Miguel Ángel Loma (A. C. Ademán)
El presidente de la afamada y subvencionada Fundación nacionalista catalana Cacareo, cuyo objeto principal es proteger la plácida vida de los animales avícolas de granjas de Cataluña, ha hecho público los resultados de un sorprendente estudio sobre la distinta sensibilidad que muestran las gallinas de esta comunidad, según el diferente uso gastronómico a que se destinen sus huevos.
A través de agotadoras investigaciones de campo se ha comprobado que las gallinas ponedoras alcanzaban insufribles espasmos de padecimiento cuando en sus jaulas se introducía una clásica tortilla de patatas o tortilla española, mientras que el sufrimiento se transformaba en exultante alborozo cercano al paroxismo gallináceo, cuando la tortilla era sustituida por un par de huevos fritos acompañados de una buena butifarra, o por una fuente de postre rebosante de exquisita crema catalana.
«Se me puso la carne de gallina con tal intensidad, que hasta temí que yo mismo fuera a poner un huevo», declaraba emocionado el presidente de Cacareo tras conocer las conclusiones del citado estudio, anunciando que lo utilizará para exigir una ley que prohíba cuanto antes el consumo de tortillas de patatas en el ámbito territorial de la querida tierra catalana. Pero es tanta la satisfacción producida que, como muestra de solidaridad con los familiares más directos de las gallinas, también ha anunciado una campaña de sensibilización social contra el bochornoso espectáculo público de las tiendas de pollos asados. «No es ético que se les haga dar tantas vueltas después de muertos; y menos aún, a la vista de todos. ¡O regulamos las vueltas o preservamos de algún modo la intimidad post mórtem de estas criaturas!», añadió muy campanudamente entre vítores y sollozos de sus seguidores.
A través de agotadoras investigaciones de campo se ha comprobado que las gallinas ponedoras alcanzaban insufribles espasmos de padecimiento cuando en sus jaulas se introducía una clásica tortilla de patatas o tortilla española, mientras que el sufrimiento se transformaba en exultante alborozo cercano al paroxismo gallináceo, cuando la tortilla era sustituida por un par de huevos fritos acompañados de una buena butifarra, o por una fuente de postre rebosante de exquisita crema catalana.
«Se me puso la carne de gallina con tal intensidad, que hasta temí que yo mismo fuera a poner un huevo», declaraba emocionado el presidente de Cacareo tras conocer las conclusiones del citado estudio, anunciando que lo utilizará para exigir una ley que prohíba cuanto antes el consumo de tortillas de patatas en el ámbito territorial de la querida tierra catalana. Pero es tanta la satisfacción producida que, como muestra de solidaridad con los familiares más directos de las gallinas, también ha anunciado una campaña de sensibilización social contra el bochornoso espectáculo público de las tiendas de pollos asados. «No es ético que se les haga dar tantas vueltas después de muertos; y menos aún, a la vista de todos. ¡O regulamos las vueltas o preservamos de algún modo la intimidad post mórtem de estas criaturas!», añadió muy campanudamente entre vítores y sollozos de sus seguidores.
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