Como anticipo de la novedad editorial que pronto estará en las librerías -Antonio Tovar, el filólogo que encontró el camino de la paz- de J.A. Alvaro Ocáriz, rescatamos este interesante artículo del autor publicado en la web vascongada Euskonews.
Antonio Tovar, un euskaltzale de Valladolid
José Andrés ÁLVARO OCARIZ, Filólogo, investigador y lingüista
Se cumple este año el centenario del nacimiento de este vallisoletano universal que amó nuestra cultura y nuestra lengua.
Es difícil resumir la vida de alguien como don Antonio Tovar en unas breves líneas. Cuando yo era estudiante recuerdo que me hablaron de Tovar como quien le dio trabajo a un Luis Michelena que había sido condenado a muerte, que impulsó los estudios de vasco en Salamanca y que escribió varios libros, algunos de los cuales leí.Han pasado bastantes años desde entonces, casi veinte, y al llegar al centenario de su nacimiento, una entidad cultural de Gipuzkoa con la que tengo el placer de colaborar, el Ateneo Guipuzcoano, me encargó que preparase una conferencia para conmemorar tal evento. Consulté hemerotecas. Hablé a través del correo electrónico con una sobrina y dos hijos suyos y he ido descubriendo a alguien que, como indicaba en el título de este artículo, era todo un maestro.
Antonio Tovar. Fotografía: Cedida por la familia de Antonio Tovar |
Y así era Tovar. Y así lo recuerdan quienes estuvieron cerca de él en vida y siguen llevándolo cerca de sus corazones. Su sobrina, Paloma Arnáiz Tovar, me decía:
Lo que más le definía, para mí, es que era enormemente modesto (nunca alardeaba de lo que sabía) más bien escuchaba lo que le contabas tú. Recuerdo su despacho lleno de papeles en el que pasaba horas y horas. Sus méritos los conocíamos por lo que nos decía mi madre, nunca porque él aparentase nada. Lo cual, con los años, he visto que es enormemente meritorio y poco habitual.Cuando falleció, fueron muchas las muestras de dolor y voy a seleccionar tres de ellas. Dos del mundo de la política y una perteneciente a un compañero de trabajo en la Real Academia. La primera es del entonces ministro de Cultura, Javier Solana, quien lo definía así:
Tovar era un intelectual de primera magnitud, un investigador espléndido de la filología, un gran maestro y, sobre todo, un hombre de bien.Ramón Serrano Suñer, quien fue ministro de Interior, de Gobernación y de Asuntos Exteriores de los primeros gobiernos de Franco dijo:
Tovar era ante todo una gran persona, pero también un sabio en su especialidad, gramático y lingüista. Al igual que Dionisio Ridruejo fue colaborador mío y siempre les cito a los dos entre los más distinguidos y queridos de aquel grupo donde trabajábamos con ilusión, esperanza y desesperanza. Su pérdida es para mí un gran dolor. De él destacaría, además de su saber, su extraordinaria modestia, su sencillez, su bondad y su lealtad de amigo por encima de circunstancias y aventuras políticas.Rafael Lapesa, compañero suyo en la Real Academia, expresó:
Antonio Tovar era uno de los lingüistas más sabedores que ha tenido España.Intelectual de primera magnitud, bueno, leal, modesto, sencillo, generoso, sabio, humanista, infatigable en el trabajo y todo un maestro. Así era el hombre que escribió más de 400 libros (algunos en colaboración con su mujer, Consuelo Larrucea, que no solo fue esposa y madre sino que, también, quedó pronto contagiada por el espíritu de trabajo de su marido y fue compañera de vida y de trabajo), que conocía más de cincuenta lenguas de las que dominaba unas doce, que fue nombrado doctor «honoris causa» por cuatro universidades (Munich, Buenos Aires, Sevilla y Dublín), que recibió diversas condecoraciones y premios en su vida; la Gran Cruz de la Orden de Cisneros, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el Premio Goethe por “su labor de acercamiento entre los pueblos, su aproximación de la cultura de la Grecia clásica y sus investigaciones lingüísticas en una gama de lenguas célticas, sudamericanas, latín y griego, y por su defensa de la libertad de investigación y de cátedra en su país, prefiriendo el exilio a la adaptación”. Y el I Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Comunicación por su extraordinaria aportación, reconocida internacionalmente, a la lingüística, la historia de la lengua y a la historia de las ideas.
