lunes, 12 de julio de 2010

GONZALO, EL ESPEJO DE UNA REALIDAD. Por Eduardo López Pascual


Las gentes como yo mismo, crecido al amparo de un espíritu animado en el Frente de Juventudes, años 40 al 60, del siglo pasado, superábamos etapas de vida y formación leyendo entre otros a autores de la talla de Gonzalo Torrente Ballester, ese escritor de rostro decidido quizá por su vocación irredenta de marino, y de un compromiso auténtico con su mundo y su época que le hizo recorrer un camino desde su galleguismo primero, sus simpatías ácratas que él apuntaría en sus vivencias asturianas, en sus trabajos en El Carbayón, y ese descubrimiento activo y consciente de su afiliación falangista, movido tal vez por la ratio de una inquietud literaria que sintiera en torno al grupo de la Pamplona Azul, de la revista Jerarquía y de hombres como Ángel María Pascual, o el mismo Fermín Yzurdiaga, con quién colaboró con convicción y decisión; allí publica su Razón y Ser...., y El viaje del joven Tobías, que yo pienso, siembra las primeras reservas al Estado nuevo.
Pero Gonzalo, que quiere ser escritor, tal vez antes que ejercer de su currículo académico, en 1937 ya ha conectado con los poetas más representativos del movimiento intelectual de la Falange como Ridruejo, Rosales o Vivanco, entre otros, de forma que acaba involucrándose en la regeneración del 36 y viene a formar parte de los escritores más independientes y objetivos de la andadura literaria surgida después de la guerra. Adscrito a las redacciones de “Arriba”, periódico oficial de la Falange o mejor dicho, del Movimiento, y de Radio Nacional de España, pronto se hace presente su conciencia crítica cuando, por ejemplo, escribe 1.943 su novela “Javier Merino”, que de manera tan torpe como ineficaz, censura la política de entonces. Puede que desde ese acto, Gonzalo Torrente Ballester, que como dicen los hermanos Carbajosa, entra en esa llamada Corte Literaria de José Antonio, empezara a sentirse incómodo dentro de un sistema que le coarta su sentido de libertad, su facultad de expresión, y no obstante como tantos otros intelectuales nacidos o surgidos desde su condición falangista, intenta con su aportación equilibrar una deriva que no compartirán tampoco Ridruejo, Tovar, Laín, escribiendo en la Revista Vértice, o Escorial, donde sigue dejando constancia de la excepcionalidad de su trabajo.
Su afiliación a la Falange, desde julio del 36, no le impide, sino al contrario, movido precisamente por ese sentimiento de renovación absoluta para el mundo en que vive, contar a través de su maravillosa exposición las realidades de una sociedad aun inquieta, injusta, descomprometida, y así aparecen sus guiones cinematográficos tan directos “Surcos”, o “Rebeldía”, que vienen a confirmar su sensibilidad social y su despego ante situaciones perversas en la España de Franco. De todas formas, Torrente Ballester, es todavía un referente en nuestro país, y desde ese contexto, puede escribir una carta protesta sobre los tristes sucesos de la Huelga de mineros en el norte, que deviene en su despido de “Arriba” y Radio nacional de España, obligándole a trabajos menores de traducción y supervivencia. A pesar de todo, sigue escribiendo en programas e instituciones afines al mundo azul, y ya una vez regresado a su mundo académico, y recibido numerosos galardones literarios, deja sobre 1965 una obra de extraordinaria belleza didáctica como es “Aprendiz de hombre”, dedicada a los planes de Estudios Medios y editada por Doncel, que le ponen de nuevo a la vista de nuevas generaciones de jóvenes, que estudian en sus páginas las normas de una generosa y leal convivencia.
En ese sentido, y también como no, en el de su reconocimiento como intelectual y escritor, la lejanía adoptada finalmente por Gonzalo Torrente Ballester, y su desafección a unas políticas concretas, ante una realidad estatal que se desmenuzaba por su propia incompetencia, y su torpeza, además claro está, de sus lamentables equivocaciones, nos trae la realidad de una conducta personal, la suya, que yo entiendo como en lucha permanente entre conciencia y apariencia, frente a una estructura anquilosada y ajena a los principios originales, que determinaron que personas como Gonzalo Torrente Ballester, abandonara ya decepcionado, toda afinidad azul. Cuando más tarde se le otorgaron premios de literatura, el Nacional, el Cervantes, de la Academia, etc. Gonzalo ya estaba perdido para la Falange, al menos la Falange-organización que naturalmente, había depuesto de sus principios. Naturalmente, yo me quedo con el Torrente Ballester de mi juventud, pero dentro de mí nace una fortísima rebelión por tanta estulticia; dejaré en mi mesilla de noche, otra vez, “La saga/fuga de J. B.”, y dormiré, creo, pensándolo como un testimonio más de lo que se pudo hacer. Y no se hizo. Por cierto, también habría que recordar que en este año se cumple su primer centenario, pero eso ya se sabe que importa según quien lo promueva.

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