Fernando Iwasaki
Día 04/08/2010
El cineasta John J. Healey acaba de publicar un demoledor artículo sobre la pobreza del habla en el cine español, coincidiendo con la entrada en la norma de voces como «cultureta», «muslamen» o «antiespañol». No creo que se trate de dos hechos incongruentes, porque las tres nuevas palabras admitidas sólo circulan en España y muy probablemente no crucen el charco jamás. Por lo tanto, no sé si se puede enriquecer el acervo con expresiones de flagrante pobreza verbal. ¿Para cuándo «noor» como sinónimo del «no» de toda la vida? Total, si está en las calles de España y en más de una teleserie o película española, no veo por qué no podría estar ya en el Diccionario de la RAE.
Señala John J. Healey en «El problema más grave del cine español» (El País, 17.08.10), que una enorme mayoría de españoles habla con frases hechas que refuerza con un lenguaje corporal que sólo son inteligibles en España en general y en ciertas autonomías en particular. En consecuencia, el cine español absorbe todos esos vicios, frustrando así la posibilidad de ser entendido fuera de España e incluso por los propios países de habla hispana. La excepción que confirmaría esa regla —según Healey— sería Pedro Almodóvar, cuyas películas exageran esos registros hasta límites surrealistas, precisamente para convertir la necesidad en virtud. ¿Será así en realidad? Yo vivo hace tantos años en España, que tal vez no pueda ser objetivo.
Pienso en los diálogos de la bellísima película argentina «El secreto de sus ojos», y me arriesgo a decir que no encuentro nada parecido en ninguna película española de los últimos diez años, donde más bien abundan los tacos, los gritos y las expresiones malsonantes. Ni siquiera en «Alatriste» era posible escuchar al protagonista del filme, porque el director optó por esconder el acento no-peninsular de Vigo Mortensen y así el Alatriste del cine se limitaba a gruñir y blasfemar, con una voz a caballo entre la de Darth Vader y Batman «Dark Night».
Healey es rotundo al respecto: «Las películas españolas reflejan la sociedad que les rodea, y eso explica por qué la mayoría de los españoles no nota nada raro. La mayoría de los directores y sus actores logran actuaciones que son naturales en el contexto español —que reflejan cómo actúa la gente de aquí— y que transmiten la dosis requerida de falsedad y uniformidad. Pero la cámara es acultural y neutra y refleja fielmente esas voces tan bajas de los galanes y de los malos, las altas y locas de los que hacen comedia, las protestas fingidas de las heroínas y los hombros de todos ellos, que suben cada dos por tres con cada tosca declaración». Invito a los lectores a comparar la voz de Penélope Cruz en «Volver» con la de Gracita Morales en «Un vampiro para dos».
Que «muslamen» y «cultureta» hayan sido admitidas por la RAE se me antoja una expresión del fenómeno advertido por Healey. Y sobre todo porque «cultureta» es un sustantivo despectivo que sirve para aludir a los periodistas culturales. Paradójicamente, las secciones de Cultura de casi todos los medios se han convertido en secciones de «Ocio», «Tendencias» y «Gente». Es decir, en secciones de Cultureta sin culturetas.
Señala John J. Healey en «El problema más grave del cine español» (El País, 17.08.10), que una enorme mayoría de españoles habla con frases hechas que refuerza con un lenguaje corporal que sólo son inteligibles en España en general y en ciertas autonomías en particular. En consecuencia, el cine español absorbe todos esos vicios, frustrando así la posibilidad de ser entendido fuera de España e incluso por los propios países de habla hispana. La excepción que confirmaría esa regla —según Healey— sería Pedro Almodóvar, cuyas películas exageran esos registros hasta límites surrealistas, precisamente para convertir la necesidad en virtud. ¿Será así en realidad? Yo vivo hace tantos años en España, que tal vez no pueda ser objetivo.
Pienso en los diálogos de la bellísima película argentina «El secreto de sus ojos», y me arriesgo a decir que no encuentro nada parecido en ninguna película española de los últimos diez años, donde más bien abundan los tacos, los gritos y las expresiones malsonantes. Ni siquiera en «Alatriste» era posible escuchar al protagonista del filme, porque el director optó por esconder el acento no-peninsular de Vigo Mortensen y así el Alatriste del cine se limitaba a gruñir y blasfemar, con una voz a caballo entre la de Darth Vader y Batman «Dark Night».
Healey es rotundo al respecto: «Las películas españolas reflejan la sociedad que les rodea, y eso explica por qué la mayoría de los españoles no nota nada raro. La mayoría de los directores y sus actores logran actuaciones que son naturales en el contexto español —que reflejan cómo actúa la gente de aquí— y que transmiten la dosis requerida de falsedad y uniformidad. Pero la cámara es acultural y neutra y refleja fielmente esas voces tan bajas de los galanes y de los malos, las altas y locas de los que hacen comedia, las protestas fingidas de las heroínas y los hombros de todos ellos, que suben cada dos por tres con cada tosca declaración». Invito a los lectores a comparar la voz de Penélope Cruz en «Volver» con la de Gracita Morales en «Un vampiro para dos».
Que «muslamen» y «cultureta» hayan sido admitidas por la RAE se me antoja una expresión del fenómeno advertido por Healey. Y sobre todo porque «cultureta» es un sustantivo despectivo que sirve para aludir a los periodistas culturales. Paradójicamente, las secciones de Cultura de casi todos los medios se han convertido en secciones de «Ocio», «Tendencias» y «Gente». Es decir, en secciones de Cultureta sin culturetas.
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