Su conocimiento de lenguas era extraordinario, dominaba las lenguas clásicas, conocía las lenguas indoeuropeas y el vasco y era uno de los pocos españoles que, después de nuestros misioneros, había trabajado directamente sobre lenguas indígenas americanas. Aparte de esto, era un humanista ejemplar que dejó una excelente Vida de Sócrates, entre otras obras. El impulso que dio a los estudios humanísticos, sobre todo de humanidades clásicas, en la Universidad de Salamanca y en los años 40 y 50, fue decisivo para la formación de una brillante escuela de latinistas y helenistas españoles. En la Real Academia será insustituible por la variedad y profundidad de su saber. Era, además, un nobilísimo ejemplar de humanidad, impulsivo, generoso e infatigable en el trabajo y amigo cordial.
Así era don Antonio Tovar, un vallisoletano hijo de Antonio Tovar Núñez, y doña Anselma Llorente Llorente. Este matrimonio tuvo cuatro hijos: Antonio, José, María y Rosa. Su padre trabajaba como notario en diversos lugares del Estado, entre ellos en Elorrio, donde el joven Antonio se familiarizó con el euskera.
De izquierda a derecha: Koldo Mitxelena, Pedro Saiz, Antonio Tovar Llorente, Luis Villasante, Marcelino Oreja. 4 de diciembre de 1981. Fotografía: Cedida por la familia de Antonio Tovar |
Licenciado en Derecho y en Historia y doctor en Filosofía y Letras, tras ser presidente de la Federación Universitaria Escolar, sindicato izquierdista de estudiantes, se afilió a Falange tal vez movido por la idea de la revolución y cambio social que propugnaba. Fue nombrado primer director de Radio Nacional, Director General de Enseñanza Técnica y Profesional y Subsecretario de Prensa y Propaganda. Acompañó a Serrano Suñer en sus viajes por Alemania e Italia y formó parte del séquito de Franco en su entrevista con Hitler en Hendaya.
En 1941 abandonó los cargos políticos, aprobó las oposiciones y obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura latina de la Universidad de Salamanca, de la que fue rector durante cinco años.Allí puso en marcha la Cátedra Manuel de Larramendi, dio trabajo a un joven Luis Michelena y escribió en 1950 su obra titulada “La lengua vasca”.
Tovar dijo en una ocasión:
Mi curiosidad por las lenguas ya me había inclinado hacia el vascuence, el gran misterio, pero fue por los tiempos en que, en plena guerra civil, trabajé en Burgos, cuando hube de comenzar a plantearme de veras una cuestión que como todas las importantes, tenía sus implicaciones políticas (...). En la revisión de nuestra historia reciente a que nos entregábamos algunos cuando la guerra civil iba tocando a su fin, el tema de la pluralidad de lenguas entraba también, y los que por educación no éramos centralistas, sentíamos la inquietud del destino de lenguas que representan una tradición y una cultura propias, como el catalán, o algo aborigen y no conquistado todavía por el latín de los romanos, como el vasco. Desde que comencé en 1938 en Burgos comprándome una gramática de Zamarripa y un diccionario de Azcue, he aprendido algo de vascuence, y he podido completar así el conocimiento de las lenguas peninsulares (...).
Nunca dueño de ningún resorte de mando en esta delicada cuestión, el problema para mí no ha salido de la esfera teórica, pero siempre con el afán de llevarlo a un terreno de pura verdad, ya que he creído que el estudio objetivo y sin partidismo puede hacer luz que suprima toda coacción en esfera social tan íntima como es la de la lengua. Había que quitar de un lado el “veneno” que falseaba la Historia, y de otro, había que reconocer la legitimidad, el arraigo y los derechos de la lengua allí donde está, en su casa; más en su casa que ninguna otra. El mejor trato de esa preocupación no son los artículos y libros que he podido dedicar a temas de la lengua vasca, sino el haber contribuido, yo creo, a colocar los estudios vascos en España en un terreno de normalidad (...).
Cuando por los días del fin de la guerra civil uno se acercaba a la lengua vasca, había que romper de un lado con el supuesto, confesado o no, del asimilismo centralista; por el otro, con esta desfiguración de la realidad. Los viejos maestros vieron en mi curiosidad de principiante la posibilidad de una esperanza, y don Julio de Urquijo, que consideraba imposible reanudar la publicación de su prestigiosa “Revista Internacional de Estudios Vascos”, apoyó los no fáciles comienzos del “Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País”, y con su beneplácito se comenzó este periódico en los días inciertos de 1945.
