En la hora final del gran torero Pepe Luis Vázquez, reproducimos el artículo de Aquilino Duque publicado en ABC de Sevilla.
D.E.P., Maestro.
D.E.P., Maestro.
Aquilino Duque, foto de Raúl Doblado |
En una entrevista concedida al diario ABC el 15 de agosto de 1990, al cumplirse el medio siglo de su alternativa, el torero Pepe Luis Vázquez decía lo siguiente: «Queda en la televisión el recuerdo de las imágenes, pero no es la única manera de recordar, ni la definitiva… Para mí lo mejor es lo que queda en el pensamiento. Lo que no se borra; la fiabilidad de lo que uno mismo recuerda.» En otro orden de cosas, al evocar las veces que iba a La Punta del Diamante a tomar café con Chicuelo, abundaba el torero de San Bernardo: «Es que de las conversaciones queda el rescoldo, que es lo más bonito.»
En un mundo como el de hoy, sometido al imperio de la imagen, no deja de ser alentador este homenaje al pensamiento y a la memoria por parte del oficiante de un arte eminentemente visual y efímero, que al fin y al cabo debe a la fotografía y al cine una semblanza de perennidad.
Hay hombres parcos en palabras que dan lecciones de buen decir al escritor más pintado. En todos los ánimos está la respuesta de Juan Belmonte a Valle Inclán, y yo no estoy ahora mismo haciendo otra cosa que glosar unas breves palabras de Pepe Luis Vázquez a un periodista que lo entrevistaba.
El rescoldo que queda de las conversaciones, el recuerdo que queda
de una buena faena, no se explican sin una filosofía de la vida, una
filosofía que hunde sus raíces en la tierra de una cultura agraria. Por
eso, hablar del toreo de Pepe Luis Vázquez, un hombre que sabe lo que
conforta un rescoldo y lo que revive un recuerdo, es hablar de toda una
cultura agraria, de una cultura de la tierra de la que ese toreo fue una
manifestación. Ya sé que decir «cultura agraria» es redundancia, pues
cultura es lo mismo que cultivo, y solemos llamar culto al hombre
cultivado.
Por eso, el concepto de cultura es indisociable del concepto de naturaleza, y de naturaleza viene naturalidad, una naturalidad que el hombre de campo debe a su i dea cíclica del tiempo, a esa rotación de las cuatro estaciones, a ese eterno retorno de las faenas agrícolas. La elegancia ignorándose en la naturaleza. Ese verso lapidario con el que Gerardo Diego resumía el toreo de Pepe Luis podría aplicarse al estilo con que muchos labradores andaluces se plantan ante su tierra. Pero es que hay otra cosa en la naturaleza, y es que la naturaleza no engaña, la naturaleza no hace trampa, la naturaleza es de fiar. Solemquis dicet falsumau de at?, pregunta Virgilio en sus Geórgicas. ¿Quién se atreve a poner al sol por embustero? Y alguien que predicaba el retorno a la tierra, la vuelta al campo, solía decir: «La tierra no miente.» La tierra puede ser rica o pobre, avara o generosa, pero lo cierto es que no da más que lo que promete. Y una de las cosas que da nuestra tierra española es la fiesta brava; de ahí que nadie que la ignore puede hablar con autoridad de cultura ni de cultivo. A esa cultura de la tierra es nada menos el sol el que l e pone su broche de oro.
