La sombra de la parra que da cobijo en la entrada de Bodegas
Piñero se agradece. Es mediodía de Junio en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) y el
sol aprieta contra la cal de los muros, aunque una suave brisa que llega desde
la orilla del mar, refresca e impregna el aire de notas salinas y yodadas que
se mezclan con el inconfundible aroma de las botas de vino que reposan en la
penumbra de las naves del casco de bodega.
Los suelos de albero retienen el frescor del Poniente y nos
llevan, entre las andanas, al interior de ese misterio silencioso que, ajeno al
ajetreo del mundo actual, obra el milagro del vino generoso andaluz.
Disfrutamos de unas copas de manzanilla, nuestro paladar se llena, pleno y
gustoso, de notas secas de velo de flor, de puntas salinas y aires que vienen,
entre Doñana y Bajo de Guía, de la desembocadura del Guadalquivir, que allí se
hace océano Atlántico.
Las bodegas de Jerez y Sanlúcar, ancestrales y acogedoras,
despliegan su hospitalidad en la sacristía, sancta sanctorum donde los
visitantes descansan agradecidos y rinden homenaje a los finos, manzanillas,
palo cortados, amontillados, olorosos y pedros Ximénez, los milagros que salen,
venencia mediante en arco volador y preciso, de las botas viejas de roble
americano de Kentucky.
Allí acaba la visita a Bodegas Piñero y mientras el
anfitrión se afana en agasajar a sus invitados, uno de ellos se fija en las
viejas fotos y grabados de la pared. Entre antiguos y valientes toreros y fotos
en blanco y negro de las faenas propias de la bodega, llama la atención del
cronista un cuadro antiguo, retratos de militares con el uniforme colonial
español, sus rostros decimonónicos, la filiación y la firma de cada uno. Son
los héroes de Baler, “los últimos de Filipinas”, aquellos que, más allá del mero cumplimiento del
deber, defendieron hasta la extenuación un lejano trozo de España.
En medio de ellos un decreto gubernativo, que los ensalza y
les rinde homenaje. Curiosamente, el texto (que reproduzco a continuación), no
está escrito por el gobierno de la patria a la que han defendido, sino por el
del enemigo, la recién nacida República de Filipinas. Qué lecciones nos da la
Historia.
Por J. Compás
Por J. Compás
República de Filipinas
DECRETO
Habiéndose hecho
acreedores a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el
destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado
de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, ha defendido su Bandera
por espacio de un año realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del
legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto a las
virtudes militares, e interpretando los sentimientos del Ejército de esta
República, que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de
Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno.
Vengo en disponer lo
siguiente:
Artículo único. Los
individuos de que se componen las citadas fuerzas, no serán considerados como
prisioneros, sino por el contrario, como amigos y en su consecuencia se les
proveerá por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan
regresar a su país.
Dado en Tarlak a 30 de
Junio de 1899.- El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo. – El Secretario
de Guerra, Ambrosio Flores.
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