Día 23/08/2010 - 07.26h
Cierro la contraportada del libro e inmediatamente abro las ventanas a la reflexión. «Nosotros», de Yevgeni Zamyatin, es una profecía muy anterior al Gran Hermano que Orwell aventuraba para el año 1984. La novela que el ruso escribió en 1921 desde las entrañas mismas de la Revolución es trágicamente premonitoria. Con ella se inició la literatura de las distopías del siglo XX, una palabra árida pero tristemente actual. La distopía es el antónimo de la utopía. El sueño presuntamente imposible de una sociedad idílica frente a la pesadilla supuestamente inalcanzable de una sociedad deplorable. La quimera o el fin del mundo. El trostkysta Zamyatin vaticinó que el sometimiento a lo colectivo desde la corrupción de las ideas produciría el efecto contrario del deseado por el comunismo. Y acertó más allá incluso de los límites del totalitarismo tal y como lo seguimos entendiendo académicamente. Porque lo que hemos descubierto es que el absolutismo también se puede practicar bajo el manto de la democracia. Esa sociedad que imaginaba Zamyatin con casas de cristal para que «El Benefactor», omnipotente amo socialista, pudiera ver la intimidad de la gente a través de los ojos de su guardia y castigar no ya al disidente, sino al que tal vez pudiera llegar a serlo, no es tan distópica como parece. El yo prohibido y el nosotros impuesto por el poder tiene hoy plena vigencia por mor de la corrupción del lenguaje. La comunicación del poder, esto es, la propaganda, se ha convertido en la principal herramienta de represión de los estados. Como escribe Vázquez Montalbán, esta corrupción lingüística de la que hablo se puede llevar a cabo por dos vías: a través del terror —fascismo o estalinismo—, o a través de la persuasión de masas —laborismo o socialdemocracia—. Más allá del lado del que procedan las ideas, el político del siglo XXI tiende a controlar al pueblo con absoluto desprecio a su libertad. Hitler o Stalin son los paradigmas más descarados. Pero otros líderes instalados en la altivez intelectual de la democracia practican medidas de control muy parecidas mientras abominan de estos regímenes del terror. Nos empaquetan sus consignas y maniqueísmos. Dominan la Educación y la gestionan para dirigir el pensamiento. Prohíben en nombre de la libertad y bajo el aval del sufragio. Justifican cualquier barbarie escudándose en que han sido elegidos por el pueblo.
Pero las personas a las que se prohíbe el yo han descubierto que esta nueva dictadura también asegura la llegada de las desigualdades. La dictadura de guante blanco. La del eufemismo. La del nosotros. Esa dictadura que ha logrado convencernos de que se pueden prohibir los toros en el parlamento y que sigue alentando la paradoja de vitorear a la minoría en nombre de todos. Concluyo, por tanto: como presumía Yevgeni Zamyatin, no anhelamos la utopía. Luchamos por la distopía. Hacemos lo imposible por alcanzar el modelo ideal del fracaso.
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