Antonio Rivero Taravillo
Publicado en El Mundo 3/1/14
Es cierto que no todos los libros mejoran a quienes los leen. Ahí
están los escritos de los tiranos, que son más bien una justificación de
sus atrocidades y porque se ponen a sí mismos en ridículo dudo que haya
que prohibirlos. El Estado de Baviera sigue negándose a que se reedite
Mi lucha, de Hitler, cuando una lectura desprejuiciada no puede sino
alejar al lector de aquellos postulados fanáticos. También están los
libros de las sectas y las religiones nocivas (habrá quien diga que lo
son todas pero sin embargo se acoja a algún autor ateo no menos
perjudicial). Recuerdo ahora que un autor de obras de ciencia ficción
devino profeta de una pamplina que tiene gran predicamento entre los
actores desnortados. De la bondad de la tal «religión» salí de dudas
cuando una tarde que diluviaba un seguidor suyo apostado en un portal me
quiso vender su biblia y para cobijarme entré en su tabuco; como no
accediera, el apóstol aquel me sonrió de una manera que no era en
absoluto beatífica, sino la expresión de que se alegraba de que, al
abandonar su cuchitril propagandístico, volviera yo al aguacero y me
pusiera como una sopa.
Pero una cosa hay que conceder a los volúmenes vendidos en librerías:
que, por malos que sean, si se venden mucho pueden contribuir a que el
establecimiento siga abierto y que, con el beneficio que generan unos
cuantos títulos puedan seguir ocupando su lugar en el estante aquellos
más minoritarios y de calidad superior sin los cuales la oferta cultural
se empobrecería.
En Sevilla sigue habiendo, además de las grandes superficies, muy
buenas librerías. Pienso en Palas, en Céfiro, en Birlibirloque, en la
Extra Vagante, en Reguera, y me pongo elegíaco con Al-Andalus, que va a
cerrar. Aquí, donde se lee menos que en otros lugares, el libro como
regalo supone un importante repunte en la facturación, cada vez más
anémica. Por eso es bueno regalar libros, para que las ventas de estos
días permitan que las librerías se mantengan abiertas todo el año. En
esto el libro digital aún no ha podido hacer sombra al de papel.
Entregar un volumen envuelto para regalo es algo irreemplazable. Y un
acto de amor, porque obliga a ponerse en el lugar del otro, a pensar en
sus intereses.
Frente a la pantalla que todo lo iguala y para la que, además, solo
están disponibles los grandes éxitos de la narrativa pero rara vez los
ensayos y la poesía, opongamos las ediciones cuidadas, la variedad, la
riqueza. Una riqueza que, paradójicamente, cuesta muy poco dinero.
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