lunes, 20 de diciembre de 2010

ENTREVISTA A JAVIER COMPÁS, AUTOR DE "LA PLAYA DE LOS ALEMANES"

Javier Compás
Escritor, presidente de la A. C. Ademán, Sumiller.

Entrevista de Félix J. Machuca. ABC 20-12-2010

No hace tiempo de playa. Pero sí lo hace para adentrarse en aquellos litorales gaditanos donde se esconden secretos nazis. Esa es "La Playa de los Alemanes" que acaba de escribir Javier Compás. (Jirones de Azul).

Con Vargas Llosa

Paseando por el centro, en el escaparate de la librería Céfiro, Javier Compás vió su novela "La Playa de los Alemanes" justo al lado de la última de Vargas Llosa y por encima de la de Eduardo Mendoza. Eso no se ve siempre. Y para que conste en acta fotografió el escenario y se lo envió a su editora, Rosa G. Perea (Jirones de Azul) como una de esas bromas que nos deparan el deseo y la realidad cuando se guiñán el ojo y se vuelven amables cómplices de los sueños de autor. Compás prepara ya su próxima entrega, que va de arte, pintores y antigüedades mientras me insiste en un aspecto de su reciente novela: no es solo un relato de nazis. Sevilla, la Sevilla del centro histórico, es también un personaje que aparece en la novela y no solo como un escenario.


- En la portada de su novela hay un trozo de costa y, arriba, amenazante, la cruz gamada. ¿Está ud. en disposición de asumir ciertos riesgos?

—Llevo asumiéndolos bastante tiempo. Y siempre es ingrato moverse en una situación liberal, abierto a todo, a criticarlo todo y a poner bien, aunque sea políticamente incorrecto, al que haya que poner bien.

—Se lo digo porque estoy convencido de que algunos, que no leen mucho e interpretan sesgadamente, intentarán crucificarlo…

—Un libro que en la portada tiene la cruz gamada puede ser que defienda o ataque lo que representa ese símbolo. Últimamente es usual criticar lo que representa esa cruz. Para descubrir lo que pasa en mi libro con esa bandera habrá que leerlo.

—Dejemos el tema y vayamos a su novela. ¿Realidad, ficción, fifty fifty, literatura al fin y al cabo?

—Literatura al fin y al cabo, con sustrato de realidad, pasajes históricos reales pero con una poderosa aportación fantástica creada por mi calenturienta mente.

—Pero siempre ha existido ese runrún de nazis escondidos en la costa y en la sierra andaluza, tras la caída de Hitler. ¿Ud bucea históricamente en aquellas peripecias?

—Algunas noticias tengo de ellos. Pero de escondidos nada. Vivían a cara descubierta, habían sido aliados durante la guerra civil y España fue pro eje hasta la mitad de la segunda Guerra mundial, cuando le empezó ir mal a Alemania.

—No se ocultaban pero tampoco lo pregonaban…

—Si es así. León Degrelle fue reclamado por el gobierno belga para ser juzgado y por una cosa o por otra nunca fue entregado a los aliados. Se quedó aquí, en Constantina.

—Es capaz de adelantarme un título periodístico sobre aquellos nazis en Andalucía más real que literario…

—La costa andaluza fue un refugio de antiguos nazis tras la segunda guerra mundial.

—Por cierto, usted sigue siendo miembro y ahora presidente del grupo cultural «Ademán», últimamente empeñado en la loable tarea de derribar ciertos mitos guerracivilistas entre los escritores literarios de la época. ¿Se entiende ese deseo o no?

—El que haya asistido a nuestros actos culturales de este año y ha escuchado lo que allí se ha dicho, no tendrá la menor duda de que, efectivamente, tenemos ese espíritu: el de superar antiguas rencillas culturales por motivos políticos y normalizar el mundo literario en España.

—¿Están ustedes agradecidos a la intolerancia absoluta de IU municipal que boicoteó un homenaje literario a Foxá y os proyectó, en cambio, como asociación cultural?

