Antonio Burgos (ABC)
Había nacido en 1917 en la Málaga de, pongamos, José María Souvirón. O en la de Manolito Altolaguirre si lo prefieren. Como tantos poetas andaluces, había nacido dotado con las armas de la palabra, como Minerva de la cabeza de Zeus. Como poeta arrancó, a la sombra del paraíso es muy fácil escribir versos. Fue luego diplomático y crítico teatral. El crítico de ABC. Cuando en estas páginas los estrenos de las obras teatrales del patrón, de Juan Ignacio Luca de Tena, o sea, «Don José, Pepe y Pepito» o «¿Dónde vas Alfonso XII?» no los cubría el crítico de la Casa, sino que se reproducía luego el juicio de la competencia, de «Pueblo», de «Informaciones», de «Arriba».
Hablo de Enrique Llovet, de cuya muerte me entero por un obituario que glosa no sólo su extensa labor como crítico y teórico del teatro, sino como autor y ensayista. Pero se olvidan, ay, de obras fundamentales de Llovet que la gente ni siquiera sabía que eran suyas. Ignoran al Enrique Llovet autor de canciones. A Llovet le pasaba un poco como a don Fernando Lázaro Carreter. A don Fernando Lázaro la gente lo conocía por su libro sobre comentarios de textos con el que aprobamos la Reválida de Cuarto, o por sus dardos en la palabra. Pero no como autor de «La ciudad no es para mí». Sí, la más famosa obra de Martínez Soria la escribió nada menos que el académico don Fernando Lázaro Carreter, ¿pasa algo?
Pues pasa que a Llovet le ocurría algo parecido, pero con sus canciones. Todos nos sabemos de memoria canciones que escribió, cuya autoría conocen apenas los especialistas. Canciones popularísimas. Consulto el «Cancionero general de España» de Vázquez Montalbán y hallo que dos canciones suyas, dos, fueron las que más recaudación obtuvieron en la Sociedad de Autores en sendos años: en 1945, «Yo te diré»; en 1947, «Luna de España». Yo te diré, yo te diré que Enrique Llovet escribió una de las más bellas habaneras compuestas nunca, la que cantaba Nani Fernández en «Los últimos de Filipinas», con música de Jorge Halpern. Si cito los primeros versos, usted es capaz de cantar la habanera entera, en el recuerdo de la tristeza de rayadillo colonial y escarapela rojigualda del uniforme de los héroes de Baler: «Yo te diré por qué mi canción/ te llama sin cesar,/ me falta tu risa, me faltan tus besos,/ me falta tu despertar,/ mi sangre latiendo, mi vida pidiendo/ que tú no te alejes más».
Pocas veces en una canción ha habido tanta ternura, tanta nostalgia, tanta delicada hermosura. Tanta fuerza tiene la letra, que, como en la copla de Manuel Machado, el pueblo no recuerda ya quién la escribió. Ni siquiera quién la cantaba. Como se sabe de memoria otro gran éxito que Llovet escribió para la revista «Hoy como ayer» de Celia Gámez, con música de Fernando Moraleda: «Luna de España». Cuando lean el primer verso seguro que también pueden cantarla entera: «La luna es una mujer/ y por eso el sol de España/ anda que bebe los vientos/ por si la luna lo engaña»... No, la que engaña es la memoria, que hace que permanezcan en el olvido los nombres de los poetas que pusieron versos indelebles para la banda sonora de nuestras vidas.
Por eso le he querido dedicar hoy con toda justicia a Enrique Llovet esta habanera en forma de artículo. Como dijo en su verso inolvidable, «cada vez que el viento pasa se lleva una flor». La flor de nuestra memoria sentimental.
Hablo de Enrique Llovet, de cuya muerte me entero por un obituario que glosa no sólo su extensa labor como crítico y teórico del teatro, sino como autor y ensayista. Pero se olvidan, ay, de obras fundamentales de Llovet que la gente ni siquiera sabía que eran suyas. Ignoran al Enrique Llovet autor de canciones. A Llovet le pasaba un poco como a don Fernando Lázaro Carreter. A don Fernando Lázaro la gente lo conocía por su libro sobre comentarios de textos con el que aprobamos la Reválida de Cuarto, o por sus dardos en la palabra. Pero no como autor de «La ciudad no es para mí». Sí, la más famosa obra de Martínez Soria la escribió nada menos que el académico don Fernando Lázaro Carreter, ¿pasa algo?
Pues pasa que a Llovet le ocurría algo parecido, pero con sus canciones. Todos nos sabemos de memoria canciones que escribió, cuya autoría conocen apenas los especialistas. Canciones popularísimas. Consulto el «Cancionero general de España» de Vázquez Montalbán y hallo que dos canciones suyas, dos, fueron las que más recaudación obtuvieron en la Sociedad de Autores en sendos años: en 1945, «Yo te diré»; en 1947, «Luna de España». Yo te diré, yo te diré que Enrique Llovet escribió una de las más bellas habaneras compuestas nunca, la que cantaba Nani Fernández en «Los últimos de Filipinas», con música de Jorge Halpern. Si cito los primeros versos, usted es capaz de cantar la habanera entera, en el recuerdo de la tristeza de rayadillo colonial y escarapela rojigualda del uniforme de los héroes de Baler: «Yo te diré por qué mi canción/ te llama sin cesar,/ me falta tu risa, me faltan tus besos,/ me falta tu despertar,/ mi sangre latiendo, mi vida pidiendo/ que tú no te alejes más».
Pocas veces en una canción ha habido tanta ternura, tanta nostalgia, tanta delicada hermosura. Tanta fuerza tiene la letra, que, como en la copla de Manuel Machado, el pueblo no recuerda ya quién la escribió. Ni siquiera quién la cantaba. Como se sabe de memoria otro gran éxito que Llovet escribió para la revista «Hoy como ayer» de Celia Gámez, con música de Fernando Moraleda: «Luna de España». Cuando lean el primer verso seguro que también pueden cantarla entera: «La luna es una mujer/ y por eso el sol de España/ anda que bebe los vientos/ por si la luna lo engaña»... No, la que engaña es la memoria, que hace que permanezcan en el olvido los nombres de los poetas que pusieron versos indelebles para la banda sonora de nuestras vidas.
Por eso le he querido dedicar hoy con toda justicia a Enrique Llovet esta habanera en forma de artículo. Como dijo en su verso inolvidable, «cada vez que el viento pasa se lleva una flor». La flor de nuestra memoria sentimental.
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