domingo, 26 de septiembre de 2010

ESE GENERO DESVALIDO


Javier Compás
25-Septiembre-2010

“La poesía es un genero desvalido” decía Luís Rosales, gran poeta granadino, español, nacido el 31 de mayo de 1910, y en ese desvalimiento está pasando, con más pena que gloria, el centenario de su nacimiento. Rosales, premio Cervantes en 1982, como superviviente de los nunca premiados, de Luis Felipe Vivanco, de Leopoldo Panero, de Dionisio Ridruejo, compañeros de vericuetos literarios y de camisa azul de mangas remangadas y vista en el horizonte, aquella Generación del 36, terrible guarismo de nuestra historia… o providencial para algunos.
Aquellos tiempos de convivencias, de prólogo, antesala de la tormenta de acero y dientes apretados. En 1935, cuando por los sumideros debajo de las aceras ya corrían sangres tempranas, sangres jóvenes, José Bergamín, el poeta de Cruz y Raya, el comunista de hoz y martillo, editó la primera obra poética de Luís Rosales, Abril, en la misma colección donde también aparecerían obras fundamentales de Neruda y del palaciego Alberti.
Y en la casa de la calle Angulo, poco después, la escenificación más dura de la tragedia tribal. Hermanos, camisas azules, gestos duros, defendiendo al amigo de la locura imbecil y absurda, “la vida del hombre más importante de España dependió de la ambición política de alguien que no representaba a nadie”, no recordemos aquí su nombre, no merece la pena.
Rosales certifica la amistad de Federico y José Antonio, se lo dice a Ian Gibson en 1966, y más, que Lorca pensaba que la única solución para resolver el estado de violencia en España en aquellos momentos era una intervención militar. Federico se refugió en Granada temeroso del ambiente hostil que se vivía en Madrid, buscó el calor de los suyos, de su familia, de sus amigos los Rosales, pero la locura se desbordó y lo arrastró al abismo, al mismo que pudieron ir los que lo defendieron.
El joven Luís que barría en la tienda de pasamanería de su padre soñó con aprender qué era un poema, y en esa búsqueda empeñó su vida. Poeta para todos, aunque se sentía periodista. En 1938 está en Pamplona, allí nació la gran revista falangista Jerarquía, “la revista negra de la Falange”, en cuyos cuatro únicos números se trató de reflejar la concepción de una nueva estética, la moral de un nuevo estado. Después vendría Escorial, “nuestra gran piedra lírica” como tituló Ortega al gran monasterio, otro gran empeño falangista que dio a la luz tipográfica sesenta y cinco números de verdadero empeño por recuperar la pluralidad cultural truncada por el conflicto bélico, en ella, Luís Rosales compartió la secretaría con Antonio Marichalar, bajo la dirección de Pedro Laín, mientras Dionisio Ridruejo marchaba a Rusia a demostrar que los hombres de letras también sabían luchar con las armas por la nueva España. En ella publicaron Vicente Aleixandre, Blas de Otero, el sevillano Adriano del Valle, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, entre otros.
En 1949 vendría La casa encendida, quizás su obra maestra, o, al menos, la que más notoriedad popular le ha dado, aunque el autor considera El contenido del corazón, la obra que le resume como escritor y como hombre. Hombre que declararía al gran periodista Joaquín Soler Serrano, fallecido, por cierto, en la más absoluta indigencia recientemente, su desencanto con la sociedad y la política desde la muerte de su íntimo amigo García Lorca.
Pero Rosales no perdió su Fe, “me gusta que Dios se haya hecho hombre”, Fe que le llevó a componer numerosos villancicos ensalzando la encarnación de la Divinidad.
También fue profunda su creencia en la Hispanidad, “en América es donde de verdad se aprecia lo que llegamos a ser los españoles”, una lengua común, una cultura común, con sus peculiaridades locales, pero sin nacionalismos excluyentes. Rosales murió precisamente en 1992, año de la conmemoración del quinientos aniversario del descubrimiento de América.

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