También fui yo de los animadores a otro proyecto que sirvió para reanudar en España los estudios vascos: el homenaje a don Julio de Urquijo e Ybarra, iniciado en los últimos años de la vida de este patricio. También cuando tuve alguna influencia en la educación pública —de 1951 a 1956—, conseguí del entonces ministro la creación de una cátedra de vascuence en una Universidad. Con una modestísima dotación comenzó a funcionar en Salamanca una Cátedra Larramendi, en memoria del jesuita guipuzcoano que imprimiera en las prensas salmantinas su “Impossible vencido”, la primera gramática de la lengua vasca. Publicamos varios trabajos de especialistas españoles y extranjeros, se dieron conferencias, y durante meses yo tenía cada curso la satisfacción de atraer a las clases a estudiantes diversos, entre ellos vascos que hablaban su lengua, pero que desconocían la historia, literatura, dialectos, y los descubrían gozosos, mientras me ayudaban a leer textos. Aunque para mí el vascuence es un problema histórico, un enigma que da luz sobre la oscuridad de los orígenes de España y de todo el occidente de Europa, no dejo de ver que también es un problema de futuro. Pues la pervivencia de la lengua vasca es también la de un trozo de tradición, de mi tradición propia de español total. Tradición por este lado más profunda y misteriosa que la que tenemos en la lengua de Cervantes, que continúa en forma moderna la de la lengua de Virgilio, una lengua que hace dos mil años era aquí ajena.
Antonio Tovar junto a Caro Baroja. Fotografía: Cedida por la familia de Antonio Tovar |
En 1956 decidió dimitir de su cargo e ir a trabajar a la Universidad de Tucumán, en Argentina, donde investigó sobre las lenguas precolombinas editando el libro titulado «Catálogo de las lenguas de América del Sur», obra que él calificaba como la Guía telefónica de las lenguas americanas. De esta época es también “El euskera y sus parientes”.
De Argentina viaja a los Estados Unidos, donde trabaja en la Universidad de Illinois, ocupando la cátedra de lenguas clásicas entre 1963 y 1965. En este último año ganó la cátedra de latín en la Universidad de Madrid, lo que le permitió volver a España. A poco de llegar se encontró con la revuelta estudiantil que culminó con la manifestación encabezada por Tierno Galván, Aranguren, García Calvo y Montero Díaz.
Cuando se produjo la expulsión de la Universidad de éstos (los tres primeros definitivamente y Montero Díaz temporalmente) dimitió en solidaridad y volvió a los Estados Unidos, hasta 1967, cuando fue llamado para ocupar la cátedra de Lingüística Comparada en la Universidad de Tubinga (Alemania Federal), en la que impartió clases hasta 1979.
Mientras se encuentra en Alemania es elegido miembro de la Real Academia. Su candidatura fue presentada por Laín Entralgo, Gómez Moreno y Sánchez Cantón. Ocuparía el sillón «J». El 31 de marzo de 1968 ingresó en dicha institución con un discurso sobre el tema «Latín de Hispania: aspectos léxicos de la romanización».
En diciembre de 1976, la Universidad Complutense solicita contratar a Tovar y ocupó la cátedra de Filología Clásica hasta su jubilación en 1981. Al año siguiente recibiría la Medalla de Oro de Filología de dicha Universidad.
Su compromiso con la paz y la libertad le hace firmar un escrito en diciembre del 70 para pedir la liberación del cónsul alemán en San Sebastián, que había sido secuestrado por ETA.
De la década de los 80 es su “Mitología e ideología de la lengua vasca”.
En mayo del 81, forma parte de una coordinadora que pone en marcha una campaña por la libertad, la democracia y la constitución, con debates sobre el proceso de los golpistas y el compromiso con la libertad. En noviembre de ese mismo año se convoca una manifestación en Madrid por la paz, el desarme y la libertad. El manifiesto de dicha manifestación está encabezado por Tovar. En octubre del 83 firma el manifiesto contra el asesinato del capitán Alberto Martín Barrios a manos de la organización terrorista ETA.
El 14 de diciembre de 1985 falleció en el Hospital Clínico de Madrid, donde había ingresado diez días antes para ser intervenido de un cáncer de próstata. El viernes 13 entró en coma y el sábado, a primeras horas de la madrugada, un derrame cerebral le produjo la muerte. Federico Sopeña, con quien compartió las sesiones del Consejo Nacional de la Música y, lo más importante, una amistad a lo largo de toda la vida, ofició el miércoles 18 de diciembre una misa de réquiem por su alma en el madrileño Monasterio de la Encarnación.
Fue una manera de decir adiós a un hombre que, sobre su labor docente, había dejado dicho:
Me divierto dando clase. Satisfago plenamente mi vocación.Fue una manera de decir adiós a un hombre que dejó una profunda huella por su cercanía, su laboriosidad, su compromiso, su generosidad, su humildad, su bondad. A un hombre que fue, en definitiva, todo un maestro.
La posibilidad de intervenir directamente en las vidas de otros hombres, dirigiéndolas y orientándolas hacia lo que nos parece mejor, la ilusión de dirigir a nuestros compatriotas y gobernar el suelo en que hemos nacido, es una tentación fuerte.
Las ilusiones docentes estaban indisolublemente ligadas a enseñar lo que he aprendido a las nuevas generaciones de mis compatriotas, o de gentes de nuestra lengua.
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