jueves, 24 de junio de 2010

EN EL MISMO ESPACIO, EN OTROS TIEMPOS.


Es curioso como los bucles de la vida atan lazos en torno a hechos que les ocurrieron a diferentes personas en tiempos lejanos, en épocas distintas. Viene esto a cuento de la lectura de un artículo sobre la condesa alemana Mechthild Von Hese Podewils – Dürniz y su relación amorosa con el escritor falangista Dionisio Ridruejo.
Ambos se conocieron en la embajada española en Berlín, el poeta falangista estaba convaleciente de sus heridas en el frente ruso mientras combatía con la División Azul, ella, bella aristócrata de preciosos ojos azules, según nos confiesa el propio
Dionisio Ridruejo y Hexe en Sotogrande.

Ridruejo en sus “Cuadernos de Rusia”, también quedó prendada del español. Ridruejo, recuperado, volvió al frente, pero su delicada salud no le permitió seguir en el infierno blanco de Rusia durante mucho tiempo y fue repatriado a España.
Hexe, apodo infantil de la vida familiar de la condesa y como la nombraría Dionisio, consiguió venir a España como espía alemana gracias a su amistad con el almirante Canaris, que moriría después como uno de los implicados en la operación Walkiria, complot de oficiales alemanes para matar a Hitler.
Ridruejo, tras su vuelta del frente ruso, quedó absolutamente decepcionado con el giro que había tomado la política del gobierno de Franco, y así se lo hizo saber al Caudillo en un escrito que le costó el destierro de Madrid.
El poeta fue a parar a Ronda, la bella ciudad de la serranía malagueña, y allí vivió su amor con Hexe, entre las románticas paredes del hotel Reina Victoria.
Dicho hotel fue construido en 1906 y llama la atención por su estilo de arquitectura más propia del centro de Europa que del corazón de Andalucía, sus puntiagudos tejados de pizarra negra y sus contraventanas de madera pintadas de verde, nos evocan, junto con su bonita entrada de piedra, paisajes alpinos, o un pabellón de caza bavaro. Lo rodean preciosos jardines que acentúan el carácter romántico del sitio, así como un interior que, aunque remozado, guarda ese acogedor y, un tanto decadente, estilo campestre británico en muebles y tapicerías.
En ese mismo hotel se alojó Rainer María Rilke, el poeta que, aunque nacido en Praga, supone una de las cumbres de la poesía en lengua alemana. En Noviembre de 1912 inició un viaje por España, visitando Toledo, Córdoba, Sevilla, permaneciendo durante dos meses en Ronda, donde trabajó en la Sexta de las Elegías de Duino, una de sus obras maestras, que no completó hasta 1922.
La condesa Mechthild Von Hese Podewils – Dürniz, conoció, a través de Ridruejo, a todo su círculo de intelectuales y escritores falangistas, a Edgar Neville, Antonio Tovar, Pedro Laín

Monumento a Rilke en el Hotel Reina Victoria de Ronda.
Entralgo y a Gonzalo Torrente Ballester, con quien traduciría al español, y aquí aparece uno de esos bucles de la Historia a los que me refería al principio, la obra de Rainer María Rilke, escritos que el poeta escribió en el hotel de Ronda, donde su traductora vivió sus días románticos con el hombre de su vida, Dionisio Ridruejo.
Hexe falleció recientemente en su casa de Sotogrande, playa a la que acudía desde Ronda, a escasos ochenta kilómetros de allí, con Ridruejo, y donde regresó para vivir después de una intensa vida que la llevó por medio mundo, tras huir de España ayudada por Ramón Serrano Suñer a Colombia, y pasar por varios matrimonios.
Hace pocos años, sin conocer aún la historia de Hexe entonces, pasé unos días en Ronda, era otoño, se acercaba la Navidad, la encantadora ciudad malagueña estaba clara y fría, pero bella. Me alojé en el hotel Reina Victoria, en una pequeña pero muy acogedora habitación decorada en tonos burdeos y crema, con una antigua chimenea de cerámica blanca en un rincón que acentuaba increíblemente el aire romántico de la estancia.
En el frío serrano de finales de otoño, los agudos tejados negros del hotel y los salones de cálidas tapicerías y antiguos muebles me trasladaban a reposadas escenas de otra época, la calma, el silencio, los rincones de mullidos sillones orejeros, los grabados con imágenes de cacería, la escalera alfombrada con su pasamanos de barnizada madera, las paredes enteladas de floridos estampados, las lámparas de latón con sus pantallas de seda propiciando suaves luces indirectas.
Todo hace comprender que allí era posible ese imposible amor entre el castellano viejo, católico y caballero falangista y la dulce dama alemana, aristocrática y amante de la vida.
Y era posible que un poeta de la vieja Praga, anduviera por sus jardines inspirándose para sus mejores poesías y mirara, desde los ventanales de su habitación, las lomas cubiertas de olivos y viñedos que yo ahora contemplaba.
Desde mi habitación, tras los cristales de la vieja ventana de palilleria verde, miro, con infinita paz en el alma, los abetos, los pinos, los caminos de tierra bordeados de boj y las rosas, amarillas y rojas, del jardín.

Javier Compás

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