—No. Yo hubiera preferido que se hubiera tratado a «Ademán» con todos sus derechos de asociación cultural y, por tanto, de libre acceso a un centro cívico, antes de que se nos amordazara por sectarismo político.

—Los Tribunales también han hablado contra aquella arbitraria decisión y han condenado a la señora Medrano a pagar una seria fianza…

—«Ademán» jamás juzgará la decisión de un juez. Pero qué duda cabe que un político que se dice al servicio de los ciudadanos debe velar por los derechos cívicos y jamás cercenarlos

—Creo haberle oído al señor Torrijos que esa decisión jurídica le parece desproporcionada y no propia de estos tiempos…

—Lo que no es propio de estos tiempos es censurar actos culturales.

—Pero IU entiende que sus apuestas culturales son actuales y progresistas.

—La base de la posición de IU para prohibir el acto de homenaje a Foxá fue por motivos ideológicos. Y yo creo que por motivos ideológicos no se debería prohibir ningún acto cultural, salvo que exaltara el odio y la violencia, cosa que sí hacen grupos extremistas de ideas aberchales invitados a actuar en Sevilla.

—¿Le parece que olvidemos el asunto? Por qué no me indica un buen vino para brindar por su novela…

—(Risas) Para que no se enfade nadie y ya que estamos en Andalucía, un buen Tio Pepe frío sería aconsejable.

—¿Y otro para brindar por la buena literatura?

—El que más me gusta para leer es un buen amontillado

—Y, por favor, con este no se corte: recomiéndenos uno muy español para brindar por la libertad y contra las falsas alarmas…

—Lo voy a sorprender con un vino muy español: un cava catalán. Es el que mejor cuadra a estas fechas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Conferencia de Mauricio Wiesenthal "Presencia de Tolstoi, cien años después"

jueves, 9 de diciembre de 2010


lunes, 6 de diciembre de 2010

La sonrisa del bárbaro


Boris Vian dio cuenta en 'Vercoquin y el plancton' del triunfo de lo irracional, de lo imprevisto, del absurdo y de la ferocidad de las vanguardias de principios del siglo XX.

Manuel Gregorio González

En Boris Vian se cruzan, de modo natural, dos violencias opuestas: la vocación demoledora de las vanguardias, su alegre desmembramiento de la tradición narrativa, y la agonía existencial de la posguerra. También florecerá en su obra aquella violencia, celérica y masiva, de la gran novela negra americana. Así, si en las tres primeras décadas del XX, la literatura se ocupó de fracturar cuanto de razonable, de premeditado, había en la escritura, la dilatada mortandad de los 40 abrirá un precipicio (el precipicio del interior humano), en el que el hombre ronda sus zonas abisales, hasta toparse con el absurdo. Es la hora de Beckett y Cèline, de Camus y de Sartre. Sin embargo, Vian es previo -en ningún caso ajeno- a este encapsulamiento literario. En Vercoquin y el plancton, como en Lobo-hombre en París, como en Escupiré sobre vuestras tumbas, lo que se ventila es una enérgica remoción del mundo, un fenomenal combate, pero nunca el abandono del hombre a sus propias y menguadas fuerzas.

