lunes, 23 de julio de 2012

Vuelven los toros a Bilbao, por Pablo Martínez Zarracina

BILBAO AL FONDO

Último tercio

Vuelven los toros a Bilbao con su peculiar parafernalia: clarines, timbales, abanicos, olés, antitaurinos


Último tercio
Plaza de toros de Vista Alegre

Vuelven los toros a Bilbao y saca uno su entrada con una mezcla de estupor y melancolía, sin saber muy bien qué razones le devuelven a Vista-Alegre, pero sin dejar al mismo tiempo de mirar hacia el cielo, intentando descifrar en las nubes lejanas si cambiará el clima, si habrá viento el sábado, si se le complicarán las cosas a Fandiño. «Que tenga suerte ese torero», murmura uno para sí, ya de vuelta, mientras guarda los tickets en la chaqueta, enfilando General Concha. Es entonces cuando regresa el ruido blanco cerebral: las íntimas disquisiciones pesimistas.
Porque lo cierto es que ha ido uno perdiendo mucho del entusiasmo taurófilo que distinguió su juventud. Fueron aquellos unos años en los que la pasión se manifestaba aún exenta de ironía. Digan lo que digan, los jóvenes son una gente que se toma las cosas extraordinariamente en serio. Solo eso explica aquellos viajes minuciosamente planeados para ver las últimas tardes de Chenel. Y las peregrinaciones a Madrid para acampar en ‘Cock’ y ver a tal o cual torero en una de esas dos o tres citas en las que resultaba imprescindible verle.
Y qué decir de la lectura minuciosa de tantos libros, muchos de ellos del todo insalvables, pero algunos pocos sencillamente luminosos: descubrimientos de Chaves Nogales y Corrochano, la novelita aquella de Joaquín Vidal, el impecable ‘El toreo y las luces’ de Aquilino Duque. Y la lectura fascinada, inacabable, de aquella revista llamada ‘Quites’, que llegaba siempre con una viñeta de Ramón Gaya en la portada y en cuyas paginas convivían Manolo Vázquez y Rafael de Paula con Bergamín, Claudio Rodríguez, Brines o Ferlosio.
Sin embargo, qué lejos todo aquello. Miro ahora la zona de mi biblioteca dedicada a los libros de tema taurino y tengo la sensación de haberme dedicado en un tiempo lejano al estudio de una disciplina estrafalaria que he olvidado por completo. Incluso he olvidado los motivos que me empujaron al estudio de aquel saber quimérico. Abramos un volumen al azar por donde señala el marcapáginas: «Este espectáculo es ciertamente uno de los más hermosos del mundo si se considera, simplemente, como un regalo de la vista o como un esfuerzo de la valentía e infinita agilidad de los ejecutantes». Es Edward Clarke, un viajero inglés que asistió a una función de toros celebrada en la Plaza Mayor de Madrid en 1760... Etcétera.
Pese a todo, claro, sigue uno yendo de vez en cuando a los toros, y siente una lejana devoción por un par de matadores que están en activo, y de pronto, una tarde, una media verónica perfecta vuelve a dejar claro cuál es el sentido profundo de todo el espectáculo: la búsqueda de la inexplicable emoción estética. Pero aún así cada vez pesan más las tardes en que el espectáculo tiene mucho de estafa, y todos esos toreros gimnásticos y funcionariales, y los debates bizantinos entre taurinos y antitaurinos: augustos y clowns sobreactuados a los que alguien empuja a la pista central del debate público.
Es todo tan extraño que ni siquiera me sorprendo cuando pienso que lo más auténtico que creo encontrar en algunas tardes de toros son precisamente los antitaurinos, esa gente llena de fe y pintoresquismo que no compone grupos sino retablos. Sus pancartas llenas de sangre y espadas me recuerdan mucho a Solana y creo que sus mejores gritos podría firmarlos aquel aficionado inverso y problemático que fue Eugenio Noel. Yo creo que llegaré a ir a los toros solo para disfrutar de su presencia castiza en la puerta de la plaza. Ellos garantizan a su manera la supervivencia del espectáculo y quién sabe si incluso también la de la raza. 
 
 
 http://www.elcorreo.com/alava/20120615/mas-actualidad/cultura/plaza-toros-bilbao-fondo-201206141946.html
 

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