La revolución traicionada Publicada en el año del centenario de Octavio Paz, la primera novela de Antonio Rivero Taravillo recrea la enigmática peripecia de un miliciano homenajeado por el escritor mexicano.
Ignacio F. Garmendia | Diario de Sevilla.Los huesos olvidados. Antonio Rivero Taravillo. Espuela de Plata. Sevilla, 2014. 204 págs. 18 euros.
Pese a su evolución posterior y aunque nunca llegó a traspasar la categoría de "compañero de viaje", es sabido que Octavio Paz apoyó con fervor la causa republicana, estuvo muy próximo a los comunistas y fue uno de los más jóvenes participantes en el Congreso de Escritores Antifascistas que celebró sus sesiones en Valencia durante el verano de 1937. Por esa época escribió poemas inequívocos como ¡No pasarán! o Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón, reunidos en un libro del mismo año que le publicó Altolaguirre, Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España. Del segundo de los poemas citados nace esta novela, primera del ensayista, traductor y poeta Antonio Rivero Taravillo, donde se recrea la historia de un miliciano poumista que no murió del modo que se dijo que había muerto. El propio Paz lo había explicado en una glosa añadida a la cuarta edición de Libertad bajo palabra (1979) y su primera mujer, la también escritora Elena Garro -a quien llamaban despectivamente la Pacecita- se refirió al episodio en sus amargas y tardías Memorias de España 1937 (1992), verdadero ajuste de cuentas donde recordaba los ya lejanos días en los que convivió con los no siempre afables ni respetuosos miembros de la intelligentsia republicana.
Ambos autores, entonces recién casados, aparecen como personajes de Los huesos olvidados, pero el fantasmal protagonista de la novela es ese miliciano, de apellido Bosch, que había compartido con Paz los tiempos de la primera juventud -cuando ambos, todavía en México, se dedicaban al activismo libertario- y la noticia de cuya muerte leyó aquel, impresionado, antes de venir a España. Para imaginar el más que probable fin de aquel hijo de catalanes -el verso de Paz, "Has muerto entre los tuyos, por los tuyos", se revelaría involuntariamente profético-, Rivero echa mano del clásico recurso a una indagación que décadas después trata de arrojar luz sobre hechos silenciados o de los que apenas queda memoria, y lo hace a través de un personaje de ficción, la profesora Encarna Expósito, que descubrió por una carta que era hija de Bosch y desde entonces vive obsesionada con reconstruir su peripecia. Por la novela aparecen muchos otros personajes reales, pero son los envejecidos Paz y Garro los únicos que llegan a encontrarse -por separado y en el presente de los años noventa- con una investigadora que se ve obligada a suplir con evocaciones generales su falta de datos precisos.
Tras un arranque convencional, Los huesos olvidados gana en intensidad conforme avanza y brilla más en la recreación histórica que en el desarrollo de la trama, más un hilo conductor que permite la narración de los hechos que una construcción con vida propia. Al margen de su constancia en la búsqueda o de detalles aislados, el personaje de la investigadora no adquiere entidad hasta la tercera parte de la novela, pues la segunda funciona como un excurso que rompe el relato de la pesquisa para rememorar directamente los llamados "sucesos de mayo" del 37, que en realidad se prolongaron hasta junio con la detención y asesinato de Andreu Nin y la disolución del POUM al que pertenecían Bosh y otros revolucionarios -acusados de trotskistas- no adscritos a la disciplina soviética. El crudo enfrentamiento en el bando republicano tuvo como consecuencia el control casi exclusivo del poder por los comunistas, entregados a la línea que marcaban los comisarios políticos de Stalin y sus esbirros -"simiescos", por las iniciales- del Servicio de Información Militar, entre quienes medraban los "sacripantes del Partido" (Cernuda) y los "tristes obispos bolcheviques" (Vallejo). La tercera parte, que incluye guiños metaliterarios al modo en que se han contado los hechos y reflexiones sobre el alcance de lo narrado, retoma la exploración para cerrar un relato que partió de una anécdota y pese a ello logra trazar un verosímil panorama de conjunto.
La novela se relaciona en efecto con Homenaje a Cataluña de Orwell y Enterrar a los muertos de Martínez de Pisón, donde este seguía el rastro de José Robles -desaparecido como Nin, como Bosch, como tantos otros-, pero lo que en el primero era autobiografía y en el segundo una quest o inquisición en primera persona, aquí toma una forma híbrida, con partes "de cuento y de testimonio" que no llegan a ensamblarse o a fluir entrelazadas. Tanto por el mencionado trabajo de recreación, sin embargo, como por el indudable interés de la historia, también por la familiaridad con el contexto literario de esos años y por la invitación explícita a recuperar todas las memorias, incluida la que es "incómoda para unos y para otros", Los huesos olvidados no merece pasar desapercibida entre las demasiadas novelas rutinarias o prescindibles que se han dedicado a los años de la Guerra Civil, frente a las que esta de Rivero destaca por su mirada limpia y su absoluta falta de sectarismo.
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