Quizá la característica más obvia de Boris Vian sea la ferocidad. Una ferocidad que comparte, salvando las distancias, con el Henry Miller de los Trópicos y La crucifixión rosada. Si Miller, que también escribe al filo de los años 40, ha encontrado en el sexo una suerte de beatitud, de íntima vulneración del orden anodino y mostrenco de las cosas, en Vian encontramos que el sexo, junto con la violencia, son las rendijas humorísticas por las que el mundo recupera su esplendor: un esplendor, en cualquier caso absurdo, excesivo, salubre, en el que el hombre vindica su antiguo señorío, la primacía individual sobre la masa, ordenancista y mezquina. El referente inmediato de ambos es, obviamente, Rimbaud; aquel Rimbaud de las Iluminaciones que escribe: "Un día senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié". De igual modo, Vercoquin y el plancton es una refutación de lo bello usual, de las delicias mundanas, que acaba y comienza con el vértigo disparatado de una Surprise-party. La semana pasada, Braulio Ortiz daba noticia aquí, en este suplemento, de la reedición de algunas obras de Jardiel Poncela. En Amor se escribe sin hache, en ¡Espérame en Siberia, vida mía!, en Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas una década antes que Vercoquin..., lo que Jardiel nos ofrece es la juvenil trepidación de la Europa de entreguerras. Una trepidación hecha de copas tintineantes y profundos escotes, sobre un fondo movedizo de sport-men, yatch-clubs y hermosos descapotables. Ese mundo crepuscular, burbujeante, nacido de la fugacidad, es el mismo que asoma en estas páginas, o aquél que se rigoriza y vive, con calidades metálicas, en la pintura de Tamara de Lempicka.

Pasada la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, la literatura y el hombre prestarán atención a otros asuntos. Desde esta perspectiva, Vercoquin y el plancton, escrita en el 43, no deja de ser una anomalía, o la última brasa de una Europa extinta. Aunque en el París de los 50 aún existieran las jazz-band (Vian era trompetista en una de ellas), el jazzbandismo de Gómez de la Serna había quedado sepulto bajo los escombros. No obstante, es el humor de Apollinaire, de Alfred Jarry, de Jacques Vaché, de Arthur Cravan, lo que asoma a esta novela, cuya naturaleza disolvente radica, no tanto en la mordacidad y el desenfreno con que se dirigen sus protagonistas, como en el carácter irreal, maleable, congestivo y amorfo, con que la realidad se nos presenta. Sin duda, Vercoquin y plancton es una novela de amor. Pero un amor que participa, como el amor fou de Breton, de una ingente capacidad destructiva. Se trata, en suma, del triunfo de lo irracional, de lo imprevisto, sobre el apacible orden mesocrático. Las páginas dedicadas a la unificación de criterios, al fantasmal organismo de la CNU, donde trabaja el protagonista, son admirablemente absurdas. Y el vigoroso entusiasmo de las Surprise-party, transmite al lector una alegría salvaje. La alegría de demoler, destruir, laminar, de dar a luz un mundo nuevo... Esa fue la propuesta de las vanguardias, apenas empezado el XX. Vercoquin y el plancton es un magnífico y tardío ejemplo de ello. Luego, el siglo les daría la razón, innumerablemente.

