martes, 31 de julio de 2012

La estupidez del "páramo cultural" desmantelada por Aquilino Duque


Aquilino Duque


 Los nombres propios del supuesto "páramo cultural" de la postguerra
Carmelo López-Arias

La idea de que durante el régimen de Franco España habría vivido en un "páramo cultural" cuajó en la Transición, a pesar de que era absurda y contradecía la experiencia personal de millones de españoles. Pero era útil a la izquierda y lo sigue siendo, no sólo por denigrar al "régimen anterior", sino porque convertía en tótem a unos escritores (los del exilio) y menguaba el valor de otros (los de dentro).

No hay muchos que osen desmontar esa tramoya, tan cómoda para todos. Aquilino Duque, Premio Nacional de Literatura y finalista del Premio Nadal (autor él mismo de obras maestras como El mono azul o Mano en candela), sí. Porque además es de los pocos lectores auténticamente desprejuiciados ante ámbitos literarios tan distantes. Joven en los años cincuenta y sesenta, residente largas temporadas en Europa, le tentó primero el virus contestatario, trató personalmente a casi todos los ilustres del exilio, y gozó con su literatura (lo mejor de ella –por cierto- escrita antes de 1936).

Nombres señeros...

Pero eso no significaba despreciar nombres como los que incluye en Memoria y ficción en las letras españolas de trasguerra (CEU): José María Pemán, Ramón Gómez de la Serna, Wenceslao Fernández Flórez, Vicente Risco, Lorenzo Villalonga, Rafael Sánchez Mazas... Ellos y otros muchos dieron tono a las dos décadas posteriores a la guerra, y desde luego ese tono no fue gris, sino vivo en todos los colores de la paleta, como muestran las glosas, interpretaciones, e incluso dimes y diretes de estos genios (y de sus amigos y adversarios y referentes...) recogidos en estas páginas.

En torno a esos focos de atención, y conforme al talento peculiar de Aquilino Duque para mostrar la coralidad de la vida real (el trasiego de conocidos, la interrelación entre los escritos, las referencias cruzadas), contemplamos la historia literaria de la España de postguerra, con valoraciones certeras del autor -casi nunca conformes al diktat de la izquierda caviar- sobre obras y autores.

...y una buena guía de obras maestras

El bosque animado de Fernández Florez es, por ejemplo, "uno de los mejores libros de prosa, sino el mejor, de la segunda mitad de siglo". La familia de Pascual Duarte, Viaje a la Alcarria y La colmena, de Camilo José Cela, "obras sólidas y envidiables". También recuerda que en los años sesenta, cuando surgió la gran narrativa hispanoamericana, la plataforma que le dio fama mundial fue Barcelona, que en aquella época llegó "a sustituir en actividad editorial a los grandes emporios que habían sido México y Buenos Aires". Vicente Risco, con La puerta de paja, contribuyó como lo harían el mismo Fernández Flórez o Álvaro Cunqueiro a reaccionar "contra el deprimente realismo dominante en la Península". También se sumó a esa "literatura antidepresiva" Rafael Sánchez Mazas con La vida nueva de Pedrito de Andía, una literatura costumbrista hecha "para alegrar la vida, distraer y divertir", y que por tanto sentó muy mal a quienes no soportaban evocar el pasado –la infancia del protagonista, en este caso- "si no es para ensañarse con él". Y ahí está también Lorenzo Villalonga con su Bearn o La Sala de las Muñecas, mal vista en su momento por la progresía por ser su autor "aristócrata, católico y falangista", pero una obra sobre la que aún se medita y se interpreta.

En toda esta panorámica de la floreciente literatura española de esos veinte años, Aquilino Duque aprovecha para valorar lo que otros críticos desprecian, desde esa literatura que, en vez de hundir la moral del lector, le reconcilia con la vida, hasta la conexión popular de la que gozaba, por ejemplo, José María Pemán, tan envidiada por sus censores en la izquierda.

Con todo, lo más bonito de esta obra de Duque es que enamora al lector de los libros de los que habla, incluso de los que apenas menciona de pasada, de estos autores o de otros. Un buen consejo es ir apuntando las novelas que aquí aparecen, e ir leyendo las que uno desconozca y releyendo las ya visitadas. Al final de ese ejercicio, a uno no le cuelan ya la milonga del "páramo".


1 comentario:

  1. Julián Marías desmontó este lugar común en su artículo "la vegetación del páramo" de 1976.

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