Me enteré del fallecimiento de Luis García Berlanga a bordo del AVE, a través de un sms de mi hija Paula. ¡Ay, Luis! Con las ganas que tenían mis hijas de volver a verte. Hay un antes y un después en mi idea del cine español gracias a Berlanga, pues cuando llegué a Sevilla en 1985 vi «La Vaquilla» y quedé absolutamente deslumbrado. Ni «Mujeres al borde de un ataque de nervios» (1988) de Almodóvar ni «Amanece que no es poco» (1989) de José Luis Cuerda habrían existido sin «Bienvenido, mister Marshall» (1953), «El Verdugo» (1963) y «La escopeta nacional» (1977), tres obras maestras del genio de Berlanga.
En 1991 dirigí un curso sobre la obra de Mario Vargas Llosa en la Menéndez Pelayo y pasamos una semana maravillosa disfrutando del buen humor de Luis. Un año más tarde repetí la experiencia en El Escorial y volví a invitar a Luis, quien fascinó a todo el mundo explicando por qué los cabeceros de bronce eran mejores que los de madera para atar y amordazar a las señoras («Los pañuelos de seda se rompen cuando los cabeceros son de madera», decía con naturalidad).
Tengo unos recuerdos impagables y maravillosos de Luis, hablando acerca de sus películas y de sus trucos para evitar la censura franquista, como incluir figurantes vestidos de curas y monjas en las escenas más comprometidas, de modo que los censores o respetaban la escena tal cual o quitaban a los personajes religiosos y dejaban el resto del plano tal como quería Luis.
A fines de 1994 Luis me llamó para pedirme que lo acompañara a comprar una colección de fanzines eróticos editados por un exquisito pornógrafo de Triana. Recuerdo que ya de regreso hacia el centro y mientras cruzábamos el puente, Luis se reía de la cantidad de tiendas de objetos religiosos que rodeaban la casa del pornógrafo y evocó a los comisarios del franquismo: «¡Esos cabrones me habrían obligado a cambiar los comercios de artículos religiosos por panaderías, mercerías y tiendas de ultramarinos!». Ahí mismo decidí llevar a Luis a ver escaparates de corseterías por Cuna, Francos y Alvarez Quintero. Ante aquel esplendor de bragas, encajes y sujetadores, Luis no resistió la tentación de preguntarle a una dependienta:
- ¿Cuáles son las medias de nylon más fuertes?
- Aquí tiene estas que nunca se le hacen carreras.
- Yo lo que quiero es amarrar a una señora.
Nunca olvidaré la expresión demudada de la dependienta cuando respondió roja como un tomate: «Mejor llévese estas otras».
Todos vamos a echar de menos a Luis García Berlanga, un espíritu libre que supo enfrentarse con inteligencia y buen humor a los mojigatos del franquismo primero y a los mojigatos de la corrección política después. Probablemente en nuestros días una película como «La vaquilla» sería impensable, pues no faltaría el mindundi que diría que es una falta de respeto al ejército republicano.
La mejor manera de recordar a Luis será viendo sus películas o amarrando a una señora.
(Dibujo de Fernando Vicente)
En 1991 dirigí un curso sobre la obra de Mario Vargas Llosa en la Menéndez Pelayo y pasamos una semana maravillosa disfrutando del buen humor de Luis. Un año más tarde repetí la experiencia en El Escorial y volví a invitar a Luis, quien fascinó a todo el mundo explicando por qué los cabeceros de bronce eran mejores que los de madera para atar y amordazar a las señoras («Los pañuelos de seda se rompen cuando los cabeceros son de madera», decía con naturalidad).
Tengo unos recuerdos impagables y maravillosos de Luis, hablando acerca de sus películas y de sus trucos para evitar la censura franquista, como incluir figurantes vestidos de curas y monjas en las escenas más comprometidas, de modo que los censores o respetaban la escena tal cual o quitaban a los personajes religiosos y dejaban el resto del plano tal como quería Luis.
A fines de 1994 Luis me llamó para pedirme que lo acompañara a comprar una colección de fanzines eróticos editados por un exquisito pornógrafo de Triana. Recuerdo que ya de regreso hacia el centro y mientras cruzábamos el puente, Luis se reía de la cantidad de tiendas de objetos religiosos que rodeaban la casa del pornógrafo y evocó a los comisarios del franquismo: «¡Esos cabrones me habrían obligado a cambiar los comercios de artículos religiosos por panaderías, mercerías y tiendas de ultramarinos!». Ahí mismo decidí llevar a Luis a ver escaparates de corseterías por Cuna, Francos y Alvarez Quintero. Ante aquel esplendor de bragas, encajes y sujetadores, Luis no resistió la tentación de preguntarle a una dependienta:
- ¿Cuáles son las medias de nylon más fuertes?
- Aquí tiene estas que nunca se le hacen carreras.
- Yo lo que quiero es amarrar a una señora.
Nunca olvidaré la expresión demudada de la dependienta cuando respondió roja como un tomate: «Mejor llévese estas otras».
Todos vamos a echar de menos a Luis García Berlanga, un espíritu libre que supo enfrentarse con inteligencia y buen humor a los mojigatos del franquismo primero y a los mojigatos de la corrección política después. Probablemente en nuestros días una película como «La vaquilla» sería impensable, pues no faltaría el mindundi que diría que es una falta de respeto al ejército republicano.
La mejor manera de recordar a Luis será viendo sus películas o amarrando a una señora.
(Dibujo de Fernando Vicente)
Maravillosa semblanza del Maestro.
ResponderEliminarDesde el dolor, un beso agradecido, de alguien que siempre lo quiso mucho.
Violeta Cela (Guadalupe)