miércoles, 3 de agosto de 2011

Entre el feísmo y la pudibundez


Por su interés e indudable actualidad, reproducimos este interesante artículo del profesor Parra Celaya publicado en la revista Mástil Digital. 
Entre el feísmo y la pudibundez

Manuel Parra Celaya

Confieso haber llegado a una edad en la que, sin considerarme viejo en absoluto ni de cuerpo ni de espíritu, tampoco puedo blasonar de joven más que en términos irónicos y amables. Las ventajas de este momento de mi vida son muchas y variadas, y añadiría que superan a los inconvenientes. Entre las primeras, está, poder expresar, en cada momento, la opinión racional y razonada sobre los modestos ámbitos de mi cultura y el importarme un ardite si estas opiniones no coinciden con los de esa "inmensa mayoría" que decía el poeta y en la que no creía ni él. 

Veo a los jóvenes, por lo tanto, desde fuera - no desde arriba - y encuentro en ellos igual surtido de virtudes y defectos que supongo que cada generación juzgó de la siguiente, ni más ni menos. Por otra parte, cada día soy más reacio a emplear el término "juventud" para designar una realidad muy heterogénea, cajón de sastre social en el que caben desde los "ni-ni" hasta el abnegado voluntario en tierras de misión, incluida España.

A efectos de entendimiento, no obstante, voy a generalizar demasiado para destacar dos rasgos, contradictorios y paradójicos, que he detectado, por ejemplo, entre mis alumnos de Secundaria: el "feísmo" y la pudibundez.
El primero consiste en ostentar una apariencia que antes se denominaba, “purriana": un ir "cuidadosamente descuidado", que pasa, según los grados y los individuos (sin distinción de sexo), por calzarse unos tejanos con grandes desgarros y rotos (más caros, por cierto, que cualquiera de mis pantalones), por aborrecer el uso del peine (sustituido por largas horas ante el espejo trazándose una cresta con los dedos mojados), por no admitir que ninguna, prenda, camiseta o camisa, deje de ondear sus faldones por encima de la cintura y bajo el suéter, y por el uso desenfadado y  desvergonzado del lenguaje. 

El segundo rasgo, la tremenda pudibundez que roza el puritanismo, surge a la vista cuando oyen palabras, expresiones o juicios alejados de los parámetros de la "corrección política" imperante; es decir, que habrán sido mal educados pero muy bien adiestrados. Me centro en el campo del lenguaje, que es el mío, y dejo el de la moda en el vestir, calzar o peinar para los más expertos…

Es curioso que, entre ellos, el empleo de la expresión malsonante está generalizada como "gracia"; no tienen el menor inconveniente en interpelarse con las mismas palabras que Sancho Panza usa para catalogar al buen vino, sin considerarlo en absoluto como un insulto. Pero sus tacos están lejos del donaire sanchopancesco, así como de la intención expresionista de un Cela o del clamor crítico y noventayochista-de 1998
-de Pérez-Reverte: son, por el contrario, espantosamente vulgares y fuera de contexto, hasta el punto de que, en ocasiones, asimilo a una ursulina la rotundidad de un sargento de la Legión en pleno cabreo en compartición con alguno de mis alumnos. Pues bien, se sorprenden y escandalizan hasta el máximo ante lo que se aparta del "canon" social y político. Vean, como ejemplo, algunos casos recientes sacados de la vida diaria del aula. 


Explico en clase de Lengua que las palabras tienen "género" gramatical y no sexo, con casos de evolución del mismo a lo largo del tiempo, y aclaro, festivamente, que las personas tienen "sexo" y no "género"; añado intencionadamente: "lo diga quien lo diga". Inmediatamente, una alumna levanta la mano y me espeta: "Pero hay que respetar a los gays y a las lesbianas". Le pregunto en qué he faltado yo al respeto a nada ni a nadie, sea o no sarasa, y se queda callada. En su mente juvenil (4º de ESO) había funcionado el condicionamiento pauloviano y la autocensura, que viene dada por la deconstrucción del lenguaje y de la cultura, producida por el bombardeo mediático.


Otro día, reparto un recorte periodístico para comentar; se trata de una colaboración de Manuel Vázquez de Prada sobre el tabaco (estoy en 2º de Bachillerato). Cuando me devuelven sus comentarios, leo en varios trabajos la indignación: "¿Y cómo le dejan decir eso?". Al día siguiente, pregunto a los censores: "¿Y quién le tiene que dejar decir o no decir?"; "No sé..., el gobierno, los políticos..." Es decir, que daban por sentado que debería de haber "algo" que se encargara de reprimir la expresión pública de lo que no coincide con lo “políticamente correcto". El reflejo condicionado y la censura estaban bien interiorizados en mis rebeldes alumnos aspirantes a universitarios. 


Como dejó dicho Aldous Huxley, el verdadero Estado Totalitario es aquel que no necesita de coacción sobre los ciudadanos porque éstos "aman la servidumbre"; se ha logrado mediante los inteligentes procedimientos que un día lejano surgieran de la mente de Gramsci, aunque mis alumnos no sepan quién fue.

Me temo que voy a seguir siendo piedra de escándalo, debido a mi edad y a mi falta de complejos consiguiente. Bien mirada, mi estrategia se basa en "deconstruir lo deconstruido", es decir, en volver a construir entendimientos juveniles, para despertar en ellos la anulada capacidad crítica y la casi prohibida disposición para la reflexión.

 Animo a todos los lectores a que hagan lo propio, ya sea en el aula o en la tertulia apresurada a la hora del café (por supuesto, sin humo de tabaco, que también está prohibido).


Aldous Huxley


(De la revista Mástil Digital nº 15, Boletín de la Hermandad Doncel)

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