El próximo 6 de Octubre se cumplirá un año del homenaje literario a Agustín de Foxá que las asociaciones Ademán y Fernando III organizaron en el centro cívico el Tejar del Mellizo. Dicho acto fue prohibido en el último momento por orden política, según declaró en el juzgado la ex-directora del centro cívico, por orden de la concejal comunista del Ayuntamiento de Sevilla, Josefa Medrano. El acto, celebrado al final a la intemperie, gracias a la encomiable actitud de los escritores invitados, Aquilino Duque y Antonio Rivero, y del público asistente, que no tuvieron empacho en celebrar el acto bajo las estrellas del parque lindante con el local.
Ese acto de arbitraria censura cultural tuvo amplísima repercusión en los medios de comunicación, que, mostraron la indignación general propiciada por la actitud del Ayuntamiento sevillano.
El periodista de ABC Alberto García Reyes, publicó en su día el bello artículo que reproducimos a continuación, y que ha merecido el premio periodístico Joaquín Romero Murube, poeta sevillano que da nombre al premio y que, curiosamente, también aparece citado en el artículo.
La pieza es un canto a la tolerancia, por cuyas líneas aparecen poetas falangistas y otros, de distinto signo político, de los que se valora la belleza de su obra y no sus inclinaciones ideológicas.
Nuestra más sincera enhorabuena a Alberto García Reyes.
POEMAS DEL OPROBIO
Me senté frente al pintor para que el niño tuviera entretenimiento en la plaza mientras me bebía sus versos.Me emborraché.Perdí la noción de mí mismo y de mi criatura hasta que la jacaranda me espabiló. Dejó caer su morada mansedumbre sobre aquella dicha. Una flor despertando al jardinero. «Por el cielo va deshecha / la flor de mis voluntades. / ¡Ay,se me corta la vida/en el cristal de esta tarde!». Romero Murube. Estaba leyéndolo porque me recordó Eva Díaz Pérez la vez que se puso la camisa falangista para recibir a Salazar en suAlcázar.Mi rebelión interna me obligaba. Don Joaquín,poeta del magnolio, se puso la camisa de Falange, fue Rey Mago del Ateneo y veneró a Gerardo Diego, aquel fascista que hasta dedicó un soneto a José Antonio. El conservador de los olores de Sevilla ha de estar vetado. De nada servirá a los absolutistas de la comuna saber que escondió a Miguel Hernández en el Alcázar o que publicó, con el aliento de Queipo de Llano en su cogote, siete romances contra la muerte de Lorca: «¡A ti, en Vizna, cerca de la fuente grande, hecho ya tierra y rumor de agua eterna y oculta!».
Leía hipnotizado a Romero junto a los acantos del Museo cuando el niño, siempre tan inquieto el diablillo, me pidió que le contara el cuento que me traía entre manos. Ay, hijo mío, en qué bretes me pones. Cómo te cuento que en esta España de trincheras, donde las ideas están parceladas y el rencor está legislado no tenemos libertad para emocionarnos, que es la más básica de las libertades. Nos han prohibido a Ridruejo, a Leopoldo Panero, a Luis Rosales. Los caciques van a oscurecer las casas encendidas de nuestra literatura porque la ignorancia les impide leer sin miopía. Acabarán por quitarnos de las librerías hasta las profecías que José Hierro plumeó en las revistas del Régimen. «Después de todo, todo ha sido nada,/a pesar de que un día lo fue todo./Después de nada, o después de todo/supe que todo no era más que nada».
El niño se removió en mi regazo mientras elucubraba. Y volvió a salir corriendo hasta los lienzos.Contemplé su inocencia y seguí pensando. La censura a Foxá es el paradigma de nuestra decadencia. Por eso me obstino en limpiar mi sien de este oprobio. Leo a Alberti, a Semprún, a Brecht, a Hernández, a Neruda y sólo veo en ellos poesía. Leo a Alfaro, a Sánchez-Mazas, a Vivancos, a Celaya y sólo veo en ellos poesía.
¡Niño, ven, escucha esto!: «¡La muerte, aquí , frente a esta augusta calma/ del mar antiguo, en soledad sonora!... / Pero algo bulle en mi raíz de tierra/que opone, dulce su repulsa leve.../¡Sin mares ni colina, allá en la dura / tierra caliente, en mi Sevilla eterna!». Es de Romero Murube, el falangista que lloró a Lorca. Óyelo, que yo no voy a prohibirte que vivas, hijo mío.
Leía hipnotizado a Romero junto a los acantos del Museo cuando el niño, siempre tan inquieto el diablillo, me pidió que le contara el cuento que me traía entre manos. Ay, hijo mío, en qué bretes me pones. Cómo te cuento que en esta España de trincheras, donde las ideas están parceladas y el rencor está legislado no tenemos libertad para emocionarnos, que es la más básica de las libertades. Nos han prohibido a Ridruejo, a Leopoldo Panero, a Luis Rosales. Los caciques van a oscurecer las casas encendidas de nuestra literatura porque la ignorancia les impide leer sin miopía. Acabarán por quitarnos de las librerías hasta las profecías que José Hierro plumeó en las revistas del Régimen. «Después de todo, todo ha sido nada,/a pesar de que un día lo fue todo./Después de nada, o después de todo/supe que todo no era más que nada».
El niño se removió en mi regazo mientras elucubraba. Y volvió a salir corriendo hasta los lienzos.Contemplé su inocencia y seguí pensando. La censura a Foxá es el paradigma de nuestra decadencia. Por eso me obstino en limpiar mi sien de este oprobio. Leo a Alberti, a Semprún, a Brecht, a Hernández, a Neruda y sólo veo en ellos poesía. Leo a Alfaro, a Sánchez-Mazas, a Vivancos, a Celaya y sólo veo en ellos poesía.
¡Niño, ven, escucha esto!: «¡La muerte, aquí , frente a esta augusta calma/ del mar antiguo, en soledad sonora!... / Pero algo bulle en mi raíz de tierra/que opone, dulce su repulsa leve.../¡Sin mares ni colina, allá en la dura / tierra caliente, en mi Sevilla eterna!». Es de Romero Murube, el falangista que lloró a Lorca. Óyelo, que yo no voy a prohibirte que vivas, hijo mío.
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