FERNANDO IWASAKI
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Acabo de releer la edición definitiva «Españoles de tres mundos» (Seix Barral, 1987) de Juan Ramón Jiménez y no me extraña que su memoria sea tan polémica, pues sus opiniones cayeron como rayos sobre muchos de sus contemporáneos. A manera de muestra convoco sus comentarios acerca de Pablo Neruda y Rafael Alberti, a quienes la historia ha terminado poniendo en el lugar donde los puso Juan Ramón.
El perfil de Rafael Alberti se publicó en 1930 bajo el título de «Acento: Poetas de antro y dianche», junto con las siluetas de Dámaso Alonso y Federico García Lorca. Por entonces Alberti era muy joven, la guerra civil no aparecía en el horizonte y las opiniones de Juan Ramón no eran nada políticas sino poéticas. Y lo clavó así: «Por ahí anda, por todos los ahíes, tocándose los verdugones de talón celeste. Estraordinario él mismo en su gustoso alarde de tontilocuente contra la exajeración inútil e innecesaria. Cuando se descuelgue su sétimo manto de amanerada elocuencia, tire al abismo su varita de habilidad, se evada netamente de su actual sobrerromanticismo, y en la ramazón de su disgregada labia escesiva aísle otra vez la hermosa ave fresca de su voz una, como tiene además en su último piso esa trampa natural por donde saca, atravesando lámparas de techo con cubo de plata y oro, cosas de fuego diamantino del centro de la tierra, Rafael Alberti le va a decir a lo no mirado una gran cosa por lo menos del tamaño del mar de Cádiz, el más bello mar, para mí, del mundo». Sin embargo, tras la guerra civil la obra de Alberti fue más política que poética y acaso jamás llegó a decirle a lo no mirado cosas del tamaño del mar de Cádiz.
El texto sobre Neruda fue publicado primero en «Repertorio Americano» (1940) y después en la primera edición de «Españoles de tres mundos» (1942), y no es posible leerlo sin tener en cuenta que Neruda puso a toda la Generación del 27 contra Juan Ramón, con ocasión del homenaje que él mismo se organizó en Madrid en 1935. Así se entiende que Juan Ramón comenzara su retrato lanzando la primera a la frente: «Siempre tuve a Pablo Neruda ... por un gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de comprender ni emplear sus dotes naturales». Ignoro si Juan Ramón sabía que Neruda era cachivachero, porque la viñeta que pintó sobre la poesía de Neruda podría haber sido la foto de su casa de Isla Negra: «Posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cuál flor, un metal en buen estado aún y todavía bellos. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y trasmutadora; no suple el sujeto o el objeto con su palabra; traslada objeto y sujeto, no sustancia ni esencia». Juan Ramón sentenció rotundo: «No tiene calidad Neruda porque no es estático ni dinámico, sino sólo estanco».
He glosado textos de 1929 y 1939, cuando ni Juan Ramón ni Alberti ni Neruda tenían la trascendencia que alcanzaron más tarde, y por eso mis respetos al lapidario Juan Ramón.
El perfil de Rafael Alberti se publicó en 1930 bajo el título de «Acento: Poetas de antro y dianche», junto con las siluetas de Dámaso Alonso y Federico García Lorca. Por entonces Alberti era muy joven, la guerra civil no aparecía en el horizonte y las opiniones de Juan Ramón no eran nada políticas sino poéticas. Y lo clavó así: «Por ahí anda, por todos los ahíes, tocándose los verdugones de talón celeste. Estraordinario él mismo en su gustoso alarde de tontilocuente contra la exajeración inútil e innecesaria. Cuando se descuelgue su sétimo manto de amanerada elocuencia, tire al abismo su varita de habilidad, se evada netamente de su actual sobrerromanticismo, y en la ramazón de su disgregada labia escesiva aísle otra vez la hermosa ave fresca de su voz una, como tiene además en su último piso esa trampa natural por donde saca, atravesando lámparas de techo con cubo de plata y oro, cosas de fuego diamantino del centro de la tierra, Rafael Alberti le va a decir a lo no mirado una gran cosa por lo menos del tamaño del mar de Cádiz, el más bello mar, para mí, del mundo». Sin embargo, tras la guerra civil la obra de Alberti fue más política que poética y acaso jamás llegó a decirle a lo no mirado cosas del tamaño del mar de Cádiz.
El texto sobre Neruda fue publicado primero en «Repertorio Americano» (1940) y después en la primera edición de «Españoles de tres mundos» (1942), y no es posible leerlo sin tener en cuenta que Neruda puso a toda la Generación del 27 contra Juan Ramón, con ocasión del homenaje que él mismo se organizó en Madrid en 1935. Así se entiende que Juan Ramón comenzara su retrato lanzando la primera a la frente: «Siempre tuve a Pablo Neruda ... por un gran poeta, un gran mal poeta, un gran poeta de la desorganización; el poeta dotado que no acaba de comprender ni emplear sus dotes naturales». Ignoro si Juan Ramón sabía que Neruda era cachivachero, porque la viñeta que pintó sobre la poesía de Neruda podría haber sido la foto de su casa de Isla Negra: «Posee un depósito de cuanto ha ido encontrando por su mundo, algo así como un vertedero, estercolero a ratos, donde hubiera ido a parar entre el sobrante, el desperdicio, el detrito, tal piedra, cuál flor, un metal en buen estado aún y todavía bellos. Encuentra la rosa, el diamante, el oro, pero no la palabra representativa y trasmutadora; no suple el sujeto o el objeto con su palabra; traslada objeto y sujeto, no sustancia ni esencia». Juan Ramón sentenció rotundo: «No tiene calidad Neruda porque no es estático ni dinámico, sino sólo estanco».
He glosado textos de 1929 y 1939, cuando ni Juan Ramón ni Alberti ni Neruda tenían la trascendencia que alcanzaron más tarde, y por eso mis respetos al lapidario Juan Ramón.
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