Elizabeth Asquith |
Jose Antonio |
Una curiosa conexión entre José Antonio Primo de Rivera y Proust
AMADEU FABREGAT |
Esa antipatía mutua añade un morbo especial a la cínica beatificación de Primo de Rivera, convertido por el régimen en el Ausente, como en una obra de Beckett. El José Antonio que nos mostró el franquismo tenía algo de inmaterial. Su imagen y la del Caudillo presidían todos los ámbitos colectivos de nuestra infancia, desde las escuelas nacionales hasta los cafés. Viéndolos así, tan juntitos siempre, ¿cómo íbamos a pensar que se trataba de dos tipos tan distintos y que encima se detestaban?
Aunque los cromos del régimen siempre lo pintaron casto y puro, José Antonio era tan atractivo como mujeriego. Espero que admitir la belleza de un fascista, según los cánones de la época, un Sigfrido latino, no conlleve la pena de lapidación. En su novela «Riña de gatos», Eduardo Mendoza ficciona la relación de Primo con su gran amor, la heredera del duque de Luna, que terminó casándose con otro. Otra de sus pretendidas, la hija de los duques del Infantado, acabó metiéndose a monja, con proceso de beatificación abierto hace una década. Hubo muchas más, pero el romance más insólito lo mantuvo con la princesa Bibesco, «née» Elizabeth Asquith, hija de un primer ministro inglés, diez años mayor que el falangista. La relación de José Antonio con la británica ilustra la curiosa teoría de los «seis grados de separación», según la cual dos individuos de cualquier parte del planeta están interconectados por un máximo de seis intermediarios. Esta teoría se popularizó en los años sesenta y adquiere ahora mayor verosimilitud con la invasión de las redes sociales.
Marcel Proust |
Antoine Bibesco fue embajador de Rumanía en España durante la presidencia de Azaña. En sus memorias, don Manuel describe a la embajadora como una «loca que habla a gritos y acumula impertinencias». Pero al final debió de surgir entre ellos una amistad de alta comedia: la bella y la bestia, una aristócrata extravagante y muy leída y un brillante y feísimo intelectual. Cuando Azaña es encarcelado en Barcelona, ella intervendrá por la vía diplomática a favor de su liberación. Martín Otín descubrió en el archivo de la princesa una carta de José Antonio redactada en inglés desde la prisión alicantina. Elisabeth intentó mediar ante los gobiernos de Londres y París para salvarle, inútilmente, porque Franco nunca llegó a emplearse a fondo en ninguna negociación. Una década más tarde, la Bibesco dedicaría a José Antonio su última novela, «The Romantic».
El franquismo convirtió la II República en el paradigma de todos los males y la opinión dominante en los primeros años de la democracia ensalzó aquel período como el no va más. Menos mal que con la libertad llegaron también los libros, de los hispanistas anglosajones o de los ensayistas de casa, para entender más ponderadamente las luces y las sombras de aquellos apasionantes años treinta.
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