Leo en el actualísimo España. La evolución de la identidad
nacional, de Juan Pablo Fusi, publicado en el 2000, que Ortega citó en
cierta ocasión, en Berlín, un dictus
del historiador alemán Eduard Meyer, escrito en 1910, según el cual “la idea de
nacionalidad es el más sutil y complicado producto que la evolución histórica
puede engendrar”. El gran Nicolás Gómez Dávila, en uno de sus geniales
aforismos, ya nos advirtió que el saber histórico, como el filológico, es a
menudo “como si averiguáramos qué dice un scholar
inglés de lo que opina un Gelehrte
alemán sobre lo que un humanista italiano pensaba de la referencia que hace un
comentarista latino a lo que dictaminaba un erudito alejandrino sobre un
trágico ateniense”.
La Historia, ya lo ven,
no está dispuesta a prescindir de la verdadera memoria, no así las masas que a
menudo la hacen o la echan a rodar, según la ventolera que las agite. A pesar
de las dificultades para aquilatar el concepto de nación, lo cierto es que
haberlas haylas, y entre ellas, según el acuerdo prácticamente unánime de los
estudiosos, sobresalen tres por la prontitud con que tomaron conciencia de ello
y crearon estados que, a su vez, dieron forma a esas ideas y sentimientos:
España, Francia e Inglaterra, expuestas en orden de posible antigüedad, aunque esea
este tema de fácil resbalón.
Los acontecimientos que
tan compungidos nos tienen en estas semanas no serían comprensibles si no
vinieran precedidos de una larga crisis de la nación española, de consecuencias
ya hoy no por previsibles menos preocupantes. La dificultad de definición no ha
impedido el relativo acuerdo sobre las condiciones previas que hacen posible
una nación, que resultan ser cinco: nombre
colectivo, mito de ascendencia común, historia y cultura compartidas,
conciencia de solidaridad y asociación con un territorio. ¿Las reúne todavía
España o han sido también transferidas, como tantas competencias, a las
autonomías? Las naciones no son entes abstractos sino productos de la historia
y, como tales, objeto de construcción o destrucción. Para la reflexión de cada
uno quede cómo una nación que hace todavía treinta o cuarenta años gozaba de
buena salud ha podido ser empujada a la situación que hoy vivimos. Asombra la
falta de pulso nacional, la casi inverosímil apatía con que se aceptan los
enjuagues más indecentes sobre el futuro de España. ¿Somos todavía una nación?
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