EN RESPUESTA A HENRY KAMEN


FÉLIX MADERO
Día 06/12/2010

POR razones que los historiadores españoles soportan, son los británicos los que se empeñan en seguir contando nuestra historia. El empeño en el caso del hispanista Henry Kamen no sólo se queda en lo que hemos sido, sino en lo que somos y lo que no. Lo de Kamen resulta excesivo para un pueblo que es incapaz de digerir su historia, su gran historia. Puede que sea ésta la causa por la que desde fuera nos explican existencia y carácter. El caso es que Kamen, un hombre nacido en el mismo año en que nuestros abuelos decidieron darse garrotazos con los pies y el cerebro bajo la arena, nos dice ahora que España no es un país, que ni siquiera tenemos héroes. Curiosa forma de descubrir al lector lo poco que sabe de nosotros el autor de un libro que tituló Imperio, la forja de España como potencia mundial. Que alguien que ha entrado en las vidas de Gonzalo Fernández de Córdoba, Carlos I, Pizarro, Hernán Cortés o el Duque de Alba nos venga ahora con esto, con que desde la cuna nos acompaña un sentimiento de inferioridad, o que aún no nos hemos enterado de que ya no vivimos en el siglo XVI, dice mucho de aquellos que pretenden escribir nuestra historia.
Escribo desde Sevilla, y frente a mí tengo el río Guadalquivir, que me ayuda a imaginar qué fue esta ciudad en 1600. Quizá Kamen debería hacer lo mismo para, a continuación, tomarse un vaso de vino por el centro a ver qué hay de nuestro complejo de inferioridad, qué del reloj que se paró en el siglo XVI. Kamen, que se muestra resuelto y seguro, al decir que los españoles carecemos de una ética del patriotismo —¿cómo lo sabrá, él que nació en Birmania?— cree que nuestra vidas caminan en torno a El Cid —¡una ficción del pueblo español!— y el antihéroe don Quijote de La Mancha. Y eso si que ya no estoy dispuesto a aceptarlo. Primero porque Rodrigo Díaz de Vivar no es un invento, y segundo porque el Caballero de la Triste Figura no es sólo la concreción del antihéroe, es la esencia bien perfilada de la grandeza del ser humano. Y si me lo permite Kamen, del español. Es el olvido de Don Quijote lo que nos delata. Aunque resulta evidente que el historiador británico no sabe explicarlo.
Sin embargo el autor de Los desheredadosexplica que al no superar los españoles la Guerra Civil permanecen vivas las divisiones, y eso hace que nunca podamos ser una familia. No seremos una familia, pero supongo que Kamen no nos hurtará la condición de pueblo. Desde ahí bien podría buscar las raíces de un heroísmo compartido que nos permite estar unidos desde hace treinta y dos años. Más allá del pueblo, más allá de nosotros, están los que gobiernan. Pero esa es otra historia que, cada vez tiene menos que ver con el pueblo. ¿Me entenderá el venerable Henry Kamen?

domingo, 5 de diciembre de 2010

El historiador Henry Kamen afirma que "España no es un país, no tiene ni un sólo héroe"



Periodista Digital

"España no es un país, no tiene ni un sólo héroe", afirma a Efe el historiador británico Henry Kamen, quien lamenta que sigan existiendo los dos bandos surgidos hace dos siglos y que defiendan sus ideas con la misma "ferocidad" y "visceralidad".

Kamen (Birmania, 1936) hace esta reflexión en una entrevista al hilo la publicación de su nuevo libro, "Poder y Gloria. Los héroes de la España Imperial" (España), y lo hace con "tristeza" ante la evidencia de que "ni unos ni otros quieren cambiar su enfoque en la manera de ver la historia de su propio país".

El problema que subyace, en su opinión, es "una falta de patriotismo": "Si compartieran los mismos ideales, la misma bandera y el mismo himno, los españoles aceptarían sus divisiones como ocurre en las familias. España no es una familia".

España adolece de una "ética del patriotismo", dice, y, por eso, al héroe, añade, se le ha negado "un papel reconocible".

Los españoles se han sentido más atraídos por las ficciones ideológicas, como El Cid, o los personajes salidos de la literatura antiheroica, como el archifamoso Don Quijote de la Mancha, señala.

Para sacar a los héroes potenciales de la negación histórica, Kamen, especialista de la historia de Europa y de América, recupera la vida y obra de diez "héroes", diez personajes que tuvieron un papel protagonista en el Imperio Español de los siglos XVI y XVII.

Se trata, y por este orden, de El Gran Capitán, Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Carlos V, Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba; Don Juan de Austria, Alessandro Farnese, Ambrogio Spinola, el Cardenal Infante Fernando de Austria y el duque de Berwick.

"Esos hombres tuvieron un papel excepcional, fueron héroes y dejaron su huella en la historia", subraya Kamel, autor de una veintena de obras, entre ellas "El enigma de El Escorial".

Los diez tienen además en común el haber sido hombres de armas, muchos de ellos extranjeros, cuyas hazañas y reputación traspasaron fronteras, ya que los campos de batalla y los intereses del imperio español se encontraban sobre todo en Europa y también en América.

"Quería insistir en el tema militar -explica- porque interesa, muchos se identifican con militares de la misma manera que lo hacen con futbolistas porque son gente que juega a la vista de todos".

Algunos de los personajes que Kamen eleva al altar de héroe cayeron en el olvido o sus logros no fueron reconocidos en su época.

