ANTONIO GARCÍA BARBEITO
Abc de Sevilla
Día 18/07/2010 - 01.01h
Aquello de haber tenido un maestro que tuvo mando en la tropa durante la guerra, Cangui, nos dio a los niños de entonces una idea aproximada de lo que sería la mili, que el colegio tenía un aire castrense, quizá inevitable, por las consignas de arriba. De hecho, cuando llegué de recluta al Copero, en aquel patio me sentí como en el del colegio, que lo primero fue una voz de «¡Formen!», después, «¡Alinéense!», y como final, otro diario escolar: «Fulanito de tal…» «¡Presente!» Faltaba la diaria leche en polvo del recreo y el queso americano y amarillo de los sábados. Sin embargo, fíjate, Cangui, no recuerdo haber cantado el «Cara al sol», aunque quizá sea cosa de la desmemoria. Lo que sí recuerdo es que el maestro —como contaban los soldados que los trataban a ellos— nos hablaba de usted. Imponía, Cangui, ver al maestro, un hombre cuarentón, alto y con voz grave, hablarle de usted a un chiquillo de cinco o seis años. Imponía. Cuasi tanto como imponía, sobre la negra pizarra del fondo, la foto de Franco.
Entonces, Cangui, la historia de España estaba llena de victorias en todos los frentes. No perdíamos nunca, según contaban los libros. Lo raro es que ningún niño preguntará por qué si habíamos ganado siempre, arrastrábamos tanta miseria. Más tarde, cuando las clases empezaron a ser mixtas, una maestra les decía a los niños que Franco había ganado la guerra rezando, que en vez de irse a pegar tiros, como hacían los rojos, se encerraba en su habitación a rezarle a Dios. Y se quedaba tan tranquila. Ya ves, Cangui. Pero te hablo de aquella escuela sin uniformes donde la tabla de multiplicar trataba de hacer méritos para entrar en la lírica popular, junto a los límites de España. Escuela cantada, como el catecismo, que tan de carrerilla decíamos en grupo al rezar-cantar el credo «…Y desde allí / ha de venir / a juzgar a los vivos y a los muertos…» Ni gregoriano ni oración habitual, una casi canto, casi rezo. Y ningún símbolo más. Te digo esto, Cangui, porque a los escolares de la democracia y la libertad, quieren diferenciarlos con el escudo de la Junta en el uniforme. Esto es como el Rasca de la Once, rasca y gana, o pierde, o, mejor, sigue como antes. Llevan dentro un militar que no ganó la guerra, un rojo que ha perdido el color como tela de intemperie, un, en el fondo, sueño de conquista. Será que es julio, pero siempre hay en el aire del sur un amago de vuelta a otros tiempos que llamaban odiosos. ¿Sabes, Cangui? Prefiero aquel tiempo.
Porque todo esto lo hacían sin esconder que era un Régimen.
Abc de Sevilla
Día 18/07/2010 - 01.01h
Aquello de haber tenido un maestro que tuvo mando en la tropa durante la guerra, Cangui, nos dio a los niños de entonces una idea aproximada de lo que sería la mili, que el colegio tenía un aire castrense, quizá inevitable, por las consignas de arriba. De hecho, cuando llegué de recluta al Copero, en aquel patio me sentí como en el del colegio, que lo primero fue una voz de «¡Formen!», después, «¡Alinéense!», y como final, otro diario escolar: «Fulanito de tal…» «¡Presente!» Faltaba la diaria leche en polvo del recreo y el queso americano y amarillo de los sábados. Sin embargo, fíjate, Cangui, no recuerdo haber cantado el «Cara al sol», aunque quizá sea cosa de la desmemoria. Lo que sí recuerdo es que el maestro —como contaban los soldados que los trataban a ellos— nos hablaba de usted. Imponía, Cangui, ver al maestro, un hombre cuarentón, alto y con voz grave, hablarle de usted a un chiquillo de cinco o seis años. Imponía. Cuasi tanto como imponía, sobre la negra pizarra del fondo, la foto de Franco.
Entonces, Cangui, la historia de España estaba llena de victorias en todos los frentes. No perdíamos nunca, según contaban los libros. Lo raro es que ningún niño preguntará por qué si habíamos ganado siempre, arrastrábamos tanta miseria. Más tarde, cuando las clases empezaron a ser mixtas, una maestra les decía a los niños que Franco había ganado la guerra rezando, que en vez de irse a pegar tiros, como hacían los rojos, se encerraba en su habitación a rezarle a Dios. Y se quedaba tan tranquila. Ya ves, Cangui. Pero te hablo de aquella escuela sin uniformes donde la tabla de multiplicar trataba de hacer méritos para entrar en la lírica popular, junto a los límites de España. Escuela cantada, como el catecismo, que tan de carrerilla decíamos en grupo al rezar-cantar el credo «…Y desde allí / ha de venir / a juzgar a los vivos y a los muertos…» Ni gregoriano ni oración habitual, una casi canto, casi rezo. Y ningún símbolo más. Te digo esto, Cangui, porque a los escolares de la democracia y la libertad, quieren diferenciarlos con el escudo de la Junta en el uniforme. Esto es como el Rasca de la Once, rasca y gana, o pierde, o, mejor, sigue como antes. Llevan dentro un militar que no ganó la guerra, un rojo que ha perdido el color como tela de intemperie, un, en el fondo, sueño de conquista. Será que es julio, pero siempre hay en el aire del sur un amago de vuelta a otros tiempos que llamaban odiosos. ¿Sabes, Cangui? Prefiero aquel tiempo.
Porque todo esto lo hacían sin esconder que era un Régimen.
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