El primero se llamaba Miguel Pajares, y si nos hemos enterado de su existencia, ha sido precisamente por la causa de su muerte y su repatriación entre enormes medidas de seguridad. El segundo se llamaba Robin Williams y como era un actor muy famoso, su muerte ha tenido repercusión universal. Curiosamente, sobre el primero no nos han faltado voces criticando el gasto que supuso el fallido intento de su curación; y es que Miguel era también sacerdote (¡ay!) y misionero (¡ay, ay, ay!). Mientras que sobre el segundo, todo han sido palabras de comprensión y justificaciones con su suicidio, porque quizás padecería una depresión, o tenía una deuda económica, o no se sentía muy querido, o... vaya usted a saber. Y con estos criterios funcionamos.
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