“Volvían
con camisas viejas y zurcidas de remiendos, pero la muerte, finalmente, no los
había llevado, como a tantos otros que hacían guardia sobre los luceros,
impasible el ademán, esperando la resurrección de la carne...”
De Prada hace ya mucho, ese tiempo lejano de afrentas literarias,
aún a la sombra de Umbral del que desertó pese a llevarse su “fondo de comercio
literario” (en definitiva, un modo casi industrial de hacer metáforas que
escandalizaban y de adjetivos truculentos). Así apareció, en el mercado
literario, su Coños, ese libro que no
se atrevían a pedir en las librerías los casados llenos de escrúpulos e
inhibiciones. El más que conservador Ricardo Senabre lo santificaba, y lo
pregonaba, y lo exaltaba hasta límites indecorosos, desde su púlpito de cátedra
en Salamanca y sobre todo desde su página abierta en el ABC cultural. Fue una
obra sin duda bella, distinta, literariamente rompedora aunque le hubiera
precedido en esa transgresión el Senos
de Gómez de la Serna, aunque éste fuera mucho más edulcorado.
Luego nos llegaron sus relatos de patinadores y silencios en
fangos literarios, preludio en alguna zona de la que luego fue la obra en la
que ya me desmarqué del autor: Las
máscaras del héroe. Ya Prada se comenzó a aproximar frente a frente a José Antonio (siempre José Antonio Frente a frente), algo de él le había
dejado embaucado, acojonado (como habría dicho García Serrano) aunque en ese
entonces y en esa novela quiso mostrar su acritud y su lejanía, y hasta su
chanza (increíble, inverosímil esa escena de José Antonio vestido de smoking
con copa de cócktail en la balconada de ABC enconándose con las masas
proletarias; ya sé que es literatura, ficción, pero la literatura requiere una
realidad que aunque ficcionalizada sea auténtica, y por ende, verosímil).
En todo caso, hasta esa escena ya
digo que inverosímil y opaca del José Antonio con smoking y chulería y todo eso
en el paseo de la Castellana de Madrid, me entusiasmó como lector adictivo de
todo lo que se refiriera a ese tiempo del que todo el mundo contaba mentiras o
escribía con auténtica bellaquería. Luego me alejé de su obra, de la de Prada,
claro, y tras el desengaño final de una obra que yo siempre estimé apalabrada
con Planeta para un premio, La Tormenta,
ya sólo lo seguí alguna que otra vez en prensa cuando iba a casa de mi padre
(suscriptor del ABC como sevillano que se precie) con sus colaboraciones
extrañas, y yo seguía buscando a veces sus ocurrentes adjetivos, esa herencia
de Umbral, pero nada más.
Hace unas noches mi amigo y
conmilitón en ciertas aventuras culturales (decir camarada está mal visto, creo
que ya ni la utilizan los compinches de Sánchez Gordillo cuando asaltan y roban
supermercados y asustan y acojonan vivas a las chicas de la caja, estos
comunistas anclados en lo soviético pero al estilo Chicago, en plan mafioso, lo
que nos faltaba por ver), pues este conmilitón –qué coño, camarada- me habló de
una última publicación de Prada con un título sugerente: Me hallará la muerte, ya
era la tercera vez que se le amputaba al Cara
al sol un verso para intitular una obra literaria. Pues este buen amigo, el
profesor Cansino, me lanzó sin proponérselo al día siguiente a la librería más
cercana a mi casa, la del buen profesor socialista que cuando escribe destroza
a las casas del pueblo y los que viven de ellas, qué pena que no hubiera más
gente así, profesores así, me refiero.
Y sigo el consejo del camarada
Cansino, ya ni conmilitón ni leches. Y el libro, tomazo de más de quinientas
páginas, me va persiguiendo esta semana de viajes. Paro en una venta y mientras
como un pepito de ternera leo el
tomazo, y el sonsonete de la tele de fondo, mientras Rajoy nos sonríe con sus
estafas y Griñán nos engaña con sus mentiras; con el libro a mano siempre,
hasta ese café solo en Aguilar de la Frontera (ya sé que es una ordinariez,
pero es inevitable echar mano del libro mientras uno disfruta de un cortado
aunque sea de máquina); llego a casa y sigo con el libro, me duermo con él, ya
son las tantas, menos mal que mañana es sábado.
