“Si la torre de Babel se hubiera construido, no existiría la arquitectura”.
Architetture ove il desiderio può abitare. Jacques Derrida
Fernando Alda y yo, aunque en ciertos momentos pueda parecerlo, no formamos exactamente un equipo. Es decir, no desarrollamos un “trabajo colectivo con un discurso conceptual común”. Nuestras propuestas fotográficas son intencionadamente autónomas y se relacionan con intereses creativos muy personales, pero nos encontramos tan estrechamente unidos, compartimos tanto tiempo y vivencias, e intercambiamos tantas ideas, opiniones y experiencias que algún proyecto terminaría por mostrar -de una u otra forma- ese cimiento común sobre el que se construye.
Se trata de una base compuesta por materiales muy diversos e inexplicables, entre los que tiene una presencia verdaderamente singular la arquitectura: El espacio, en el tiempo, habitados. Cada uno de nosotros, en el pasado, hemos realizado diversos proyectos relacionados con ella, con puntos de vista y objetivos muy diferenciados.
Desde intereses particulares con poco en común. Ahora, o más exactamente en el comienzo de 2011, hemos orientado nuestra mirada hacia un tiempo arquitectónico que consideramos completamente desatendido. Nos hemos propuesto, de común acuerdo y con actitudes bien diferenciadas, registrar la propia construcción del espacio y oponer nuestra observación, y nuestras imágenes, a su efímera temporalidad. Tratamos de reconocer sus momentos característicos, identificar sus cualidades específicas, encontrar su propia estética y dotar de cierta materialidad a una existencia -asumida por todos- como fugaz y transitoria. La concepción y la comprensión del espacio arquitectónico han evolucionado siempre de forma paralela al pensamiento filosófico, habiendo sido utilizado por éste en muchas ocasiones como metáfora para explicar otros conceptos no estrictamente arquitectónicos. Siendo esto así históricamente, las razones fundamentales de un entrelazamiento tan firme son más identificables desde 1951, cuando Martin Heidegger expuso en la localidad alemana de Darmstadt su reflexión “Construir, habitar, pensar”. Una reflexión, crítica respecto de las construcciones masivas desarrolladas tras la Segunda Guerra Mundial, no tanto establecida “a partir de la arquitectura, ni de la técnica” como, más bien, con la intención de abarcar “aquella región a la que pertenece todo aquello que es”. Aún así, la arquitectura -o, para ser más precisos, su theoría- ha hecho suyo este discurso plenamente, aceptando la metáfora como identidad, y la concepción/comprensión del espacio arquitectónico tiene hoy un carácter puramente existencial: “Construir es propiamente habitar”; “El habitar es la manera en que los mortales son en la tierra”; “La existencia es espacial”.
Desde entonces -igualmente- las relaciones entre la fotografía y la arquitectura no son sino el resultado lógico de este punto de vista, con total independencia del valor instrumental que la una adopte respecto de la otra. Es decir, tanto si la imagen fotográfica ha sido construida mediante el objeto arquitectónico, como si el espacio arquitectónico ha sido descrito mediante la técnica fotográfica, el resultado mostrado debe ser entendido como una manifestación del espacio existencial humano, que no discrimina entre arquitectura fotografiada y fotografía de arquitectura.
Quizás por ello, Fernando Alda gusta de observar a menudo la sutil diferencia que pueda establecerse entre su actitud profesional y su posición personal respecto de la arquitectura. Él sabe que, cuando trabaja a diario en la descripción fotográfica de los edificios que le proponen los arquitectos, dedica toda su experiencia, intuición y poética al registro de una fugaz apariencia. A la descripción -en el sentido amplio y generoso- del espacio arquitectónico más conceptual, previo al momento de ser habitado y justo antes de adquirir su pleno sentido con la ocupación humana. Por otra parte, en cambio, todos sus proyectos fotográfico-arquitectónicos de carácter personal, han tratado sobre la verdadera existencia del hábitat construido. Y éste último trabajo no constituye una excepción. “La poética del esqueleto” forma parte de esa indagación sobre el espacio existencial que se orienta ahora hacia su propia construcción, ejerciendo un nuevo esfuerzo por traspasar la piel de una apariencia en la que a diario debe mantenerse.
En el capítulo 11 del libro del Génesis, se desarrolla la conocida narración de la Torre de Babel: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras”, cuando los semitas decidieron la construcción de una torre “cuya cúspide llegue al cielo”. Un logro -hasta entonces- exclusivo de Jehová que debió considerarlo una osadía intolerable y los castigó por ello con la incomprensión, la diversidad y la dispersión. Un relato muy breve, desarrollado en apenas nueve versículos, que ha generado gran cantidad de literatura e iconografía y todo tipo de reflexiones sobre su contenido, que supera en mucho la sola mención de unos acontecimientos legendarios.
Respecto de la arquitectura, lo que describe el Génesis no es sino la limitación permanente que ésta debe salvar en cada nueva construcción. Y demasiadas veces ya, a lo largo de su historia, la certeza de la superación se ha visto inmediatamente sustituida por la insatisfacción y el desamparo al constatar la persistencia del fracaso inicial.
Los estilos y los eclecticismos se han alternado tantas veces, que quizás podamos seguir considerando la arquitectura como una propuesta de entendimiento, homogeneidad y agrupación, pero -inevitablemente, tambiéndeberemos reconocer como propios el caos, singularidad y distanciamiento que se manifiestan libremente durante el proceso de su construcción.
Gabriel Campuzano
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