(El autor: Manuel Parra)
Siempre que se acercan las fiestas de Navidad me propongo no escribir de política, pero este año especialmente sube tanto ruido desde la calle que mis buenos propósitos se van al traste; por lo menos, hoy no cansaré al lector con la política que se cuece en declaraciones explosivas o entre bastidores entre la rauxa separatista de algunos catalanes y la gallega impavidez (o serenidad, que no sé a qué carta quedarme) del Sr. Rajoy. Me dice uno de mis ángeles de la guarda, el de derechas, porque también existe el indignado, que deje el tema en manos de los responsables de que España siga siendo; le aclaro que todos los españoles somos responsables de su existencia y porvenir, y reconoce que tengo razón…
Por lo tanto, me referiré a una dimensión no estrictamente pública del problema, aunque sí decisiva tanto para la esencia como para la existencia de esa España de nuestros pecados. Se trata de la llamada fractura social, que ya es un hecho en la sociedad catalana, y que puede ser, a la corta o a la larga, más grave que la estrictamente política, ya que afecta a vínculos primarios, como la familia o los círculos de convivencia y amistad.
Por una serie de circunstancias, ha coincidido mi preocupación de hogaño por el devenir español con otra, de carácter intelectual, sobre elementos de antaño; y esta última dimensión me está llevando a profundizar en el estudio de la Institución Libre de Enseñanza y, más particularmente, sobre las fuentes en que se inspiró su fundador, don Francisco Giner de los Ríos, empezando por la de su maestro don Julián Sanz del Río y, de este, a la doctrina krausista, de la que fue fanático partidario y defensor. Pues bien, Karl Christian Friedrich Krause partía del “hombre interior y armónico en alianza con Dios” y establecía que, para llegar a ese hombre armónico, se debía partir de la progresiva integración orgánica de los individuos en los diferentes tipos de sociedades, “personales, reales y formales”. De entre las que llamaba personales, la más importante e inmediata era la familia, “reino cerrado, absoluto y suficiente para sus fines”, “el primer Estado de la humanidad en la tierra”; la segunda sociedad era la amistad, “acuerdo del ánimo y del sentimiento”, y, en tercer lugar, el “trato social libre”. (Apartándonos del tema, ahí tienen material los estudiosos para rastrear la teoría de La llamada democracia orgánica, que no fue una creación fascista sino liberal).
Pues bien, estas tres sociedades orgánicas primarias son las que están sufriendo las consecuencias inmediatas de la prédica segregacionista de los actuales (y de los pasados, no lo olvidemos) usufructuarios del poder autonómico en Cataluña. Ya conozco varios casos de familias en que, a pesar de un tácito o expreso no hablar de política en sus encuentros, se han producido enfriamientos o declaradas rupturas entre sus miembros por la cuestión separatista. Otros tantos casos podría añadir de amigos de toda la vida, cuyas relaciones se han cortado de raíz. Quizás sea más llamativo lo que se está produciendo en los ámbitos de trabajo, estudio o tertulia, totalmente radicalizados ante el tema que nos ocupa y nos preocupa. En términos krausistas, ha desaparecido todo asomo de armonía.
Es fácil adivinar cuál puede ser el clima de las reuniones festivas -de familia, de empresa, de amistad…- con ocasión de las fiestas navideñas; ya no se tratará de soportar con resignación cristiana al pelmazo del primo ocurrente o del compañero con una copa de más, sino de mirar de reojo, o no mirar sencillamente, con incapacidad total de diálogo, al pariente o amigo que tenga la ocurrencia de proponer un brindis por la separación o por la unidad, según los casos; ni siquiera habrá que temer la ocurrencia, porque las posiciones se conocen de antemano.
El desafío separatista ha producido, de entrada, la desarmonía social, muy difícil de reparar aunque no consigan en modo alguno la desarmonía política, histórica y existencial de España. Ya no se trata de la búsqueda de la armonía universal de aquellos magníficos utópico del krausismo, sino de la nacional, que, teóricamente, andaba empeñada en buscar, de forma inmediata, la europea.
Manuel Parra es Doctor y profesor de Literatura.
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