ahondado en la parte patria del Gran Complejo de Culpa de la Civilización Europea (sección ibérica) que tanto bien nos hace, sino que con el paso del tiempo dicho complejo de culpa nos ha regalado una leyes que prometen la reintroducción en Hispania de un grupo humano moralmente particularista, radicalmente etnocéntrico, de alto cociente intelectual, competitivo, rico, con extensísimas redes de solidaridad étnica y con un fortísimo resentimiento hacia Iberia. Como dicen los yanquis, "¿qué puede salir mal?"

    Gracias a los Cansinos de este mundo, en unas generaciones se podrían llegar a reproducir las situaciones de competición interétnica que dieron lugar, hace la friolera de más de cinco siglos, al conocido episodio de la expulsión.

    ¿No es hermoso?

    Que pena no poder darle las gracias al fantasma de Assens. Con este tipo de intelectuales siempre pasa lo mismo: o no son conscientes de que la Cultura es el Arma por excelencia, o si lo saben entonces usan ese conocimiento para hacer daño a su propia gente. En el primero de los casos suelen dedicarse a fantasear, elogiar y lanzar ditirambos a realidades desagradables y poco recomendables (verbigracia, Al-Ándalus) sin ser conscientes de que un par de generaciones después eso puede tener consecuencias terribles, tangibles, muy reales.

    Porque la gente se traga esas elegías e interioriza los sentimientos de culpa que se les inducen.

    Pero mejor que ellos son los que piensan que para demostrar altura intelectual tienen que otorgar statu intelectual a sus enemigos. Esos merecen capítulo aparte.

    Todavía estamos esperando el primer intelectual "de derechas" (para entendernos) al que las izquierdas eleven a las alturas por su valía puramente artística. De hecho, las izquierdas son tan profesionales en lo suyo que ni siquiera le perdonan la vida.

    ¿Poemas a Stalin? Es que era un genio, qué más da...
    ¿Comunista? ¡Y a mucha honra! ¡Comprometido!
    ¿Falangista? ¡Hijo de puta! ¡Facha de mierda!

    Sigamos haciendo el lelo.

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