DESDE MI LUCERO
Mirad que le he dado vueltas a todo esto
pero aún no consigo entender por qué me hice falangista. Al menos no del todo.
Sé que fue la voz clara y recia de José Antonio en La Comedia, cuando lo
escuché asombrado y entusiasmado por la radio mientras tomaba unos chatos y unos pinchos en un barecito del Madrid en el que estudiaba, en la
Corredera Alta, junto a otros estudiantes navarros. Yo, que era tan joven aún,
que ni siquiera asistí a ese acto en el que se inauguraba un futuro en el que
muy pocos creían, me uní con el pensamiento y el alma a esos nuevos camisas azules que pronto comenzaron a
hablarnos de luceros, y de sueños nuevos, justicia y patria sobre todo,
servicio, sacrificios, y un futuro inimaginable.
Todo
esto lo he contado, quizá más veces de las debidas, porque fui escritor (uno
dijo una vez que un escritor arbitrario y vehemente, apasionado o irrazonable,
“como todo escritor de raza”; pero no nos fiemos que aquel voceras era levantino o murciano, que ya no recuerdo, aunque más bien
de la parte de Murcia, seguramente, pues tenía un raro apellido: Campmany); el
caso es que fui escritor y no dejaba descansar la pluma ni en los malos
tiempos, que vinieron, claro que vinieron, cuando muchas Itálicas fueron
“destruidas fulminantemente”.
El caso es que hubo un día, “feliz entre
los días”, en que ya embadurnado hasta los topes del falangismo más bravo y
fiero que cabe imaginar, sí, pero también muy dulce y generoso como pocos
podían suponer, un día en que acudí a la Plaza del Castillo al toque de aquella
corneta por una vez melodiosa que nos convocaba a la mejor de las aventuras que
pude haber vivido. Yo no me concentré allí para acudir a una guerra civil (que
de lo de la guerra civil y de los muchos años que duró se encargaron los comunistas
y demás ralea); yo acudí a esa plaza
para compartir con los monárquicos con
boina (los románticos requetés) un sueño que en ese entonces nos unía y que
en ese preciso día de julio solamente era salvar a la Patria del desastre que
se avecinaba. Luego paseé por ese otro desastre que fue la guerra y de la que
el mismo escritor, ¿murciano?, dijo que fui un empedernido romántico, con mi
macuto siempre a cuestas.
Yo
sobreviví a duras penas a aquellos terribles años de guerra. Hubo mucho odio,
muchos fusilamientos con piquete o sin él, por libre. Y vino la paz que quería
José Antonio. Lo que pasó es que a muchos de los que sobrevivimos a aquella
barbaridad, luego, cuando regresó el enemigo a la poltrona sucia del poder de
la mano o del guante de un Borbón, a muchos, como a mí, se nos fusiló “a
salivazos”.
Pasó
todo eso y pasaron muchas otras cosas. Pero yo vine aquí para contar por qué me
hice falangista y es fácil de explicar con lo que sigue. Sé que hace poco, en
una revista literaria de Sevilla, publicada en Internet (puede ser La clave cultural), se habla de mí, de
Rafael García Serrano, y se recuerda que un día marché con mis dos hijos a misa
para rezar por un fusilado que no era José Antonio esta vez, que no era la luz a la que me aferré un día para
siempre, hasta que llegó el invierno de mis días, pero que también murió
tiroteado defendiendo sus ideas. Era el Che Guevara.
Por eso aquel escritor, posiblemente murciano y de extraño apellido, quizá escribió sobre mí que para ser fanático a RGS “le sobraba la ternura y el amor y la comprensión hacia los que defendían las otras banderas”.
José Manuel Sánchez del Águila Ballabriga
Muy ilustrativo opino que ese amor a España, o retorna o nustra querida patria se va a la mierda. Los españoles de bien debemos unirnos dejando al lado las ideologias de base.
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