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Son un puñado largo. Visten de negro cetrino y avanzan decididos hacia la lonja cruzando el patio de la Facultad de Filología. Allí les esperan.
Llevan sus armas bajo el brazo como adargas propiedad de Alonso Quijano pero van sin yelmos; a cara descubierta. Sin impostura. Si los hubiera visto, un siglo y pico antes Giuseppe Pellizza da Volpedo, les hubiese inspirado su célebre óleo El cuarto Estado.
Camino de la lonja los capturó el diafragma de la cámara de Luis Serrano (Sevilla, 1977). La misma que se coló en un aula de la Facultad de Filología con la última lección escrita en la pizarra (con nombres de escritores argentinos como Bioy Casares o Victoria Ocampo), delante de la que se visten de uniforme de faena unos hombres que también van a la lonja.
Pero no son adargas las armas bajo el brazo de este particular Cuarto Estado ni uniformes de guerra los que se visten en la bancada universitaria. Bajo el brazo llevan capirotes negros y el uniforme es una camiseta blanca de los herederos de Salvador Dorado El Penitente.
Los ha pillado a todos el fotógrafo Luis Serrano y ahora expone una selección de 24 fotografías en la lonja del Rectorado de la Universidad de Sevilla bajo el título “Universo interior”. Un ramillete de instantáneas de negro sobre negro. De estudiantes bajo túnicas de ruan negro sobre las que el antifaz iguala anónimos a la catedrática y al becario (la elección del sexo no es caprichosa).
Desde San Agustín y su Escolástica –aquella que encumbró a la Universidad española a hombros de los doctores de Salamanca- el diálogo entre Fe y Razón, entre Religión y Ciencia ha sido responsable de lo mejorcito de la civilización occidental.
Luego el enciclopedismo del XVIII le fue ganando por la mano hasta desalojar los crucifijos de las aulas de la Facultad de Derecho en tiempos del decano Alarcón. Algunas sospechas hay de dónde fueron a parar estas piezas nada desdeñables desde un punto de vista estrictamente artístico, pero cierto es que fueron expulsadas como pulgas de una Universidad flaca de Fe en la que la Hermandad de los Estudiantes aún conserva un hueco, como frágil concesión de los que impusieron una Ciencia sobre el axioma de que Fe y Razón eran dos realidades autistas.
Una vez al año; el martes santo, estos estudiantes negros rebosan hasta poblar los patios de la antigua Fábrica de Tabacos de hábitos nazarenos que rodean en la lonja al Cristo de la Buena Muerte y a la Virgen de la Angustia.
Ahora, las fotografías de Serrano muestran los entresijos de la preparatoria de la Estación de Penitencia antes de su eclosión por la puerta del Rectorado. Su originalidad cuestiona excepcionalmente, la opinión de Chaves Nogales a finales del siglo XIX, que decía “Quédese para los literatos coloristas el hablar una vez más de las solemnidades de Semana Santa (…) en la forma que suelen hacerlo siempre, esto es, diciendo las mismas cosas con ligeras variantes, repitiendo iguales descripciones y contando con idéntica manera lo que tenemos olvidado de puro leído”. No estamos ante las fotos ripiosas, ayunas de vanguardia, que jalonan los comercios desde el comienzo de la Cuaresma.
Es posible que algunos sumos pontífices de la intolerancia tengan los ojos rajados por las fotos de Luis Serrano. En su visión estrecha de orejeras de briega, no hay más Universidad que aquella que corea con Camus que Dios murió.
Si será así o no depende de a dónde caminen los nazarenos de El Cuarto Estado de Volpedo, a defender su sitio como estudiantes, docentes e investigadores cristianos o a la taberna cofrade de la esquina a empeñar su Fe capirotera a cambio de un papelón de pecaito frito.
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