“Las derechas están
con su Parlamento recién ganado como un niño con juguete nuevo. Creen … que el
mundo es ese mundo que se ve con la linterna mágica del Parlamento. Encerrados
en el Parlamento se creen en posesión de los hijos de España. Pero fuera hierve
una España que ha despreciado el juguete.”
José
Antonio en “La victoria sin alas”
Era cuando en las facultades de Derecho de España
a la actual Teoría General del Derecho (esa disciplina de título tan
tronitronante) se le llamaba Derecho Natural. Y los estudiantes más conspicuos,
quizá los más avezados, ésos que esperaban entrar en la política y a lo mejor
en el poder, se quedaron con eso que aquel jurista alemán, ese tal Carl
Schmitt, llamó con gran acierto la "legislación motorizada".
Y parece que eso les gustó, y con eso y poco más
se quedaron: la producción normativa industrial, asfixiante, a golpe de leyes y
decretos atropellados, lejos del sosiego jurídico de antaño, cuando Savigny
concebía el Derecho como expresión del espíritu de los pueblos y cualquier
metamorfosis jurídica requería mucha reflexión. Ahora ya entrados en un nuevo
siglo, el positivismo precipitado se ha vuelto más feroz si cabe, las normas se
recambian a cada momento como neumáticos al gusto de cada partido o de cada
idea instalada en el gobierno. Y llegó la derecha tras años de desencanto de
gobiernos torpes y descerebrados, cuando las urnas –ese montón de votos que
pesan más que los otros- les entregó con una sonrisa meliflua aunque cínica una
victoria que al final ha resultado sin alas, todo un desastre, como hemos
podido comprobar después.
Llegaron al gobierno, al poder, a los
ministerios, pusieron a tope el motor legislativo y comenzaron a hundir la
patita en el acelerador; y hundir así aún más a España en la miseria con la que
otros gobernantes tan ineptos como éstos le habían inoculado en los últimos
años. Con esas leyes y decretos hicieron regresar a este país a la situación
más reaccionaria que cabía imaginar, y así posibilitaron que la pobreza y el
infortunio llegase a límites insospechados. Un gobierno que ha venido y viene
usando a discreción ese juguete tan nuevo y peligroso para suprimir sin empacho
beneficios sociales que parecían irreversibles desde el mismo franquismo. Con
ese caprichoso juguete legislativo en las manos llegan a decretar sin pudor un
despido más o menos libre y, mientras, las cifras del paro escalando puestos de
una manera vertiginosa, y sigue la desventura; fustigan a la clase media
–precisamente su ingenua cantera de votos-, a la que imponen graves cargas
tributarias –nuevo aumento del IVA y de retenciones- y a la que impiden acceder
a los tribunales y a la justicia mediante la exigencia de unas tasas
verdaderamente brutales pero fáciles de satisfacer por los poderosos. Atacan
colectivos profesionales promoviendo incluso su misma desaparición en la
práctica. Y mientras todo esto acontece, el español medio, que sufre toda esta
miseria y que padece auténtico miedo ante el futuro, contempla como el
legislador escandalosamente injusto financia a la banca sin exigir a cambio una
retribución con fines sociales; y no solamente eso: la derecha en el poder
ampara a las potentes empresas, a las grandes fortunas, los capitales fabulosos
a los que no les exige un mayor, especial esfuerzo tributario o de creación de
empleo. Todos éstos continúan en su limbo de bienestar y riqueza sin contribuir
con sacrificio alguno a superar este tiempo de penuria generalizada. Por el
contrario se les facilita el fraude, o al menos la evasión fiscal con
apariencia de legalidad; me refiero a las célebres SICAV.
Mientras, las clases más desfavorecidas malviven
con unas insuficientes, ridículas ayudas económicas de pocos cientos de euros
una vez agotadas las prestaciones por desempleo. Las organizaciones no
gubernamentales no han dado abasto este invierno para nutrir con alimentos a
miles y miles de indigentes que hace pocos años gozaban de un empleo digno.
Otros se refugian en las familias y comparten las humildes pensiones de
jubilación de los abuelos. La masiva indignación social y aquellos lamentables
suicidios llevaron a tomar medidas ante los millares de desahucios que se
venían produciendo por el impago de unos préstamos hipotecarios que la banca
fue concediendo irreflexivamente en tiempos en los que, aunque aún fueran de
bonanza, ya se adivinaba el caos que había de suceder. Pues en esta España
vivimos, en este panorama desolador, mientras los políticos, la derecha, vive
atrincherada en el Parlamento.
Y mientras todo esto acontece, cada
día aparece un escándalo nuevo a babor y a
estribor. Los partidos políticos y los sindicatos están descalificados
moralmente ante la gravedad de la corrupción generalizada, ese fango hediondo
en el que llevan nadando años y años. La corrupción, la malversación, el
saqueo, como telón de fondo de la vida diaria española. Es tal ya su magnitud
que corremos el peligro de acostumbrarnos a ella, como si entre las funciones
habituales de los políticos se encontrase la de meter mano en la caja.
¿Y qué hacemos ante este desolador,
indecoroso escenario de pobreza y corrupción? Desde luego que no se nos podría
ocurrir sumarnos a las movilizaciones de perroflautas,
ociosos y afines instigados por comunistas al mejor modo soviético; los mismos
que disfrazados de izquierda plural lanzan la turbamulta a las puertas de las
sedes de determinados partidos –con graves y racionales indicios de corrupción,
eso es cierto- pero que del mismo modo, se abstiene de promover concentraciones
idénticas ante las sedes de una izquierda que ha protagonizado (los
socialistas), o en todo caso, amparado con su apoyo en pactos de gobierno (los
comunistas), uno de los mayores escándalos de corrupción producido en los
últimos años: Andalucía y sus corrompidos ERES.
Ése no puede ser el camino, obviamente,
entre otras cosas porque sería ir de la mano o a rastras de otro club de
políticos (por mucho que se camuflen) que, cuando ha tenido gobierno y poder no
ha dudado en ejecutar sucios actos de corrupción y saqueo de dinero público.
Tampoco vamos a promover la deserción para el que puede escapar –escapad, gente
tierna- aunque esta tierra esté enferma, parafraseando a Juan Manuel Serrat.
Porque tiene que haber una solución, tenemos que buscarla, hacer lo que sea
para salir de este despropósito al que nos está llevando la derecha con sus
leyes brutales. Tenemos que cansarlos con nuestras palabras, con nuestras
denuncias, inundar las redes sociales de nuestras más que fundadas quejas y de
nuestro asco, levantarles las caretas, quedarnos con sus caras, no dejar de
denunciar toda esta barbaridad, este atropello social que venimos soportando
inermes. Porque estamos hartos de esos chicos
que disparan miseria con sus juguetes; porque, como dijo aquél, … fuera hierve una España que ha despreciado
el juguete.
(*) Abogado y escritor
Muy bueno
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