Por su indudable interés reproducimos este artículo publicado en Diario de Sevilla.
Rafael Sánchez Saus
HOY presenciamos el lento suicidio de un pueblo que engañado mil veces por garrulos sofistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan y, corriendo tras vanos trampantojos de falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada paso las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la historia los hizo grandes, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce". Cuando Marcelino Menéndez Pelayo pronunció estas palabras que nos traspasan corría el año de 1910, España asistía al agotamiento de la monarquía constitucional canovista, los separatismos irrumpían con fuerza creciente tras el desastre del 98 y al gran intelectual de la Restauración le quedaban menos de dos años de vida.
El centenario de la muerte de Menéndez Pelayo, más allá del preceptivo congreso de especialistas y del homenaje de su Santander natal, está pasando del todo inadvertido y por eso son más destacables dos acontecimientos, uno reciente, el otro inminente: el primero, la aparición en Encuentro de Menéndez Pelayo. Genio y figura, sabrosa colección de ensayos de tres maestros del género como son Ignacio Gracia Noriega, César Alonso de los Ríos y el gran patriarca de las letras andaluzas, Aquilino Duque. El inminente, la celebración del simposio, dirigido por este último, que se celebrará la semana que viene en la sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. No es mucho, pero sí muy bueno.
Es increíble que una personalidad como la de Menéndez Pelayo, considerado dentro y fuera de España como una de las cimas de la sabiduría europea, haya sido postergada de la forma que lo ha sido y lo es en su propia tierra, y que se haya privado de su huella a generaciones enteras de estudiantes de Letras, a pesar de que nadie se atreve a discutir su grandeza como historiador de las ideas, la literatura, la ciencia y el arte. Y este menosprecio inadmisible no es sólo el resultado de las banderías cainitas, sino ante todo de su olvido por la España que, también hoy, "en vez de cultivar su propio espíritu hace espantosa liquidación de su pasado". Dice César Alonso de los Ríos en el libro arriba mencionado: "Quizá si nuestros conservadores fueran, en general, un poco más cultos y tuvieran el coraje suficiente para asumir el pasado del que proceden… encontrarían en Menéndez Pelayo una respuesta reconfortante a los problemas que les plantea la asunción de su pasado". Me temo que don César pide demasiado.
El centenario de la muerte de Menéndez Pelayo, más allá del preceptivo congreso de especialistas y del homenaje de su Santander natal, está pasando del todo inadvertido y por eso son más destacables dos acontecimientos, uno reciente, el otro inminente: el primero, la aparición en Encuentro de Menéndez Pelayo. Genio y figura, sabrosa colección de ensayos de tres maestros del género como son Ignacio Gracia Noriega, César Alonso de los Ríos y el gran patriarca de las letras andaluzas, Aquilino Duque. El inminente, la celebración del simposio, dirigido por este último, que se celebrará la semana que viene en la sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. No es mucho, pero sí muy bueno.
Es increíble que una personalidad como la de Menéndez Pelayo, considerado dentro y fuera de España como una de las cimas de la sabiduría europea, haya sido postergada de la forma que lo ha sido y lo es en su propia tierra, y que se haya privado de su huella a generaciones enteras de estudiantes de Letras, a pesar de que nadie se atreve a discutir su grandeza como historiador de las ideas, la literatura, la ciencia y el arte. Y este menosprecio inadmisible no es sólo el resultado de las banderías cainitas, sino ante todo de su olvido por la España que, también hoy, "en vez de cultivar su propio espíritu hace espantosa liquidación de su pasado". Dice César Alonso de los Ríos en el libro arriba mencionado: "Quizá si nuestros conservadores fueran, en general, un poco más cultos y tuvieran el coraje suficiente para asumir el pasado del que proceden… encontrarían en Menéndez Pelayo una respuesta reconfortante a los problemas que les plantea la asunción de su pasado". Me temo que don César pide demasiado.
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