«La ideologización del actual debate sobre la forma en que al-Andalus puede y debe ser explicado en el conjunto de la historia de España no puede separarse, pues, del hecho de que es esta la que en estos momentos es discutida como nación, como proyecto común y hasta como marco histórico e identitario en contra de la voluntad consagrada por las generaciones y la evidencia que los siglos respaldan»
¿Qué lugar ocupa al-Andalus en la historia de España y en la conciencia histórica de los españoles? La cuestión arrastra el peso de debates culturales y políticos vivísimos en la actualidad y no ha dejado de hacerlo desde que emergió en el seno de la historiografía española. Estamos ante un problema de interpretación, de juicio histórico que hunde su raíz en la vida de España, reproduciendo en cada momento, con gran fidelidad, las tensiones y pasiones dominantes.
Lo cierto es que al-Andalus, su significación y su legado cultural, dejaron de formar parte de la realidad de España y del horizonte de sus habitantes ya en el siglo XVI, y de manera definitiva desde la expulsión de los moriscos hace más de cuatrocientos años. Desde entonces la memoria de al-Andalus, despegada en buena medida de la historia, lo convierte en un ente ambiguo, sujeto alternativo de idealización y denigración, cuando no de ambas cosas a la par, reflejo de un «otro» casi absoluto –«el moro»– que por oposición contribuye a la elaboración de la propia imagen. Y es que, desde hace siglos y hasta hoy, la imagen de al-Andalus y el lugar que se le reserva en la historia de España no dependen en buena medida de lo que aquel mundo desaparecido fue, ni de la verdad histórica, sino fundamentalmente de los avatares propios de la conciencia española y de la coyuntura política interna. Y esa conciencia, en su cambiante discurrir ha necesitado siempre, como consecuencia de la idiosincrasia hispana, de una continua reelaboración, de su adaptación a tiempos sucesivos de vigorosa afirmación o rabiosa negación, pasando por etapas de despegada indiferencia o escepticismo, quizá en una de las cuales hoy nos encontramos sumidos. En medio de esos avatares, sublimado o despreciado, integrado o rechazado, el «otro» –pues ese papel ha representado siempre el «moro» en la historia y percepción de los españoles– sigue cumpliendo hoy el papel asignado desde hace muchas generaciones.
Así fue siempre. Desde mediados del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX, la corriente historiográfica que podríamos llamar liberal, representada por figuras de la talla de Modesto Lafuente, Rafael Altamira, Ramón Menéndez Pidal o Claudio Sánchez Albornoz, se ocupó en rastrear los elementos que habían compuesto la identidad colectiva de los españoles en su historia. En ella se resaltó todo lo que había de occidental y naturalmente hispánico, de lo que se derivó una interpretación de la conquista y dominación islámicas en la que los aspectos de ruptura con el pasado hispano-visigodo eran minimizados, de forma que al-Andalus podía ser presentado como continuador de ciertas constantes de la idiosincrasia hispana. En 1933, dos arabistas de la talla de Miguel Asín y Emilio García Gómez escribían: «Los estudios árabes son para nosotros una necesidad íntima y entrañable, puesto que […] se anudan con muchas páginas de nuestra historia, revelan valiosas características de nuestra literatura, nuestro pensamiento y nuestro arte...».
Las fisuras de esta visión integradora, aunque poco fiel, de al-Andalus en España comenzaron a percibirse con ocasión de los cambios historiográficos acaecidos en los años 70, pero no puede obviarse su absoluta sincronía con la mutación política e ideológica que se produce en España desde 1975. La Transición tuvo un efecto decisivo en la percepción de la historia de España a través de la implantación del régimen autonómico. En la nueva configuración política, y en correspondencia plena con aquél, el discurso esencialista y unitario de la historia de España es abruptamente sustituido por una visión regionalista, pronto teñida de nacionalismo agresivo contra la hasta entonces indiscutida patria común. Y en consecuencia, al-Andalus hubo de ser repensado.
Desde los años 80, tras los reveladores trabajos de Pierre Guichard, se evidenció que no es defendible la idea de que al-Andalus haya podido constituir una versión musulmana de un alma o genio español que hubiera podido sobrenadar los siglos y los distintos momentos históricos. El nuevo pensamiento al respecto, que ha implicado la desaparición de términos como «España musulmana» o «civilización hispanomusulmana», proclama, como constatación irrefutable, que al-Andalus fue una sociedad árabe e islámica semejante a las de Oriente o del norte de África.
Como no se le puede ocultar a nadie, este planteamiento, cuando se une a la discusión actual sobre el propio concepto de historia de España, en cuya demolición se trabaja activamente con verdadera irresponsabilidad, atrae problemas de enorme complejidad. Y es que parece claro que la muy lógica, desde el punto de vista científico, exclusión de al-Andalus de la historia de España propiamente dicha, tiene la consecuencia, impensable todavía hacia 1980 pero no ya hoy, de facilitar y, hasta cierto punto, justificar la reivindicación del legado y hasta del viejo territorio andalusí por sus herederos culturales, sociológicos y étnicos. A ello hay que añadir, por increíble que pueda parecer, que la desaparición histórica de al-Andalus no es un tema cerrado, al menos emocionalmente, para una parte de la actual comunidad científica que se ocupa en estas tareas, y así al-Andalus es hoy otro ámbito al que se pretende trasladar el inacabable ajuste de cuentas en que se ha convertido la vida intelectual y cultural española.
En ese sentido, su recreación en buena parte ficticia –recordemos la utilización del mito de «las Tres Culturas»– y su privilegiada exención de cualquier juicio histórico no son caprichosos, son armas al servicio de los debates generados por la actual crisis de la conciencia nacional española y los desenlaces que se adivinan en el horizonte. La ideologización del actual debate sobre la forma en que al-Andalus puede y debe ser explicado en el conjunto de la historia de España no puede separarse, pues, del hecho de que es esta la que en estos momentos es discutida como nación, como proyecto común y hasta como marco histórico e identitario en contra de la voluntad consagrada por las generaciones y la evidencia que los siglos respaldan.
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