miércoles, 19 de marzo de 2014

SOBRE OLAGÜE Y LA UNIVERSIDAD ACTUAL



Corría el año 2006 cuando en el transcurso de una mesa redonda sobre la Ley para la Recuperación de la Memoria Histórica, incluida en el programa de la X Universidad de Verano de la Fundación José Antonio, tuve que defender la figura del arabista Emilio González Ferrín de los ataques de un participante que le denostaba por poner en duda las interpretaciones historiográficas más extendidas sobre la conquista islámica de la Península Ibérica.
Como manifesté en aquella ocasión, González Ferrín, con quien había compartido un apasionante viaje a Marruecos al que he rendido reciente homenaje en mi novela Once nombres de mujer, no tenía otra culpa que la de suscribir la tesis enunciada por Ignacio Olagüe en su obra La Revolución islámica en Occidente.
Cabe recordar que Ignacio Olagüe (1903-1974), intelectual próximo al nacionalsindicalismo de primera hora, lanzó a fines de los años sesenta del siglo pasado una revolucionaria tesis por la que la invasión musulmana de la Península Ibérica en la Alta Edad Media no fue tal, sino un proceso combinado de aculturación y emigración, en el marco de la descomposición de la monarquía visigoda, desgarrada ideológicamente por la lucha entre un catolicismo trinitario y un arrianismo unitario que serviría de puente para la islamización de la población peninsular. 
En aquella mesa redonda, nunca imaginé que casi ocho años después sufriría en mis propias carnes públicas descalificaciones por el mismo “pecado” cometido por González Ferrín. 
Descalificaciones que han llegado a mis oídos gracias a una llamada del arqueólogo Luis Iglesias, que me puso sobre aviso de las durísimas páginas que me dedica el profesor de Historia Medieval de la Universidad de Huelva Alejandro García Sanjuán, en su estudio La conquista islámica de la Península Ibérica y la tergiversación del pasado.
El profesor García Sanjuán, a quien conocí personalmente cuando ambos éramos unos simples becarios de un extinto plan de formación del personal bibliotecario de la Universidad de Sevilla, se permite en su obra mi pública crucifixión, atribuyendo indebidamente una serie de propósitos a una reseña literaria que publiqué en la lejana fecha de enero de 2005 en la prestigiosa revista de fomento de la lectura Mercurio: Panorama de libros en Andalucía.
En las páginas de su ensayo, el profesor García Sanjuán, que en un colosal ejercicio de desmemoria afirma ignorar mi perfil profesional, me sitúa entre los partidarios del “negacionismo” propugnado por Olagüe, proclama con jactancia no haber leído una sola de mis publicaciones, me describe como “aficionado e indocumentado” y me acusa de ocultar la ideología política de Ernesto Giménez Caballero y Ramiro Ledesma Ramos, amigos de juventud de Ignacio Olagüe y a los que me refiero, según sus palabras, “con deleite”.
Debo decir, en honor a la verdad, que contrariamente a lo afirmado por García Sanjuán, jamás he hecho mía la tesis de Ignacio Olagüe, sobre cuya veracidad estoy lejos de poder opinar con rigor al no ser especialista en el período medieval. Debo aclarar al profesor García Sanjuán que la reseña que le ha servido  para lucirse a mi costa fue un encargo profesional para la promoción del libro de Olagüe, por lo que mis elogios al mismo, de los que no me desdigo en una sola coma por cierto, estuvieron siempre condicionados  por dicha finalidad, sin que hubiera por mi parte la menor intención de inmiscuirme en una polémica historiográfica propia de medievalistas.
No me gustaría cerrar este escrito sin informar al desmemoriado García Sanjuán que, contrariamente a la supuesta condición de aficionado e indocumentado que me atribuye, soy autor de diversos artículos de investigación sobre los períodos de la Dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República, al alcance de cualquier especialista en dichas materias. En uno de ellos me refiero precisamente a Ledesma Ramos y Giménez Caballero, cuya ideología política es tan conocida que es irrisorio pensar que haya pretendido ocultarla y de quienes, efectivamente, escribo con deleite, ya que son personajes de una talla intelectual que ya quisieran para sí algunos investigadores universitarios de nuestros días que dedican parte de sus tesis a elucubraciones carentes del menor sentido.

Antonio Brea

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