Para ver el alcance de su fama, al final de cada capítulo el autor refleja la iconografía que han dejado en la historia del arte.

Los museos son "las hemerotecas del pasado, aunque por desgracia -dice- no hay tantos retratos de estos personajes pero siempre son interesantes, y curiosamente casi todos son obra de extranjeros".

Las vidas de los diez héroes de Kamen se suceden cronológicamente y, aunque algunos son coetáneos, con cada capítulo el relato va avanzando en la historia, desde el inicio del imperio hasta su fin.

Y de la mano de historiador y atrapado por la apasionante vida de los protagonistas, el lector recorre Venecia, Nápoles, Milán, Túnez, Barcelona, Madrid y cruza el Atlántico para desembarcar y guerrear en México y Perú.

De Gonzalo Fernández de Córdoba, "El Gran Capitán" (1453-1515), Kamen destaca que es "el gran olvidado de la historia de Europa y de España", mientras que a Hernán Cortés (1484?-1547), el artífice de la conquista de México, le califica de "auténtico héroe", que "mereció más de lo que al final consiguió".

Francisco Pizarro (¿?-1541) es, dice, "un gran misterio", "logró una gran hazaña y desapareció en un baño de sangre, y al final no hizo mucho", pues la creación del virreinato de Perú fue después.

Carlos V (1500-1558), por contra, fue "un gran hombre: humanista, artista, guerrero, amante de muchas mujeres, con una visón espléndida de las posibilidades de ser emperador. Fue un fuera de serie", subraya.

El Duque de Alba (1504-1582) fue "un gran militar, pero con una mente muy cerrada. Su regla básica era obedecer y al final lo único que consiguió fue que todo el mundo le odiara".

"Una gran estrella, pero una estrella fugaz" fue Juan de Austria (1547-1578), "un hombre -señala- con muchas posibilidades que nunca llegó a desarrollar porque murió muy joven".

El italiano Alessandro Farnesse (1545-1592) fue "el general más importante de España del siglo XVI y uno de los más admirados de su tiempo. Pasó su vida sirviendo a España pero sin ser reconocido".

Su compatriota Ambrogio Spinola (1569-1630) tuvo, por su parte, la mala fortuna de presidir "el derrumbe del imperio, pues dirigió el ejercito cuando todos los factores eran negativos".

El Cardenal Infante Fernando (1609-1642) fue, según Kamen, "el único soldado que España produjo" en el siglo XVII.

Y por último, James FitzJames, primer duque de Berwick, fue un "gran soldado internacional que amó tres países, Inglaterra, Francia y España, y acabó sin gloria en ninguno de ellos".

EL VALLE DE LOS CAIDOS, DOS ESTRELLAS MICHELÍN


Pedro Luis Serrera Contreras.

