Desde Rusia con amor
Me hallará la muerte
Juan Manuel de Prada
Destino, 2012. Colección "Áncora & Delfín"
ISBN: 978-84-233-3921-1
592 páginas
22,50 €
Antonio Rivero Taravillo
El de Juan Manuel de Prada es un caso
curioso. Estando dotado como muy pocos novelistas de su generación, su abierta
confesionalidad, su señalada pertenencia a una ideología -más reaccionaria que
conservadora-, le resta el aplauso crítico y aún de buena parte del público. A
ese desapego contribuye en parte él mismo mediante el despliegue de un estilo
apabullante, en el que un amplísimo léxico, rescatado en sus maestros y aliado
con un regusto arcaizante, se vuelve a veces excesivo. Esto sucede, como
veremos, en no pocas páginas de Me
hallará la muerte, la novela con la que se confirma en el género y que, con
Las máscaras del héroe es, a mi
juicio, la mejor suya. Como en la primera, aparece en el telón de fondo la atractiva
figura de José Antonio Primo de Rivera,
ya no visto por los ojos acanallados de Pedro
Luis de Gálvez sino ahora a través de
algunos seguidores suyos. A nadie se le escapará que el título procede del
tercer verso del Cara al sol, el
himno falangista, una suerte de "renga"
en la que intervinieron varios escritores próximos a José Antonio (esta
estrofa, en concreto, fue obra del propio hijo del dictador, más Agustín de Foxá y José María Alfaro), y como comprobará el lector de la novela de
Prada se trata de un lema nada gratuitamente escogido, a tenor de la trama.
La
obra, como la Galia de César, se
halla dividida en tres partes o actos de un drama en el que intervienen varias
ideas motrices, a saber: si es posible alcanzar un bien mediante la realización
de un mal o incluso de muchos; el juego de las identidades y los fingimientos; la
lealtad a los ideales y la transacción vergonzante con lo práctico, haciendo
dejación de los escrúpulos.
Reúne
muchos registros la novela, esta amplia novela moral, desde los rasgos picarescos
de la pareja protagonista de la primera parte, que se desarrolla en el Madrid
de la posguerra, al relato bélico de la segunda (con pasajes que remiten a las
narraciones también ambientadas en el Frente del Este del recién desaparecido Sven Hassel) o al folletín o la novela
bizantina que se despliega, con lances de contrabando y crímenes, tesoros
escondidos y 'quêtes' en su región más
extensa, desarrollada cronológicamente a mediados de los años cincuenta.
Creo
que no hay autor de prosa que escriba ahora en España con una capacidad como la
de Prada para forjar el símil, tender la comparación y mostrar la epifanía de la
metáfora. Sucede, sin embargo, que a veces se sobrepasa, como llevado por un
prurito de iluminar con no menos de una frase brillante cada párrafo. Y está,
además, el lastre de ciertas reiteraciones que parecen decir: “una vez
recuperada esta palabra infrecuente, voy a emplearla a discreción, como para
amortizarla”. Lo que sucede es que entonces el autor deja de ser discreto y se
permite el abuso, lo mismo de voces que en esas comparaciones que continuamente
está elaborando con pasmosa facilidad. Ahí está la recurrencia de “tiparraco”, “ricacho”,
“bofia”, “tabuco”, o el dichoso “corazón autónomo” que es la mancha en el
rostro de uno de los personajes, el falangista Cifuentes, junto con el también
alistado en la División Azul Mendoza, islas de integridad en esta historia…
Pero son leves manchas en una prosa llena de enjundia, que se manifiesta sin
desmayo, como cuando al referirse al Palacio de Invierno de Leningrado (la
antigua San Petersburgo) escribe: “aún conservaba su aire augusto y solemne,
como una marquesa arruinada que se abanica los sofocos con las papeletas de
desahucio”. Destellos expresivos como este los hay a puñados.
Peca
a veces de maniqueísmo, incluso cuando lo denuncia: un traidor llamado Camacho
monta entre los divisionarios prisioneros un “Grupo Artístico Español” que
representaba “farsas teatrales” “protagonizadas por capitalistas sacamantecas y
obispos inquisitoriales en proterva alianza por la opresión del proletariado y
la desfloración de tiernas doncellas” (aquí, tal vez Prada esté pensando más
que en aquellas “piezas repescadas del repertorio de alguna de las compañías
que recorrían el frente republicano durante la Guerra Civil” simplemente en el
cine español de las últimas décadas, más algunas series televisivas que
cojeaban del mismo pie).
Hay
homenajes a las obras de otros escritores, como ese Madrid, “ciudad que era un
cementerio con un millón de muertos”, en eco manifiesto de Dámaso Alonso. Pero lo que en verdad hay es un constante aroma
shakespeareano, que brota en varias alusiones a Macbeth y, aunque no se la cite, a La comedia de los errores, con la que comparte el tema de la
confusión, del pasar uno por otro, en un elaborado enredo.
Prada
ha
sabido reflejar muy bien la España de los casi tres lustros que abarca
la
novela: los fogosos camisas viejas falangistas; los acomodaticios
arrimados al
Movimiento; los alistados a la División Azul, en los que había muchos
idealistas pero también otros poco menos que indigentes y -como en la
Legión-
tipos que querían dejar atrás un pasado (así, el Antonio Expósito
protagonista);
los blandos democristianos; los chupópteros del régimen que también
querían hacerse olvidar su pasado de flirteos con el Eje; las “mujeres
del partido”,
los herederos del estraperlo y la riqueza turbia.
La
novela está muy bien construida, con minuciosa atención al detalle, al
ensamblaje de piezas, para que ninguna quede huérfana al final de la
composición del rompecabezas. Salvo por esas indulgencias que el mismo Juan
Manuel de Prada se concede, es una novela espléndidamente escrita y, no
obstante, entretenida, comercial, de suspense, de amor y deseo, de guerra,
culpa e infortunios. Tiene su tesis religiosa, sí, pero no es necesario
frecuentar las iglesias para disfrutarla: basta ser amigo de librerías y
bibliotecas.
Artículo publicado en el blog Crítico Estado
Artículo publicado en el blog Crítico Estado
No hay comentarios:
Publicar un comentario