LOS FIGURONES MAGOS
Francisco Robles
(ABC de Sevilla, 4-1-11)
El humo del tabaco mata y el humo del incienso atonta. Si el Gobierno ha prohibido el primero en toda España, en la muy aduladora ciudad de la ojana no hay nadie que sea capaz de regular el segundo. El incienso, que debería destinarse para crear esas volutas barrocas que anteceden a las Imágenes con mayúscula cuando salen a la calle, se repartirá a granel durante estos días en el centro y en los barrios. Porque no hay collación o barriada que se libre de una cabalgata de reyes magos, o de un cartero real precedido de los guerreros de las galaxias, o de un heraldo que anuncia lo que todo el mundo sabe que va a ocurrir. En este punto y hora uno no tiene más remedio que hacerse la pregunta del millón de caramelos que se tirarán y que en muchos casos se quedarán pegados al suelo: ¿por qué hay tantos reyes magos en Sevilla?
La erótica del poder se ha trasladado de la política a la ficción, de la poltrona al trono, del coche oficial a la carroza. El figurón hispalense necesita revestirse de lo que sea para ser alguien en la ciudad. Por eso se multiplican las cabalgatas hasta el hartazgo. No hay distrito municipal, asociación de vecinos, hermandad o cofradía, tertulia cofradiera o peña futbolera que no monte algún sarao relacionado con el hondo y bellísimo misterio de la Epifanía. Y los políticos, los primeros. Mucho laicismo de boquilla, pero estos progres de guardarropía se desviven por ponerse las barbas de Melchor o por teñirse de Baltasar.
Tocamos aquí la segunda causa de la proliferación de cabalgatas por los barrios: el clientelismo político. La cabalgata de barrio es carne de demagogia. La financia el mismo concejal que sale de rey mago. Se apuntan los dirigentes vecinales que quieren hacer carrerita política a la sombra del partido. Y se lanzan soflamas en el ambigú que sirve para ponerse púos de botellines de mangazo tras la mascarada: «Nosotros organizamos cabalgatas para el pueblo, para que todos los niños puedan salir en una carroza, que ya está bien de que sólo puedan hacerlo los fachas del centro…» ¿O es que alguien piensa que la política sevillana es de alto vuelo?
Con tanta cabalgata ambulante, con tanto heraldo y tanto cartero, lo difícil en esta ciudad del incienso y la ojana, del figuroneo y el disfraz, es no haber salido nunca a la calle con una barba postiza o con la cara pasada por el betún de Judea. Tan es así, que más de uno habrá sentido la tentación de encargar una tarjeta de visita con el subtítulo de rigor: «Nunca ha salido de rey mago o similar». Porque de rey mago no se sale. Es el más hermoso oficio que se pueda ejercer en la intimidad del hogar. Y el premio no tiene nada que ver con la adulación ni con el oropel, sino con los ojos de ese niño que en la mañana de la Epifanía nos devuelve al territorio inmaculado de la infancia.
Francisco Robles
(ABC de Sevilla, 4-1-11)
El humo del tabaco mata y el humo del incienso atonta. Si el Gobierno ha prohibido el primero en toda España, en la muy aduladora ciudad de la ojana no hay nadie que sea capaz de regular el segundo. El incienso, que debería destinarse para crear esas volutas barrocas que anteceden a las Imágenes con mayúscula cuando salen a la calle, se repartirá a granel durante estos días en el centro y en los barrios. Porque no hay collación o barriada que se libre de una cabalgata de reyes magos, o de un cartero real precedido de los guerreros de las galaxias, o de un heraldo que anuncia lo que todo el mundo sabe que va a ocurrir. En este punto y hora uno no tiene más remedio que hacerse la pregunta del millón de caramelos que se tirarán y que en muchos casos se quedarán pegados al suelo: ¿por qué hay tantos reyes magos en Sevilla?
La erótica del poder se ha trasladado de la política a la ficción, de la poltrona al trono, del coche oficial a la carroza. El figurón hispalense necesita revestirse de lo que sea para ser alguien en la ciudad. Por eso se multiplican las cabalgatas hasta el hartazgo. No hay distrito municipal, asociación de vecinos, hermandad o cofradía, tertulia cofradiera o peña futbolera que no monte algún sarao relacionado con el hondo y bellísimo misterio de la Epifanía. Y los políticos, los primeros. Mucho laicismo de boquilla, pero estos progres de guardarropía se desviven por ponerse las barbas de Melchor o por teñirse de Baltasar.
Tocamos aquí la segunda causa de la proliferación de cabalgatas por los barrios: el clientelismo político. La cabalgata de barrio es carne de demagogia. La financia el mismo concejal que sale de rey mago. Se apuntan los dirigentes vecinales que quieren hacer carrerita política a la sombra del partido. Y se lanzan soflamas en el ambigú que sirve para ponerse púos de botellines de mangazo tras la mascarada: «Nosotros organizamos cabalgatas para el pueblo, para que todos los niños puedan salir en una carroza, que ya está bien de que sólo puedan hacerlo los fachas del centro…» ¿O es que alguien piensa que la política sevillana es de alto vuelo?
Con tanta cabalgata ambulante, con tanto heraldo y tanto cartero, lo difícil en esta ciudad del incienso y la ojana, del figuroneo y el disfraz, es no haber salido nunca a la calle con una barba postiza o con la cara pasada por el betún de Judea. Tan es así, que más de uno habrá sentido la tentación de encargar una tarjeta de visita con el subtítulo de rigor: «Nunca ha salido de rey mago o similar». Porque de rey mago no se sale. Es el más hermoso oficio que se pueda ejercer en la intimidad del hogar. Y el premio no tiene nada que ver con la adulación ni con el oropel, sino con los ojos de ese niño que en la mañana de la Epifanía nos devuelve al territorio inmaculado de la infancia.
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