Y poco a poco me va deslumbrando lo
que voy leyendo. No soy técnico en la materia, ni crítico literario, ni nada
que se le parezca. Sólo puedo decir que, en cuanto a la forma, observo al Prada
de siempre, con metáforas que ya no me impresionan como a Senabre en ese
tiempo. La trama es buena, folletinesca obviamente, que si no, no se
entenderían sus más de 500 páginas para vender a granel entre multitud de gente
para sacar dinero y que haya negocio.
Hasta allí todo bien. Pero lo
inesperado es comprobar como ese autor que antaño se permitía mofarse de alguna
manera de José Antonio (o zaherirle o menospreciarle), y su cocktail en la
mano, y su smoking y todo eso, chulo ante las hordas proletarias por La
Castellana mientras le increpaban; pues ese mismo José Antonio (ya ni chulo ni
bravucón) pasa a ser ahora el referente de toda la novela, el ídolo al que se
remitirá el autor muchas veces. En ese entonces del Prada neófito con la pluma,
los falangistas eran señoritos chulos y pendencieros (tenía el legado de Umbral
aún muy cerca) y ahora hay buenos falangistas, falangistas auténticos, héroes
que lloran, héroes que tienen que vivir un destino muy duro, que jamás
imaginaron. Por encima del magnífico protagonista central que elige Prada, un
pobre golfo desgraciado que ni siquiera es falangista, están otros que ni mucho
menos son secundarios, complementan al actor principal hasta hacer posible la
fábula. Para mí son la clave de la novela. Con sus grandezas, sus errores y sus
miserias.
Por eso para mí, esta es la novela
de los falangistas auténticos que jamás desertaron de su fe. La División Azul
es uno de los telones de fondo y allí cuenta el autor todo el heroísmo de que
fuimos capaces los españoles. Pero aquella guerra, y esa es otra clave que nos
abre Prada para que la meditemos, fue la posibilidad de ese régimen (ya
chupóptero, capitalista, corrupto, democristiano, del Opus, todo eso dice Prada
o pone en boca de sus personajes) para quitarse de en medio a ese puñado de jóvenes
idealistas y enloquecidos que a punto de morir en el frente, o tullidos tras
alguna retirada, o de regreso en el Semiramis
(ya tan tarde y todos se escondían menos Muñoz Grandes), soñaban con una
España azul de justicia para todos que seguramente nunca encontraron. Esa
España que aún nos falta. Para mí fue una novela tranxilium.
Una cosa más: mi alegría tras leer
tantas páginas fue que, al final, alguien tan hosco al principio con todos
nuestros sueños y nuestra historia, había acabado entendiéndonos de una puta
vez. Cosas que pasan, que a veces pasan, como esta vez.
Sevilla, 18 de noviembre de 2012.
Fdo. José Manuel Sánchez del Águila Ballabriga
Volví desde TeleMadrid en coche con Prada tras un debate sobre el general Patton hace un par de años. Se mostró muy interesado por mi experiencia como falangista. Era pesimista sobre el futuro: "Yo iré a la cárcel y tú, a la sierra".
ResponderEliminarGustavo, pues no es mal destino el de la sierra...
EliminarUn fuerte abrazo.
No olvides usted estimado paisano que muchas veces "recubrimos" nuestra "atracción fatal" con posiciones contrarias y con las que se intenta dar lustre con perfectas construcciones literarias. Que hay un indudable ejército de enamorados silenciosos afanados en ocultar sus corazones traspasados, con el desden y casi el desprecio de lo que se ama cada vez con mayor intensidad. Y que incluso en muchisimás ocasiones este imantado proceso se realiza de espaldas y desde una fingida lejanía. Espero que esa inclinación morbosa, histórica, genética, invalidante, casi cobarde, de atribuir a otros las derrotas propias no hagan mella. Siempre tienen otros las responsabilidades cuando en realidad faltó el espiritu guerrero y revolucionario para impèdir que un grupo de niñatos arrebataran la victoria. El sueño posible fue imposible por la falta de comprensión de que en la vida política nadie regala nada; que un proceso revolucionario que no es capaz de continuar su camino desde los órganos de poder regalados, merece la derrota histórica.
ResponderEliminarDebo confesar que, si aún no he leído (ni adquirido) el libro, se debe a cierta aprensión hacia el autor, una consecuencia de la lectura de "Las máscaras del héroe", tan buena novela como innecesariamente maltratadora de la figura de José Antonio. Una reseña como ésta me anima (y mucho) a emprender la lectura de "Me hallará la muerte". Espero no arrepentirme.
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