Unas consideraciones sobre el Valle de los Caídos
Como está de actualidad la suerte de este Conjunto, vamos a dedicarle unas líneas, las cuales prescinden del aspecto estrictamente político y del religioso, para centrarnos en la faceta monumental que también presenta.
Y decimos esto porque en la conocida Guía Michelin dedicada a España, ya en la edición de 1962 escrita en francés, se incluía a aquel Valle entre las curiosidades monumentales, y ese Conjunto se calificaba con dos estrellas. En aquel texto se leía que allí reposaban los restos de muertos en la Guerra civil, católicos de condición y cualesquiera que hubieran sido sus opiniones políticas. Lo primero resultaba congruente con el enterrarse en una Basílica cristiana, y lo segundo significaba que eran de ambos bandos los fallecidos.
La calificación con dos estrellas no era poca cosa. Por establecer una comparación piénsese que en aquella Guía, de todas las ciudades de nuestra Andalucía, solamente Sevilla, Córdoba y Granada merecían tres estrellas; dos se asignaban a las poblaciones de Úbeda, Baeza y Ronda; y nada más. Capitales tan bellas e importantes como Málaga o Cádiz aparecían con una sola estrella.
II. Cuando un conjunto o monumento se calificaba con dos, aquella Guía aclaraba que el visitarlo bien merecía dar un rodeo. Y ciertamente en la autopista de Madrid a La Coruña, a la altura de Guadarrama, un desvío a la izquierda era el que llevaba al Valle que nos ocupa. En el mismo lugar otro desvío semejante nos conduce al Monasterio de El Escorial. Esta construcción, obra de Juan de Herrera y calificada por algunos como la octava maravilla del mundo, se levantó en tiempo de Felipe II y para conmemorar la victoria de San Quintín frente a los franceses.
Pero, ¿fue buen Rey Felipe II? Posiblemente alguno contestará negativamente. Y ello aunque en su reinado, y más tras la unión de Portugal, pudo decirse con verdad que en sus dominios no se ponía el sol. De otro lado, aquel Monasterio fue enriquecido con un valiosísimo patrimonio pictórico y bibliográfico, fruto de las aficiones renacentistas de aquel severo monarca.
Más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio, tenemos en Sevilla el ejemplo del precioso puente de Isabel II que une Sevilla y Triana. ¿Fue buena aquella Reina que le dio nombre? Algo bueno haría, y concretamente de su tiempo, el tercio central del siglo XIX, data la modernización de España. Pero su reinado no terminó normalmente, sino con la Revolución de 1868, la llamada Gloriosa, que la expulsó del trono.
Y vamos al caso quizá más significativo, el del Museo del Prado. Se inició en tiempos de Carlos III por el arquitecto Juan de Villanueva y para destinarlo a gabinete de Historia natural. Pero el edificio fue concluido por Fernando VII, inaugurado en 1819 en su primera etapa absolutista y dedicado ya a pinacoteca. A ésta incorporó la valiosa colección real de pintura, base tan fundamental de este Museo que hoy es orgullo de Madrid y de toda España. Y si nos preguntamos qué clase de rey fue el fundador de tal Museo, la respuesta aquí es unánime. Fernando VII fue un mal rey. Pero ello no obsta a que aquella su actuación fuera una espléndida realidad. Y es que es necesario disociar a la obra de su autor.
III. Volvamos ahora al Valle de los Caídos. Ediciones más modernas de aquella Guía Michelin, ahora en español, le siguen atribuyendo las dos estrellas. Se pondera la belleza del emplazamiento en plena sierra de Guadarrama, la grandiosidad de la Basílica excavada cuya profundidad supera bastante a la de San Pedro del Vaticano, las esculturas impresionantes obras de Juan de Avalos, y la magnífica Cruz que corona el conjunto.
Es un monumento más de los muchísimos que España tiene. Y esta nuestra extraordinaria riqueza artística es también fuente importante para la economía nacional, en cuanto que fomenta y atrae una enorme corriente turística tanto nacional como extranjera.
Ante esa realidad no puede extrañar que el artículo 148 de la Constitución española enuncie entre las competencias que atribuye a las Comunidades autónomas la relativa al Patrimonio monumental que sea de interés para las mismas (en el presente caso, la de Madrid). Y a su vez el artículo 149 establece que el servicio de la cultura ha de considerarlo el Estado como deber y atribución esencial. Es quizás la única materia en la que las dos Administraciones se encuentran vinculadas por igual.
Creemos pues que el conjunto monumental que motiva estas líneas requiere toda la atención y cuidado; y ello con independencia, en este como en cualquier otro caso, del tiempo en que se levantó. Porque tampoco sería lógico el pensar en dinamitar los embalses o pantanos construidos en el régimen anterior por ser obra de aquella época. Esto último recordaría el bombardeo en Afganistán que hicieron los talibanes de las esculturas de Buda talladas en la ladera de una montaña.
Cuidar nuestro rico patrimonio monumental es algo necesario, en lo que además, como se ha dicho, nos jugamos mucho. Al menos esa es la opinión y el deseo del que escribe estas líneas.