Alguna vez he dicho que es la economía lo que mejor ilustra el arte y el estilo de Pepe Luis. Nada en él fue nunca excesivo, y en él fue el arte de torear una ciencia exacta. Los que tuvimos la suerte de verlo en la plaza, tanto en sus tardes de gloria como en sus tardes de abulia, vemos en nuestro pensamiento la gracia sobria con que resolvía las ecuaciones de la lidia. Esa economía suya que, vuelvo a decir, era también economía de su persona o, dicho de otro modo, instinto de conservación, es la misma economía que luego hemos encontrado en sus palabras. «Se torea como se es», decía Belmonte. Habría que añadir: «Se habla como se torea.» Acaso el tópico que más daño nos hace a los andaluces sea el de presentarnos, y a los sevillanos muy en particular, como chistosos y dicharacheros. No niego que haya demasiados andaluces de este tipo, de esos que dan vergüenza ajena, pero es que hay un estilo andaluz campero de hombre que para saber la hora sólo tiene que mirar la posición de las estrellas. Ese hombre es hombre de pocas palabras, pero todas son de oro, y hay en sus ademanes una elegancia natural que no se aprende ni se enseña en ningún pal acio. En su poema coral Los toros, hace Agustín de Foxá decir al torero:
Esa naturalidad de
movimientos que sólo da el campo andaluz, se corresponde con una manera
de expresarse. Por eso era la palabra, la palabra viva de Pepe Luis lo
que, a los cincuenta años de su alternativa, seguía dándonos una idea
cabal de lo que era su toreo. Y esa palabra fue, con la claridad de
pensamiento, la última facultad que conservó cuando ya había perdido
todas las demás, incluidas la vista y el oído. A un amigo que lo
visitaba, José Utrera Molina, le dijo: «Ya solo veo por dentro». ¡Qué no
verá ahora que ha cerrado los ojos para siempre!
Aquilino Duque
Por eso, el concepto de cultura es indisociable del concepto de naturaleza, y de naturaleza viene naturalidad, una naturalidad que el hombre de campo debe a su i dea cíclica del tiempo, a esa rotación de las cuatro estaciones, a ese eterno retorno de las faenas agrícolas. La elegancia ignorándose en la naturaleza. Ese verso lapidario con el que Gerardo Diego resumía el toreo de Pepe Luis podría aplicarse al estilo con que muchos labradores andaluces se plantan ante su tierra. Pero es que hay otra cosa en la naturaleza, y es que la naturaleza no engaña, la naturaleza no hace trampa, la naturaleza es de fiar. Solemquis dicet falsumau de at?, pregunta Virgilio en sus Geórgicas. ¿Quién se atreve a poner al sol por embustero? Y alguien que predicaba el retorno a la tierra, la vuelta al campo, solía decir: «La tierra no miente.» La tierra puede ser rica o pobre, avara o generosa, pero lo cierto es que no da más que lo que promete. Y una de las cosas que da nuestra tierra española es la fiesta brava; de ahí que nadie que la ignore puede hablar con autoridad de cultura ni de cultivo. A esa cultura de la tierra es nada menos el sol el que l e pone su broche de oro.
Alguna vez he dicho que es la economía lo que mejor ilustra el arte y el estilo de Pepe Luis. Nada en él fue nunca excesivo, y en él fue el arte de torear una ciencia exacta. Los que tuvimos la suerte de verlo en la plaza, tanto en sus tardes de gloria como en sus tardes de abulia, vemos en nuestro pensamiento la gracia sobria con que resolvía las ecuaciones de la lidia. Esa economía suya que, vuelvo a decir, era también economía de su persona o, dicho de otro modo, instinto de conservación, es la misma economía que luego hemos encontrado en sus palabras. «Se torea como se es», decía Belmonte. Habría que añadir: «Se habla como se torea.» Acaso el tópico que más daño nos hace a los andaluces sea el de presentarnos, y a los sevillanos muy en particular, como chistosos y dicharacheros. No niego que haya demasiados andaluces de este tipo, de esos que dan vergüenza ajena, pero es que hay un estilo andaluz campero de hombre que para saber la hora sólo tiene que mirar la posición de las estrellas. Ese hombre es hombre de pocas palabras, pero todas son de oro, y hay en sus ademanes una elegancia natural que no se aprende ni se enseña en ningún pal acio. En su poema coral Los toros, hace Agustín de Foxá decir al torero:
¿No me has visto al
sembrar hacer el gesto del pase natural, con la semilla? ¿Y en el lento
ondular de los trigales no estaba mi cintura entre verónicas?
Aquilino Duque
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